A casi un año de Otis, en Acapulco continúan luchando por recuperarse. La llegada de otra temporada de huracanes alimenta la inquietud

Texto: Silvia Sánchez Ramírez / Pie de Página

Foto: Itzi Cancino Rábago

GUERRERO. – “Eran como las seis de la tarde cuando llegué allá y vi las calles medio solas, pasó un taxi y le dije ‘joven, ¿me lleva a la colonia La Libertad?’ Y me contestó: ‘doña, ¿usted anda paseando? ¿no sabe lo que viene hoy en la noche? A lo mejor mañana no estamos vivos, dicen que Acapulco se va a perder.

De esta manera, Olivia de 73 años se enteró del devastador huracán que se avecinaba. El 24 de octubre del 2023, a las seis de la tarde, Otis se encontraba a 135 km al sur-sureste de Acapulco, clasificado como un huracán de categoría cuatro.

Olivia había ido a visitar a su hija menor, Delí, quien vive en la Ciudad de México, “No sabíamos, si no no la dejaba irse”, comenta. No fueron las únicas sorprendidas. Ningún modelo numérico pudo pronosticar correctamente la intensidad de Otis y la población fue alertada de su llegada a la costa apenas 6 horas antes del impacto.

Olivia no llegó a su casa. Para no arriesgarse y no estar sola decidió quedarse en casa de su hija mayor, María de Jesús. “Era noche y se empezaba a sentir el aire, a las nueve se fue la luz, ya no terminé de ver las noticias, pero sí vi que anunciaban un huracán de gran magnitud”, cuenta. A esa hora, a las nueve de la noche, Otis se localizaba a 90 km al sur-sureste de Acapulco, ya había aumentado a categoría cinco.

“Más tarde se empezó a escuchar más feo, los árboles se tronaron, entraba el agua por las ventanas, pensé ‘ya no vamos a salir con vida de aquí’”, dice María de Jesús. A las 12:30 de la noche del 25 de octubre, Otis tocó tierra en Acapulco, como un huracán de categoría 5, con vientos máximos sostenidos de 270 km/h.

En doce horas, Otis pasó de ser una tormenta tropical a huracán categoría 5, el máximo grado en la escala Saffir-Simpson, rompiendo récords históricos como ser el ciclón más intenso en tocar tierra en Guerrero y en la cuenca del Pacífico nororiental.

La rápida intensificación fue un evento inusual en dicha zona de la costa mexicana. Considerando los registros desde 1979, sólo en 5% de los casos ha ocurrido. Patricia de 2015 y Otis de 2023 ocupan, respectivamente, el lugar uno y dos en procesos de rápida intensificación. Sin embargo, el primero se debilitó horas antes de tocar tierra. Otis, en cambio, alcanzó su máxima intensidad poco antes de tocar tierra, pasando incluso el ojo del huracán sobre el puerto de Acapulco.

Otis cobró la vida de al menos 51 personas, además de pérdidas y daños en bienes, construcciones e infraestructura. Se estima que tuvo costos económicos directos de 15 mil millones de dólares estadounidenses, siendo así el huracán más costoso en la historia de México.

En junio de 2024, siete meses después del desastre, integrantes del gabinete federal encargados del Plan General de Reconstrucción y Apoyo a la Población en Acapulco y Coyuca de Benítez, informaron que aún se continúa con la búsqueda de 31 personas desaparecidas y anunciaron la inversión de 15,275 millones de pesos mexicanos en la reconstrucción de viviendas y locales. También aseguraron que el 74% de los hoteles está operando y el 97% del comercio se ha reactivado.

Anuncio espectacular derribado sobre un restaurante en la zona hotelera de Acapulco, Guerrero. Siete meses después de Otis. Foto: Itzi Cancino Rábago.

Recuperándose de las secuelas: nuestras pérdidas y daños

Olivia y sus hijas son habitantes de la colonia La Libertad, en el municipio de Acapulco, Guerrero. Esta colonia se encuentra asentada desde las faldas hasta la punta de un cerro, y si se cruza, se llega a la playa. Antes de Otis era un lugar con mucha vegetación, con árboles frondosos, muchos de ellos frutales.

Han vivido ahí toda su vida, por lo que Otis no fue su primer huracán. Recuerdan que cuando pasó Paulina en 1997, su casa estaba hecha de barro y piedra, y como después de cada huracán, tuvieron que hacer reparaciones para aguantar el próximo temporal. Pero Otis, dicen, se sintió más fuerte, nunca había pasado algo así.

Más de medio año después, las pérdidas y daños que dejó Otis siguen presentes. “Cuando desperté, pensé que era un sueño, me asomé al patio, vi los árboles y lloré. Sentí que me había perdido en un lugar que no conocía, me dio mucha tristeza y miedo”, cuenta María de Jesús al ver sus árboles de mangos quebrados. “En estos tiempos había mucho mango y sí, siente uno feo, porque son árboles de mucho tiempo, yo cuando llegué ahí ya estaban los árboles grandes y ya tenían muchos años y ahora, ya no hay mangos”.

Pérdidas y daños es un concepto creado en el contexto de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) y aunque aún está en construcción y no tiene una única definición clara, tiene características que permiten identificarlo.

Los daños son aquellos impactos que pueden ser revertidos, reparados o restaurados; mientras que las pérdidas se consideran irreversibles ya que no pueden ser recuperadas ni reparadas. Las pérdidas y daños pueden ser tanto económicos como no económicos.

La parte económica se identifica a partir de activos, es decir, recursos capaces de generar ingresos como el suelo, herramientas, vehículos o árboles frutales, cuando estos activos se dañan o pierden, se les puede asociar un costo monetario de pérdida o de recuperación.

En cuanto a la parte no económica, es un poco más compleja, porque engloba aspectos que no se pueden cuantificar y que muchas veces son intangibles como la vida, la salud, el bienestar, así como aspectos con valor emocional, espiritual e histórico.

De esta manera, las pérdidas y daños económicos y no económicos no se excluyen entre sí, de hecho, pueden experimentarse al mismo tiempo. Esto le ocurrió a Marlene, la hija del medio de Olivia, quien era la única con árbol de guaya en la zona y cada temporada vendía la fruta en bolsas a 10 pesos. “Aunque sí resiento no venderla, resiento más no tenerla para comer”relata.

Delí y Marlene caminando en el lugar donde se encontraba el manantial de la colonia La Libertad y que ahora es un basurero. Foto: Itzi Cancino Rábago

A nivel comunitario, la destrucción, escombro y basura siguen siendo un recordatorio de lo vivido y un daño latente. En La Libertad no hay servicio de recolección de basura, los carretones no suben y los depósitos de basura están muy alejados como para ir a pie, por lo que muchas personas depositan y queman su basura en el terreno que anteriormente era un manantial que daba agua a la comunidad.

Como el manantial ya está casi seco, los escombros que dejó Otis en varias casas están ahí.  “Antes teníamos el servicio de recolección de la basura, pero ahora ya no viene el carretón, por lo que pasó con Otis ahora menos suben, entonces en el manantial que era de donde obteníamos agua ya lo agarraron de basurero y queman basura”, cuenta Marlene. “Nosotros mismos nos estamos acabando el planeta, la basura se tiene quemar, no podemos tenerla en la casa”, lamenta Delí, que además cuenta que a pesar de haber intentos por restaurar el manantial ha habido conflictos “incluso con machetes” entre los pobladores que quieren recuperar el manantial y quienes quieren usar el terreno como un basurero.

Desde un punto de vista de lo que no es tangible ni tiene un precio, como la salud mental, los daños también se manifiestan en esta familia, especialmente en Olivia. “Lo que me quedó es el miedo, todos los días tengo el corazón aquí en la mano”, describe.

Uno de los árboles de mango de María de Jesús quebrado a la mañana después de Otis

“Hay una diferencia entre las emociones que se sienten en distintos contextos o experiencias de cambio climático, las personas que viven los impactos directos tienen lo que nosotros llamamos como la categoría más amplia de emociones del trauma”explica Alice Poma, socióloga y especialista en respuesta emocional ante el cambio climático.

Aunado a ello, la investigadora asegura que la destrucción o amenaza de los entornos puede generar un profundo impacto emocional. “El apego al territorio es el vínculo afectivo que los seres humanos construimos con el lugar donde vivimos, por eso la pérdida de un lugar o la posible pérdida de un lugar se puede vivir a nivel emocional como la pérdida de un ser querido, es un luto”. Esto se puede manifestar con la solastalgia, que es una angustia emocional que surge del dolor por ver un territorio amado devastado.

Estos testimonios son parte de una realidad que con el cambio climático será cada vez más frecuente, y que tanto las partes económicas como no económicas necesitan y demandan una reparación.

Olivia y su familia han recibido un apoyo económico por parte del gobierno federal para la reparación de sus hogares, un total de 35 mil pesos mexicanos (alrededor de mil 900 dólares) que sirvieron para recuperar techos y bardas. También recibieron despensas y electrodomésticos.

Respecto al problema de basura, aunque se ha anunciado la recolección de hasta 262,312 toneladas de basura en las zonas afectadas y un programa de limpieza permanente, en La Libertad los escombros y basura siguen siendo un problema grave. En cuanto a las afectaciones a la salud mental y estrés post traumático, no están siendo atendidas.

Desde el Acuerdo de París en 2015, las pérdidas y daños ya eran consideradas dentro de las negociaciones climáticas, sin embargo, fue hasta 2023 durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP28, que se anunció la creación del fondo para pérdidas y daños.

Juan José Guzmán, economista y especialista en financiamiento y diplomacia climática asegura que aunque las negociaciones internacionales al respecto continúan en curso, es necesario hablar del tema ahora “para que las comunidades puedan acceder a estos fondos, entrenarse, saber cuáles son estos términos y que cuando esto ya esté negociado se accedan a los recursos”.

Por otro lado, Guzmán comenta que es necesario conocer las voces de locales en dichas negociaciones: “Estos testimonios ayudan a estructurar las definiciones, basadas en la vida real, no solamente en conceptos académicos o muy legalistas que se puedan inventar en la ONU”.

Manantial de la La Libertad convertido en basurero. Foto: Itzi Cancino Rábago

La intensidad de Otis: ¿culpa del cambio climático?

El cambio climático es un factor de fondo de los fenómenos que ocurren en la atmósfera, pero su contribución específica a eventos individuales, como el huracán Otis, es difícil de determinar.

Estudios de atribución -que buscan analizar la influencia del cambio climático antropogénico en la ocurrencia o intensidad de fenómenos meteorológicos extremos- realizados en torno a Otis interpretan que fue un evento mayormente influenciado por la variabilidad climática natural. No obstante, también se menciona que la mayor intensidad en las precipitaciones de ciclones tropicales en tiempos recientes (2000-2022) comparado con eventos del pasado (1979-2000), se atribuyen tanto a la variabilidad natural como al cambio climático antropogénico.

Otros estudios que analizan la rápida intensificación de huracanes rectifican que el cambio climático ha influido en ello, mostrando un aumento significativo en la intensificación de estos ciclones, influenciado por condiciones ambientales más favorables como temperaturas superficiales del mar más altas.

Por otro lado, el sexto informe de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático indica que, con un aumento adicional de la temperatura global, aumentará la ocurrencia de ciclones tropicales de mayor intensidad, así como precipitaciones más intensas.

Durante  el Foro “El huracán Otis y reflexiones para la próxima temporada de huracanes”, la doctora Christian Domínguez, investigadora del ICAyCC-UNAM en áreas de modelación climática y percepción de riesgos hidrometeorológicos, comentó que “nosotros ya vivimos en un mundo más caliente. El cambio climático es un potencializador de los peligros de los ciclones tropicales, no está creando nuevas amenazas, no está creando cosas a las que no nos hayamos enfrentado antes, sino que los está volviendo cada vez más intensos”.

En este mismo foro se discutió que el fenómeno de El Niño, un evento cíclico climático en el que las temperaturas superficiales en el océano Pacífico tropical son más cálidas, también tuvo un impacto significativo en la intensificación de Otis.

Al respecto una investigación, publicada en 2020 apunta a que la vulnerabilidad local y las condiciones del Niño o La Niña exacerban los impactos socioeconómicos asociados con ciclones tropicales.

“Durante La Niña, los estados del Golfo de México son afectados y es cuando el país gasta mucho dinero en desastres, 2,075 millones de dólares en promedio. Durante El Niño, los estados del suroeste son afectados, como Oaxaca y Guerrero. Y cuando las condiciones son neutrales, hay más probabilidad de que afecte toda la costa del Pacífico mexicano”, explica Domínguez.

Otra discusión dada durante este foro se refirió a las dificultades para modelar la rápida intensificación de huracanes. Allí se explicó que para que los modelos numéricos pronostiquen de manera correcta necesitan datos y, en este caso, “Otis ya había empezado su intensificación antes de lo que se observaba a partir de la información satelital”, explica Graciela Raga, investigadora del grupo interacción micro y mesoescala del ICAyCC-UNAM. En cuanto a las estaciones meteorológicas en tierra, estas comienzan a medir hasta que se acerca el ciclón, entonces, no sirven para pronosticar directamente, y en la cuenca del Pacfico “estaciones en islas no hay, porque hay muy pocas islas”, comenta la especialista.

Bahía de Acapulco, se ven cientos de árboles derribados y secos. Siete meses después de Otis. Foto: Itzi Cancino Rábago

Pronosticar eventos de intensificación rápida en huracanes es desafiante por las múltiples variables atmosféricas y oceánicas que se deben considerar. Para mejorar estos modelos, se ha sugerido integrar simulaciones que consideren condiciones asociadas al cambio climático, como temperaturas oceánicas elevadas o vientos más intensos. Sin embargo, también es importante preparar la respuesta de la población ante huracanes de alta intensidad que puedan tocar tierra con poco tiempo de anticipación.

Ya vienen de nuevo: de frente a la próxima temporada de huracanes

El 2023 fue declarado el año más cálido y seco por la Organización Meteorológica Mundial, la temperatura media anual superó los niveles preindustriales en 1.45°C. Este aumento en la temperatura contribuye a que los eventos meteorológicos sean más intensos. En México, esto se manifestó con Otis y la ola de calor más prolongada y extrema registrada en junio de 2023.

El 2023 fue, además,  uno de los años más activos en ciclones tropicales para México, con ocho en total: seis en el Pacífico y dos en el golfo de México.

La falta de vegetación después de Otis es notable en Acapulco y una de las mayores pérdidas de la zona. Durante las olas de calor presentadas en los meses de abril y mayo de 2024, los troncos secos y hojarasca se convirtieron en combustible para los incendios en varias zonas de Guerrero, terminando con la flora que quedaba de pie. En junio se iniciaron actividades de reforestación en Acapulco.

Incendio en Acapulco, abril 2024. Foto: Delí Javier

Se anticipa que en 2024 México viva uno de sus años más cálidos registrados y se pronostica una temporada de ciclones más activa en el Atlántico debido a temperaturas del mar anormalmente altas, mientras que en el Pacífico se espera una actividad ligeramente por encima del promedio.

Los ciclones tropicales o huracanes son fenómenos naturales habituales en la atmósfera, con los que convivimos cada año. Dada su ubicación geográfica, con costas tanto en el Atlántico como en el Pacífico, México es particularmente susceptible a sus efectos.

Con el inicio de una nueva temporada de huracanes, es inevitable rememorar el impacto de Otis y reflexionar sobre las lecciones aprendidas, así como considerar qué medidas se pueden implementar para reducir las pérdidas y daños en un contexto de cambio climático.

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Este texto fue producido con el apoyo de Climate Tracker América Latina