Alejandro Valenzuela/Vícam Switch
Hay reformas que no se emprenden ni teniendo mayorías calificadas… Por eso, el presidente le ha dado a Claudia Porfiria el recado de los dueños de México de que si está pensando en una reforma fiscal, que se olvide del asunto.
Una reforma fiscal ha sido la demanda progresista más pospuesta de todos los tiempos. Y no es que el gobierno no necesite más dinero. De hecho, lo necesita, y mucho, como lo demuestra la deuda interna (el mecanismo para financiar los déficits públicos), que alcanzó este sexenio los 6.5 billones de pesos.
La razón radica en una instrucción que viene de mucho más arriba. Los grandes capitalistas, los verdaderos dueños de México, esos que permiten que el gobierno y su partido jueguen los juegos del poder a condición de que no les estorben para duplicar sus riquezas cada sexenio, se oponen a toda reforma fiscal y punto.
Que el presidente dé instrucciones a la próxima presidente significa que prefieren estar bien con los oligarcas que atender los problemas fiscales, en particular el de la baja recaudación. Ellos saben bien que el sistema fiscal mexicano es CARO (cuesta 34 centavos recaudar cada peso, cuando en otros países cuesta la mitad), INEFICIENTE (disperso en muchos impuestos y poca recaudación) y que está severamente EROSIONADO (además de que permite la elusión y la evasión, sobre todo de los muy grandes capitales, está lleno de exenciones, deducciones, devoluciones y tasas cero).
Una reforma debería tener como propósito hacer que el sistema sea universal, suficiente, equitativo, neutro y simple de cumplir, además de impermeabilizarlo contra la endémica corrupción ligada a los recursos del gobierno.
Sí se necesita una profunda reforma fiscal, pero los patrones no quieren y pues ni modo.
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