Por Alejandro Valenzuela/VICAM SWITCH

Mis primeros amigos en Vícam fueron el Charo Durán y el hoy finado Monchi Soria. Entonces vivíamos en Casas Blancas, en un pequeño rancho que con mucho trabajo fue convertido en un lugar habitable en el que, además del jardín de la Gloria, había vacas, caballos, gallinas, árboles frutales, carne, huevo, leche, queso, chuales, quelites y chichiquelites.

Un día de septiembre nos despedimos en medio de la tristeza porque hasta entonces nadie se había ido de Bácum. Nos alejamos seguidos por una manada de perros ladradores y esa misma tarde fuimos a dar a un monte chaparro y tupido cerca de Casas Blancas en el que estaba una ramada de carrizo y un pretil para la lumbre.

Las primeras noches, el Hindo y el Galán se pasaban horas enteras ladrándole a los coyotes que merodeaban en el monte esperando la oportunidad de robarse a las gallinas que, por precaución, amarramos a las patas de los catres para protegerlas del asedio de los hambrientos animales.

Mientras la Gloria se afanaba por convertir la ramada en algo parecido a un hogar, Ramón y Moisés, que entonces era un adolescente, se dedicaban a desmontar, construir una noria, abrir espacio para el cultivo, construir corrales para los animales y, en fin, volver habitable aquel retazo de tierra.

Con mucho trabajo, aquel lugar se convirtió en un vergel. Con la acequia que construyeron llegó el agua y con el agua llegó la abundancia. Antes del invierno empezaban a llegar las mariposas y había que tener cuidado para no pisarlas porque le daban al campo el aspecto de una alfombra que reverberaba a la luz del sol. Se quedaban allí unos días y desaparecían hasta la próxima estación.

Todo lo que se producía era para el autoconsumo, pero era tanto que la Gloria lo regalaba al que pasara por allí y empezamos a gozar de la visita de muchas familias de Vícam que nos hacían el favor de ir por productos que de otra manera se hubieran echado a perder.

Muchos amigos de Ramón llegaban armados de pala y azadón para ayudar en la siembra del verano, como se le llama aquí a la siembra de sandías y melones. Uno de ellos era Don Julio Durán, a quien apodaban el Jarocho porque siendo salvadoreño la gente lo suponía oriundo de un lugar muy lejano, como Veracruz. Otro a quien se le deben muchas horas de trabajo fue Roberto Llánez, legendario personaje de Vícam autor de frases todavía célebres, como responder que “por culero y malo para atajar cochis” cuando uno tenía que explicar por qué le había pegado a alguien.

El Charo acompañaba a don Julio y el Monchi a Roberto. En ese entonces al Monchi casi no se le notaba el mal que lo haría andar toda su vida en muletas. Brincaba canales y subía a los árboles con la agilidad de un chango. Sin embargo, el incipiente mal del Monchi no pasaba desapercibido para el Charo que, con esa risita burlona que lo caracteriza cuando va a empezar, le preguntaba que si se le estaba enchuecado la cremallera o se le estaba barriendo el cigüeñal.

Cuando Ramón nos llevó a vivir a Singapur, en una de sus peores decisiones, no volví a ver a mis amigos de entonces hasta que me los reencontré en la secundaria.

Hace días pasé por allí y la nostalgia me obligó a detenerme. Me quedé parado y vi al Monchi y al Charo chapoteando con nosotros en el agua cristalina de la acequia. Vi también el enorme sauce repleto de nidos, los árboles frutales y el verano repleto de sandías y melones… La ilusión duró sólo un instante y luego volvió la soledad, el terregal y el abandono que ahora reinan allí. Rápidamente me puse a escribir esta crónica para restaurar en mi memoria el esplendor con que recuerdo ese lugar tan añorado.

CONTINUARÁ…

Publicado originalmente en: https://www.facebook.com/vicam.switch