Las comunidades Escobillar, Sonora y Monte Ordóñez, del municipio Amatenango de la Frontera, también abandonaron sus casas, sus terrenos. Antes de salir abrieron sus corrales para que las vacas y bueyes busquen solos agua y alimento, soltaron a sus animales de traspatio. No los pueden llevar con ellos ni a los perros, y en kilómetros a la redonda ya es zona de enfrentamiento entre los cárteles de la droga.
Por entre los potreros hay una larga fila de personas de rostro serio. Caminan cargando en bolsas algunas de sus pertenencias. No ven posibilidad de un pronto regreso.
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A Monte Ordoñez llegaron dos semanas antes integrantes de quien se presenta como “el cartel bueno”, el Cartel de Sinaloa (CDS). Esta región de Amatenango de la Frontera está a pocos kilómetros de la frontera con Guatemala, en un vértice desde donde se puede llegar a Frontera Comalapa, La Grandeza, Bellavista y Siltepec, los municipios de la sierra de Chiapas que son ahora zona de disputa entre cárteles.
Llegaron a decirles “nosotros no les vamos a cobrar ningún impuesto, solo queremos que derriben unos árboles sobre el camino”. Los campesinos de Monte Ordóñez obedecieron, en su región el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y su brazo llamado MAIZ, ha ido ganando terreno con una estela de terror, secuestros, desapariciones.
Cuando se encontraban derribando los árboles para colocarlos en el camino -una estrategia para impedir el paso de camionetas de los hombres armados, y del ejército que muchas veces iba delante de ellos- llegaron los del MAIZ, les gritaron, los golpearon y les dispararon. Ahí quedaron ocho de los compañeros”.
Quien lo cuenta narra que los cuerpos quedaron tirados varios días, “porque sus familias no podían ir a recogerlos… ahí quedaron como escarmiento. Por eso ahí la gente dijo que debían salir todos de la comunidad. Todos se fueron”.
Desde inicio de enero los enfrentamientos entre los dos cárteles se incrementaron. “Todo el día se escuchan los disparos, la gente ya sabemos que en cualquier momento llegan, ya sabemos que no hay protección, ya sabemos de la complicidad del 101 (Batallón de Infantería del Ejército Mexicano). Ya estamos a pura oración, pidiéndole a Dios que no nos pase”, explicó el campesino.
Al siguiente día de que los pobladores de Monte Ordóñez salieron, siguieron sus mismos pasos los pobladores de los ejidos Escobillar y Sonora, también de Amatenango de la Frontera. En total, unas dos mil personas se sumaron a la lista ya larga de desplazados por las acciones del crimen organizado.
Los esclavos
“Tenemos prohibido levantar la mirada. No podemos voltearlos a ver. Todo el tiempo tenemos que mirar hacia abajo, al piso”, explica un campesino que vive en la zona de La Grandeza, una tierra de paisajes paradisíacos, de montañas y cielos azules intensos, en los que pega un viento frío.
El campesino es uno de los pocos de su comunidad que decidieron no abandonar su poblado. Su familia no lo quiso dejar, así que aceptaron someterse a las reglas del cartel que por el momento va ganando terreno en esa región donde ellos habitan.
“Lo que nos piden ahora es que les llevemos la comida al lugar donde están. Todos los días preparamos comida como para unas 25 personas. Ellos llegan y nos dicen: queremos esto, queremos aquello, no lleves frijoles… a su gusto tenemos que hacerlo. A veces ellos son los que llevan las gallinas que quedaron sueltas en las casas de quienes se fueron. Somos esclavos de esta gente.”
El campesino explica que hasta su casa se escuchan los disparos de los enfrentamientos. Le pregunto quiénes son los que están en la línea de fuego, con las armas. ¿Quiénes son las personas que se enfrentan? ¿Son jóvenes de la zona? ¿Son personas de la región?
Contesta que casi todos son personas de fuera, algunos con acento de otras regiones de México, pero la mayoría “son gente que trajeron de Guatemala, son kaibiles”, explica, aunque no tiene certeza de ello. Solo destaca que, por su acento, por su forma de hablar, no son mexicanos. Algunos otros testimonios detallan que, entre las fuerzas de ataque de los cárteles hay jóvenes centroamericanos, “son gente de los migrantes, de los maras”, así los nombran.
Unos 200 kilómetros en línea recta hacia el norte, en la zona de los ríos que dan a la presa, otro de los cárteles tiene la hegemonía, se trata del CDS. Ahí, en uno de los poblados que dan a la presa La Angostura, el sometimiento a la población empezó desde finales de 2021, con la desaparición y asesinato a líderes comunitarios y autoridades ejidales.
Ahora, más de dos años después, cuando ya la población desistió de pedir el auxilio de las autoridades, quienes decidieron quedarse en la región también viven al servicio del cártel. En esta comunidad hay un destacamento del Ejército Mexicano a solo 40 metros del centro del pueblo. Eso no cambia su situación.
El pasado lunes -me explicó uno de sus habitantes- los del cartel juntaron a la gente y le dijeron: tienen que aguantar un año más, ya con el nuevo gobierno se va a empezar a atacar a nuestros contrarios y va a estar más tranquilo”.
¿Aguantar qué? Le pregunto. “Es que la situación se puso peor, antes nos pedían que fuéramos a bloquear según se iba necesitando, pero ahora son turnos tres días a la semana por 24 horas cada turno”.
Se refiere a los bloqueos que la población civil coloca en las entradas de los pueblos, y que sirven como barrera para impedir el paso del Ejército Mexicano o el cartel contrario. Ambos cárteles, el CDS y el CJNG, usan esa estrategia de colocar a la población como escudo humano.
En su poblado, me dice el campesino, “ya solo vivimos para el cártel, ya no podemos cosechar, ya se acabó la vida acá, ahora tenemos que estar en los turnos de 24 horas tres días a la semana, ya no solo en el poblado, sino que ahora nos llevan a otros lugares más lejos”.
“La gente ya está cansada, ya se quiere ir. Por eso nos juntaron, nos dijeron que quien se vaya pierde sus casas, sus ranchos, sus tierras. Nos dijeron que aguantemos un año al cambio de gobierno, eso nos dijeron, que al entrar los nuevos gobiernos les darán protección a ellos y a atacar a sus rivales”.
Los campesinos, los que se quedan y los que huyen, se aferran a cualquier dejo de esperanza de que la situación actual cambie en esta región de Chiapas.
Material publicado originalmente en Chiapas Paralelo
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