Isabel Dorado Auz
Ya me habían llegado algunos reportes, pero de personas que no se atreven a denunciar, sobre el mal comportamiento de la policía de tránsito municipal, principalmente por rumbos de la gasolinera el Faro, por la salida a Nogales.
De hecho, me tocó corroborarlo, cuando una mujer policía me detuvo, hace tiempo, para infraccionarme porque, según Ella, no había respetado el semáforo en color rojo. En realidad, justo cuando iba cruzando el semáforo se puso en color ámbar y no alcancé a detenerme. Le expliqué a la oficial cómo habían ocurrido las cosas y con gusto le firmaba la infracción si ponía en ella que me había cruzado en color ámbar. Recibí como respuesta que Ella era la autoridad y que si decía que me había cruzado en color rojo es que así había sido. Le cuestioné entonces sobre ¿qué defensa tendría Yo ante contundente revelación? Su palabra valía más que la Mía. Total, le dije, has la infracción, pero no te la voy a firmar. Paso seguido, me pidió la licencia de manejo, la cual había vencido justo el día anterior, ante lo cual me dijo que eran dos faltas administrativas, mi respuesta fue, ahora sí tienes elementos para infraccionarme, ya en un tono molesto que captó inmediatamente.
Mi respuesta la hizo enojarse, se retiró un momento, no sé si contactó a alguien más, pero regresó más molesta, me devolvió mis documentos y me dijo que en esa ocasión no me infraccionaría. Sin embargo, me exigió que tuviera más calidad moral. Quizá por ser mujer, fue sensible al cuestionamiento sobre que palabra valía más, la de Ella o la Mía.
Me hizo recordar aquel episodio cuando un policía no mostró esa sensibilidad, al asumir que circulaba en estado de embriaguez, un tema mucho más comprometedor, y terminé arrestado por exigir mi derecho a que me dieran certeza en cuanto a la prueba del alcoholímetro, frente a un comisionado de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, la cual actuó como cómplice de la autoridad. Me negué a pagar la multa e inicié un proceso que me llevó seis años y medio para recuperar mi automóvil, con la presencia de una comisionada de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. En resumen, se gastó más en boletos de avión de representantes de la CNDH, quienes tuvieron que hacer al menos dos viajes desde la ciudad de México que el costo de mi carro. No sólo eso, el Ayuntamiento tuvo que entregarme el carro en perfectas condiciones, por lo que hubo un gran gasto en la reparación del mismo.
Este martes 11 de junio, me volví a topar con otro agente de tránsito que también observó, dice el que crucé con semáforo en rojo. El colmo es que, en sus narices, un pickup blanco me rebasó justo después del semáforo, por lo cual le dije que quien habría cruzado en rojo era ese vehículo. Oh sorpresa, Él es la autoridad y, por lo mismo, Yo crucé en semáforo rojo. Otra vez, su palabra contra la Mía. Le dije que no le firmaría la infracción y me contestó que no necesitaba mi firma. No obstante, al ver la seriedad de mis actos, le surgió la duda sobre infraccionarme o no, por lo que compartió con alguien, vía la radiocomunicación, las placas de mi auto y ese alguien le autorizó que me infraccionara.
Como no acostumbro aceptar injusticias, voy a iniciar otro proceso en contra de este joven policía de quien tengo su nombre, que no daré a conocer porque considero que estoy enfrentando a un sistema policiaco viciado, y el verdadero culpable de la infracción es quien la autorizó a larga distancia.
Debemos terminar esa práctica de que la autoridad tiene la razón por el solo hecho de serlo. En este caso, se complica la situación porque es un tema de percepción y no ve lo mismo una persona que transita de norte a sur, mi caso, que otra persona que circula de poniente a oriente, el caso del policía. A Mí me quedaba el semáforo de frente, por lo que me siento con más autoridad para hacer valer mi verdad.
Si queremos una policía de tránsito honesta y recta, hay que denunciar este tipo de arbitrariedades. Es responsabilidad nuestra, La Sociedad, que los cuerpos policiacos actúen con pulcritud al momento de ejercer su autoridad.