Parte I
Por Luis Enrique Ortiz
Manuel Iriqui Valenzuela manejaba de San Diego a Ciudad Obregón, por primera vez en 40 años, luego de más de 100 empleos, dos deportaciones y tres intentos más por cruzar al “Otro Saite”, hasta que conoció el amor de una mulata de ojos azules que le entregó su vida y le consiguió papeles y ahora es “American Citizen”. Flanqueado por la monumental morena, El Many regresa al suelo que lo cubrió de pobrezas e injusticias, tirando giña y bien macizo. Como todo cabrón que es al fin, va en una troca de lujo con suspensión “jariosa” y lleva dos morrillos -la parejita- un chingo de cosas, así como una lanita para el camino y lo que se ofrezca, con la seguridad de suficiencia financiera que dan seis ceros a la derecha de cualquier otra cifra.
Cuando se fue lo hizo rabiando de hambre acumulada, ancestral, apenas había cumplido 19 años, hoy con casi sesenta y la vida más que resuelta, Manuelito, como le decía su madre, ya no encontrará vivos a la mayoría de las personas que amó y conoció hasta aquella noche del 23 de diciembre del año 1983, cuando salió de Sonora rumbo a Mexicali y por ello pasó Noche Buena en el Desierto de Altar y recibió 1984 en Yuma a bordo de una unidad de la Patrulla Fronteriza, el Día de Reyes comió rosca con chocolate, gracias a un centro de atención a migrantes de un gringo filántropo que se quedó arriba debido a su participación en la Guerra de Vietnam y desde entonces vivía en un picadero de Tijuana, que le daba alivio a sus demonios y dolores con heroína ilimitada, pero que también desinflamaba a su conciencia ayudando personas en desgracia, en especial los que querían ir a tener fortuna y mejor suerte al país, al cual El Gabacho juró que nunca volvería.
A esos deportados o abusados por los coyotes y los baja pollos, el viejo sargento de la Marina de Estados Unidos, les daba comida, cobijas, acceso a un teléfono, antibióticos y a más de uno le consiguió trabajo de lava platos en el restaurante Tico Tico. Algunos de los amigos de El Gabacho, que se quedaron en “Yuesei” vivían con menos penas gracias a la chiva que rolaba desde La Cahuila o la calle Coahuila, hasta la panza del Imperio lo mismo proveniente desde la Sierra Madre Occidental, el sur de México o el Sureste Asiático.
Los sobrinos que eran niños de entre 5 y 10 años cuando se fue -casi para siempre- algunos ya peinaban canas y tenían no sólo hijos, sino algunos sus primeros nietos. El Many no conocía a nadie, prácticamente, de las personas que en México llevaban su sangre, la de su madre y la de su padre, ambos finados, sin que Él pudiera darles el último adiós de cuerpo presente. Una vez por estar preso en proceso de deportación y la otra por estar huyendo de la migra.
Todos sus tíos también habían muerto, varios de sus primos no superaron las complicaciones diabéticas y habían hecho lo propio. De sus amigos la mitad estaban dispersos en media docena de estados de la Unión Americana, otros en lejanas cárceles y los menos muertos, asesinados a balazos en las calles de Ciudad Obregón, Caborca, Guaymas o Nogales. Ya nadie tomaba agua de la llave, la Casa Kimoto no existía y todos los cines en los que alucinó estaban cerrados: Cajeme, Pitic y Obregón 70, incluso los Gemelos de la calle 200 casi con California. Pancho El Cahuamero era sólo un recuerdo y lo más cercano su guiso genial, era la Cahuamanta, genialidad gastronómica de cajemenses, en un intento de apoyar la recuperación de tortugas marinas, sin perder el estilo, aunque ahora las que están amenazadas sean precisamente las mantarrayas. Ni los cocos de la Laguna Nainari sabían igual y casi ya no había árboles en la Calzada al Panteón del Carmen.
El Many regresó a presumir una vida que a nadie le importaba, porque nadie lo conocía, paradógicamente, quienes menos lo conocían, eran quienes más lo abordaban: extorsionadores metidos en uniforme y con charola de policía y la mamadita aquella de “Bienvenido Paisano”.
El Many llegará al Ciudad Obregón, de principios de milenio en el que nos dijeron que se iba a acabar el mundo. Aun no, pero con la fama cambiada, el Sur de Sonora no será la región de mayor consumo de cerveza per cápita a nivel mundial, sino la más contaminada con millones de litros de aplicaciones agrotóxicas y de manera paralela una de las de más alta incidencia de enfermedades cancerígenas a escala global. El Many apenas viene manejando sobre la autopista número 8, cerca del Casino Golden Acorn aún no sale de su nuevo país.
Publicado originalmente en: https://www.facebook.com/luisenrique.ortiz1
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