Secreto a voces

Por Rafael Alfaro Izarraraz

Por descontado, la revolución de las conciencias, es una revolución pacífica, porque no fue ni es una revolución armada como la francesa, rusa, mexicana, china o cubana. Es una revolución que se sale del molde de las revoluciones mencionadas (salvo la mexicana) que se eslabonaron a creencias de una línea histórica de ruptura con un pasado mirando hacia el futuro, encuadrado en una lógica universalista occidental. La francesa, promotora de la libertad, igualdad y fraternidad contra la sociedad medieval; la rusa, trabajo contra el capital, al igual que la china y cubana. La revolución mexicana, de 1910-1917, fue una revolución social en contra de la gran propiedad que se había creado bajo el principio de arrebatarle a las comunidades su tierra, además de la democracia ante la dictadura porfirista.

La revolución de las conciencias, según su análisis, puede llevarse a cabo a partir de mirar la estructura simbólica que ha configurado. Después del triunfo de Fox, el panismo sugirió que el haber ganado la presidencia significaba un triunfo cultural, es decir, de su programa filosófico que en última instancia era y es la lógica de la nación y sus instituciones giren en torno a la propiedad particular. Antes, los herederos de la revolución mexicana de 1910-1917, crearon su propia estructura simbólica la que tuvo como eje a la justicia social. El triunfo de Obrador ha tenido como fundamento la creación de un programa que ha generado su propia estructura simbólica cuyo epicentro es el pueblo y que es él, el pueblo quien manda. Tanto los primeros herederos de la revolución mexicana, como el panismo, olvidaron del pueblo, lo abandonaron a su suerte e, inclusive, actuaron en su contra.

Obrador recuperó al pueblo como símbolo de su epopeya social, digo epopeya porque así lo aprecia el pueblo en cada gira que hace, son miles las mujeres y hombres que acuden a rendirle cariño como a ninguna otra figura de la historia contemporánea de México. Esta revolución simbólica, colocar al pueblo y a los pobres en primerísimo sitio, es una epopeya (es decir, algo que era impensable llevar a cabo y, entonces, una suerte de suceso propio de héroes) en el sentido histórico social. Lo anterior, simbólicamente inspirado en el pasado liberal/social y que se proyecta hacia un futuro que se plasma en la Cuarta Transformación. La 4t ha roto con la liturgia del poder que cada seis años se renueva para que todo siga igual, incorporando ahora el concepto de transformación, de cambio vinculado a los intereses del pueblo.

Obrador, le ha logrado arrebatar a las élites la capacidad de crear representaciones simbólicas que dominan el pensamiento popular, creando un mensaje de esperanza vinculando el pasado mítico de Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y el general Lázaro Cárdenas con la Cuarta Transformación. El obradorismo, simbólicamente (recordemos que el simbolismo es multívoco) es la continuidad de las gestas heroicas del pasado recuperadas en la continuidad del presente y ofrecidas como metáforas de un futuro en donde las estadísticas, los ingresos, la salud, la educación, la justicia, los migrantes, la relación con nuestro vecino del norte, las obras para el sur olvidado y excluido del progreso, toman forma en el obradorismo y los gobiernos que sucederán como lo es ahora Claudia Sheinbaum y los que le seguirán a ella.

Es una revolución de los símbolos dentro de la narrativa nacional, del lenguaje, que modificó conciencias y ordenó la vida práctica del poder de otra manera, en donde están, en primer lugar, los pobres. Con su renovada narrativa simbólica ha logrado penetrar segmentos de la población antes incrédulas de la posibilidad de un cambio político, desconfiadas de sí mismas, temerosas y temerosos de lo que podría venir, que prestaban oídos a la propaganda oficial. A estas capas las cimbró lenta pero sistemáticamente la narrativa obradorista, quebrando la representación que la población había interiorizado de la política como una manera de poseer poder personalizado, engañar al pueblo, acrecentar la fortuna personal y ejercer la violencia, el poder de la violencia material contra los pobres como ha sido siempre.

Obrador le ha dado sentido justiciero a su narrativa simbolizada en colocar al pueblo por encima de todo, porque con el pueblo todo y sin el pueblo nada, dice. AMLO, ha logrado eslabonar lo simbólico con lo práctico, algo que en el pasado era puro discurso hueco. Los programas sociales se han convertido poco a poco en letra de la Constitución, dejando de ser herramientas de la política y de los políticos con fines de poder y dominio sobre la población desprotegida, vulnerabilizada desde el poder, en un juego perverso. Cuántas veces escuchamos que los presidentes decían en campaña que los beneficios se verían reflejados en el bolsillo de los mexicanos. Por el contrario, las políticas que se aplicaron estuvieron dirigidas a bloquear al pueblo. No ha habido en el gobierno de Obrador, contrariamente al periodo neoliberal, una sola acción que vaya en contra de los intereses del pueblo.

Dentro de la revolución, de todas las revoluciones, ocurren microrevoluciones, y la de las conciencias no es una excepción: el empoderamiento del pueblo; el empodereamiento de nuestros paisanos tanto en EU como en México; la separación del poder económico del poder político, ahí está la imagen de Claudio X padre; el arribo de Claudia Sheinbaum al poder que refleja la larga historia de las mujeres desde Mesoamérica hasta la actualidad y de seguro se verán en el triunfo de la ahora presidenta electa, quien ya ha anunciado entre otras medidas que las mujeres recibirán un premio a la labor que llevan a cabo como hijas, madres, abuelas: una pensión que recibirán al cumplir los sesenta años; otra más, la reforma al poder judicial. Esta última será y así debe ser, uno de las cerezas del pastel que coronan al obradorismo: con un sentido profundamente social.

La de las Conciencias es una revolución liberal, social, popular y a la izquierda del liberalismo mexicano. Obrador lo ha dicho, es inspirada en las ideas de Hidalgo y Morelos, de Juárez, Ocampo, Ramírez, de Madero, del zapatismo y el villismo, del cardenismo y de los gobiernos postrevolucionarios, hasta antes del terrible 1968 que es la línea que AMLO establece como punto de desmarque del liberalismo que se derechizó. López Obrador, refiere, como parte de su identidad política al liberalismo social, nacionalista. Esto debe de entenderse porque, de lo contrario, como la oposición de derecha, la tendencia analítica puede desviarse hacia formas de pensamiento que nada tienen que ver con la realidad, inventan comunismos, chavismos, entre otros derrapes absurdos. Es la de las conciencias una ventana al futuro.

El comunismo para tranquilidad de quienes aún se encuentran anclados en los signos del pasado, que para la mayoría designaba el fin de la propiedad, hoy pueden ver las ganancias estratosféricas de bancos, la acumulación de riquezas en una élite que es propietaria de grandes firmas del exterior, grandes comercios locales, pequeños y medianos negocios, florecientes debido al fortalecimiento del mercado interno. Las buenas relaciones de México con el principal socio comercial de nuestro vecino del norte, quien ha entendido que México es una de las mejores opciones para las empresas, ante la guerra comercial entre EU y Asia, particularmente China. Y aún más, cosa que era un riesgo en el pasado pero que debido a acciones de élites corruptas, vinculadas al poder, no veían: el notable ambiente de paz y tranquilidad laboral que se vive en el país, salvo la guerra simbólica de los medios por el pasado.

Es una revolución liberal a la izquierda, popular. Es una revolución respetuosa de la propiedad, no es anticapitalista. No se ubica en las coordenadas capitalismo-socialismo que hemos enunciado en el primer párrafo. Los liberales son respetuosos de la propiedad y esto poco a poco lo han comprendido la clase empresarial que goza de los mejores momentos de su historia con el proyecto económico implantado por Obrador. La masa de la clase media lo ha interiorizado ahora. El voto de las clases medias por el obradorismo, representado por Claudia Sheinbaum, es un ejemplo de ello. Se ha desarticulado la narrativa y la manera en que esa narrativa de la derecha lograba ordenar la conducta de las clases medias. La derecha política no lo ha comprendido ni lo quiere entender por así convenir a sus intereses, así tenga que ir al precipicio.

Pero aquí, en México, el pueblo manda.


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