Cuando una persona desaparece, las que buscan suelen ser las madres, las hijas, las esposas, las hermanas, miles de mujeres que además de buscar, se convierten en cuidadoras. En Jalisco, las mujeres cuidan la vida acechadas por la muerte
Por Anaiz Zamora @anaichaz
La desaparición es más que la ausencia de alguien. Es un “no sé” que te atraviesa el cuerpo y el tiempo; son los recorridos por hospitales, clínicas, SEMEFOS, Ministerios Públicos buscando una respuesta; es caminar y marchar por las calles de la ciudad con la ficha de desaparición o una foto, la más reciente; es aprender técnicas periciales y forenses para buscar fosas clandestinas. Y sobre todo, es cuidar la memoria, cuidarte del miedo y cuidar a quienes, como tú, ahora viven la incertidumbre como una cotidianidad.
¿Dónde está Álvaro Corona? Es la pregunta que desde el 2012 se han hecho su esposa Susana y sus dos hijas: Susana y Valeria, también su madre, Martha y sus tres hermanas, Claudia, Mayra y Cristina. Por una década se han enfrentado a un Estado incapaz de garantizar el derecho a la verdad y la reparación del daño, y que no alcanza a dimensionar todas las preguntas, cuidados y pérdidas que acompañan a cualquier desaparición forzada.
La vida le cambió a Lourdes Ruíz Bravo en 2015, cuando desaparecieron a su hijo, José Marcos Alejandro Maldonado Ruíz. “El infierno se hizo más duro”, cuando su hija, Lulú Maldonado, fue sacada de su casa por un grupo de personas desconocidas, el 13 de agosto de 2020. Sin empleo fijo y a sus 59 años, Lourdes ahora busca a sus dos tesoros, como ella los llama, al mismo tiempo que cuida a Alisson y Valeria, sus nietas de 10 y 14 años que constantemente preguntan cuándo volverá su mamá.
Hasta agosto de 2022, de acuerdo con el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecida, hay 105 mil 020 personas que no han sido localizadas, los datos no nos dicen quiénes les buscan y en qué condiciones. Jalisco es nombrado por las familias de víctimas como “la fosa más grande de México” por ser el estado en donde más historias se acumulan.
Buscar y cuidar, trabajos de tiempo completo
“Al principio me decía Valeria que si yo era su mamá y yo le explicaba que no, que yo era su abuela, para ellas yo nunca voy a ocupar el lugar de su mamá y ellas lo saben, yo nunca voy a ocupar su lugar, porque espero que regrese”, cuenta Lourdes, a quien la vida le cambió cuando la vecina de su hija le llamó para decirle que en su casa estaba una de sus nietas porque su mamá no había regresado. La niña de entonces 8 años vio cómo un grupo de personas revolvió las cosas de su casa y se las llevaron a una casa cercana, a ella la regresaron pero a su mamá, no. El relato de su nieta le ha permitido construir ciertas certezas sobre el paradero de Lulú.
Lourdes vive en una de las colonias periféricas de Guadalajara en una casa de apenas 2 cuartos y una cocina, cuando entendió que su hija estaba desaparecida, luego de ir a buscarla a la casa que su nieta recordaba, además de ir poner la denuncia, trasladó todas las cosas de su hija y sus nietas a su casa, no estaba segura cuánto tiempo iba a pasar para que Lulú volviera, si debía pagar renta, o si sus nietas corrían riesgo. Esa incertidumbre le hace conservar la ropa de su hija y las piezas de cerámica que pinta para vender.
Lulú desapareció en el pico de la pandemia por COVID 19, eso permitió que Alisson y Valeria estudiaran en casa y que Lourdes no tuviera que “preocuparse” por llevarlas a la escuela. Y es que desde que desapareció su hijo Marco no tiene forma de predecir cuánto tiempo le va a tomar visitar la Fiscalía, preguntar en el Ministerio Público si hay algún avance, o sumarse a alguna misión de búsqueda en calle o una Asamblea del Colectivo Luz de Esperanza, del que es integrante activa. Buscando a dos tesoros, el tiempo que Lulú puede pasar en las calles es imposible de calcular.
Como puede y con ayuda de otra de sus hijas, se organiza para llevar a cabo todas las tareas de cuidado, también se apoya del ex novio de su hija cuando no puede volver a tiempo para ir por las niñas, “a veces digo, hoy solo voy a la Fiscalía y no me tardó, pero acabo volviendo a las 10 de la noche a mi casa”.
Y es que para buscar a una persona no existe una ruta única, son las familias quienes han comenzado a construir guías y quienes comparten consejos de cómo hacerlo. Son las mujeres las que se vuelven expertas en técnicas forenses, en criminalística y quienes van recolectando las pistas.
Las acciones de las mujeres de la familia Corona van desde visitar dos veces a la semana Semefos y hospitales (de Jalisco y de las entidades vecinas), hasta viajar por el desierto de Durango, una gran cantidad de marchas y manifestaciones públicas. A la pregunta de cómo seguir buscando, se sumó la duda cotidiana de saber si ellas estaban en riesgo o no, ese miedo las llevó a encerrarse en casa por un año completo y salir solo a lo indispensable, que eran las acciones de búsqueda pero no la escuela.
El no quedarse calladas ante la desaparición sí desató una ola de amenazas y agresiones que se materializaron en la puerta de su casa, cuando Gerardo Corona, el hermano menor de Álvaro, fue asesinado a balazos. Entonces vinieron las dudas de si seguía alguien más de la familia y huyeron de casa con lo que pudieron cargar, esa fue su tercera mudanza. En ese contexto, encontrar rutinas, modos de habitar el mundo y los espacios, ha sido sumamente complejo, acceder a becas, indemnización o incluso los ahorros bancarios de Álvaro, imposible.
“La desaparición forzada lleva a las familias a vivir en el límite de los opuestos. Es una frontera incómoda. La presencia-ausencia, la alegría-tristeza del recuerdo, hay vacíos que ocupan lugares inmensos y sonidos que se hacen más fuertes con el silencio”, sostiene en su tesis de maestría Angélica Castillo, psicóloga colombiana que realiza acompañamiento psicosocial a familiares de personas desaparecidas.
Esa frontera también existe en el ámbito legal, pues fue hasta 2018 con la creación de la Ley Federal de Declaración Especial de Ausencia para Personas Desaparecidas que existe una alternativa para ese territorio de incertidumbre.
Martha Morales del Colectivo Por Amor a Ellxs explica que a nivel legislativo Jalisco avanza lentamente y mucho ocurre gracias al empuje e incidencia de los Colectivos de búsqueda, pues son las madres, hermanas e hijas que lo conforman quienes han logrado evidenciar las fallas y grandes vacíos que aún persisten.
La Fiscalía especializada en el delito de Desaparición, fue creada recién en 2017, y fue hasta 2021 que se aprobó la Ley de Declaración de Ausencia a nivel local, pero los juicios para obtener la declaración de ausencia que les permtiría hacer trámites bancarios o de seguridad social pueden tomar más de un año y no aplica en muchos casos que ocurrieron previo a esa fecha. Ganar el juicio tampoco garantiza la posibilidad de acceder a un apoyo económico en el caso de menores de edad que se encuentran estudiando o para apoyar las tareas de cuidado de las madres buscadoras. Es más, en ninguno de los programas estatales se contempla el apoyo a las víctimas secundarias de desaparición.
Sin recursos para enfrentar el infierno
En entrevista, Angélica Castillón explica que en la mayoría de los casos las labores de búsqueda son asumidas por las madres, hijas, hermanas o esposas, que “generalmente son mujeres indígenas, negras, mestizas o de contextos empobrecidos”, de acuerdo con su experiencia en acompañamiento, muchas de ellas no cuentan con ingresos propios, pues asumían las labores de cuidado de sus hogares. Tras la desaparición, además de lidiar con un cúmulo de emociones, que muchas veces pueden ser contradictorias, deben enfrentar la incertidumbre laboral y económica.
Al primer año de búsqueda de Álvaro, lo nombraron como “el infierno”. El tiempo transcurría entre la esperanza de verlo aparecer por la puerta, el terror de imaginarlo sufriendo y el miedo de que ellas estaban en riesgo. Para enfrentar los gastos diarios y lo que implica una búsqueda (traslados, visitas a otros estados, comidas en la calle, impresiones, copias, y otros materiales) decidieron vender su casa, aunque eso implicara perderlo todo.
Susana, la esposa de Álvaro, comenzó a hacer yogurt y a venderlo, con la ayuda de sus hermanas compró ropa para venderla, y hasta ahora sigue con ese negocio informal, y hace poco tiempo comenzó a vender postres afuera de su casa. Muchas veces se debatió entre salir a vender o hacer las acciones de búsqueda, “me decía, si no vendo hoy, mañana voy a amanecer sin dinero, a veces uno prefiere tener el sustento de la familia que ir, si vas a la Fiscalía pierdes todo el día, íbamos y solo nos decían que no se ha sabido nada, y (me pedían) que les firmara el desistimiento”.
La precariedad laboral en la que viven Susana y sus hijas está lejos de desaparecer, así como la esperanza de encontrar a Álvaro, la interrogante de cómo seguir, de si pueden ser víctimas de un nuevo ataque y la imposibilidad de concluir sus estudios formales, las alejan de empleos mejor pagados, “es como si la vida continuara, pero algo permanece estático, sin cerrar”, dice Valeria, la más pequeña de la familia, a la que la ausencia de su padre le impidió incluso continuar su crecimiento físico, “dejó de crecer cuando esto pasó” aseguran sus familiares.
Las hermanas de Álvaro también enfrentaron situaciones económicas complejas, se dividían las labores de búsqueda, y al mismo tiempo cuidaban la salud emocional de su madre. El no saber si en cualquier momento tendrían que salir huyendo o unirse a una búsqueda en fosas clandestinas también las dejaba fuera de cualquier rutina posible.
Mayra, hermana de Álvaro intentó tener una conversación con los directores de la escuela de su hijo, pero fue infructífera pues las instituciones educativas no responden al contexto de inseguridad y violencia que enfrenta Jalisco y que hacía imposible llegar a todas las clases puntualmente.
Las condiciones económicas de Lourdes empeoraron aún más cuando su hija desapareció, ya destinaba tiempo y recursos a la búsqueda de su hijo Marcos, “pero no me atrevía a pensar que algo así pudiera ocurrir dos veces”, y sucedió. La llamada de la vecina de su hija, cambió todo. “Me dijo que ella tenía a mi nieta en su casa, porque su mamá no había regresado”, la niña de entonces 8 años vio todo y se lo pudo contar a su abuela.
Antes de la desaparición de Lulú, ella trabajaba en una escuela “haciendo de todo, en esos días estaba yo pintando las bancas y los salones”, comenzó a pedir muchos permisos para poder levantar y dar seguimiento a la denuncia, el dueño de la primaria le mintió diciendo que le iba a dar 4 meses de permiso y la hizo firmar un documento, el estado emocional en el que se encontraba no le permitió ver que en realidad firmó su renuncia.
Hacer búsqueda de campo, recorrer instituciones y fosas clandestinas, al mismo tiempo que asume el cuidado de sus nietas, la deja fuera de cualquier oportunidad laboral que exija un horario fijo. Sus ingresos económicos se reducen a la venta de pet y aluminio, basura reciclable que colecta en sus largas caminatas y que le regalan las integrantes del Colectivo al que pertenece, sus ingresos son inciertos, al igual que el paradero de su hija.
Redes de cuidado
“Yo voy a buscar a mi hermano hasta encontrarlo, a menos que mi mamá me pida que me detenga”, dice Mayra, una de las hermanas de Álvaro, que se ha convertido en un rostro familiar para los Semefos del estado y conoce varios más en otros estados. Dentro de los conocimientos que ella y sus hermanas han adquirido se encuentra la excavación y resguardo de fosas clandestinas.
En sus recorridos ha visto los cuerpos no identificados de muchas personas, sabe que su dolor no es exclusivo y que hay muchas familias que están buscando, por eso sube descripciones de esos cuerpos en su cuenta de Facebook, en varias ocasiones, esto es lo que ha permitido a algunas familias encontrar a su familiar, “es muy triste porque a veces son familias que ya pasaron por ese Semefo, pero las instituciones pueden desaparecer dos o tres veces a alguien”.
La incertidumbre duele y eso lo sabe Mayra, el amor que le tiene a su hermano le ha permitido compartir experiencias con otras mujeres que también están buscando, ha conocido a quienes lo hacen solas, porque el resto de la familia ahora las considera un peligro, a las que han desistido de ser más activas porque no pueden cuidar de sus hijos e hijas al mismo tiempo que pelean contra el sistema de justicia, sabe que muchos cuerpos corren el riesgo de ser inhumados si ella no registra y comparte detalles como el color de los zapatos o los tatuajes visibles. Cuenta que cuidar la memoria de Álvaro y cuidarse a ella misma solo ha sido posible desde el sentirse acompañada por su familia.
“Es distinto el duelo de saber que alguien murió, aunque haya sido de manera violenta, al dolor de no saber dónde está”, Angélica Castillón sostiene que el duelo en estos casos no es posible, no termina y hay conceptos como el estrés post traumático que no son aplicables, pues las mujeres viven la pérdida y la ausencia constante, cada noticia de un cuerpo encontrado o de una fosa localizada es “la esperanza de que sea quien estás buscando y el miedo mismo de saber si está muerto o muerta”.
Susana y Valeria Corona viven la ausencia de su padre todos los días, no pueden contener las lágrimas cuando lo recuerdan, pero las sonrisas se escapan cuando cuentan la manera en la que su abuela y sus tías las acompañaron y lo siguen haciendo. Para seguir cuidando el recuerdo de su papá y honrar el camino de quienes les han acompañado, sus planes incluyen crear una organización para que las hijas e hijos de personas desaparecidas puedan recibir capacitación y acompañamiento, “nosotras no estamos tan mal porque tenemos una familia y nos ayudaron, pero sabemos que hay cientos de niños y niñas que no tienen esa posibilidad”.
Valeria y Alisson tampoco están solas porque su abuela las cuida en lo que su mamá vuelve, sobre todo porque “la cosa está muy fea y ya da miedo salir a la calle”, dice Lourdes que pide compartir cualquier ficha de una o un desaparecido para que nadie les olvide y por si alguien les ve, puedan decirles que su familia les está esperando.
*De izquierda a derecha, Claudia Corona, Martha Piceno y Mayra Corona hermanas y madre de Álvaro. En este retrato sostienen la foto de Álvaro a la izquierda quien fue desaparecido el 3 de agosto de 2012 y de Gerardo (hermano de Álvaro) a la derecha quien fue asesinado el 19 de abril de 2017 afuera de su casa. / Foto de portada: Greta Rico
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Esta historia es parte de Cartografías del Cuidado, un proyecto de periodismo feminista de Anaiz Zamora y Greta Rico, donde mapean los trabajos invisibles que sostienen la vida: las labores de cuidado que realizan las mujeres
Publicado originalmente en: Lado B – https://www.ladobe.com.mx/2022/08/cuidar-en-la-incertidumbre/