OSCAR YESCAS DOMÍNGUEZ

Buenos días, no cabe duda que nos tocó vivir tiempos difíciles, en los cuales nuestra vida cotidiana se acerca mucho a la realización de conductas de sobrevivencia. El capitalismo nos ha llevado a un punto en el cual una inmensa mayoría de personas vivimos endeudados por compras que hacemos de cosas que algunas no las necesitamos en realidad, pero sentimos la necesidad de mostrarle a los demás el alcance de nuestra capacidad adquisitiva.

 Es una nueva forma de esclavitud, comprar, ya sea en efectivo o a crédito, trabajar para poder pagar, seguir comprando aumentando deudas y crédito, trabajar mas para poder seguir pagando y continuar usando nuestro crédito.

.Bien dice Noam Chomsky, el capitalismo encontró la forma de controlarnos mientras nos explota: nos convirtió en consumidores. Dejamos atrás el homo sapiens y nos convertimos en homo consumens la nueva forma de control social, mucho más efectiva que el garrote y las balas de la policía.
Pero, los que consumimos lo hacemos solamente aquellos que tenemos la fortuna de tener empleo, ya que existe una inmensa mayoría (invisible socialmente por cierto), que no cuenta con ingresos fijos, que no tiene empleo estable, que intenta seguir el ejemplo de los demás (ser homo consumens), pero no lo logra y sufre de manera permanente continuas y profundas frustraciones, mientras pasa hambre dentro de la miseria y pobreza en la que vive.

Unos y otros, consumidores y marginados vivimos en un mar de ansiedad y frustraciones porque hoy en día, para la inmensa mayoría de la población es más importante tener que ser. Mientras unos estamos angustiados por los altos pagos que tenemos que hacer cada mes en nuestras tarjetas de crédito o en otro tipo de deudas, la gran mayoría de excluidos social económicamente vive hundida en el mar de frustraciones que representa su vida cotidiana.

Somos felices? Algunos podrán decir que sí, mintiendo descaradamente, porque es mejor fingir felicidad que mostrar nuestra miseria psicológica, otros responderán afirmativamente porque han sido educados en la idea de que la felicidad se encuentra (como dice Zygmunt Bauman)  en un centro comercial, en los modernos Malls que pululan y hoy son los centros de encuentro social más frecuentados.

El capitalismo nos inculcó la idea que nuestra identidad nos la proporcionan los objetos que poseemos y nos sentimos más importantes, más valorados y aceptados socialmente, mientras exhibimos nuestras posesiones más preciadas: un nuevo teléfono, ropa y zapatos de marca, un automóvil moderno, es decir, todo aquello que anuncia que tenemos un alto nivel de capacidad adquisitiva.

La “buena vida” significa para millones de personas, vivir en casa de dos pisos, tener auto del año, cuenta en el banco, billetera llena de billetes, tarjetas con crédito ilimitado, etc.

Bajo esa perspectiva, millones de personas trabajan duro para lograr obtener esa “buena vida”. Mientras buscan como alcanzar esa idea de felicidad y buena vida, descuidan lo más importante, la relación con nuestra familia y seres queridos, la mayoría de las personas que trabajan pasan largas horas fuera de casa y están ausentes en momentos significativos del desarrollo psicosocial de sus hijos, en fechas significativas, etc., justifican su ausencia de los hogares argumentando que están cumpliendo su rol de “proveedores” y piensan que están haciendo lo correcto.

Engañados morirán, porque la felicidad no se obtiene con la acumulación de objetos ni a través del aumento de nuestras deudas.

La felicidad se encuentra en los pequeños detalles, en disfrutar “el aquí y ahora” de manera intensa con nuestros seres queridos, en valorar el tiempo de interacción social, en participar y estar presente cuando nuestros hijos pronuncian sus primeras palabras, dan sus primeros pasos, aprenden a manejar bicicletas, en los cumpleaños y fechas significativas, etc.

Pequeños detalles como relajarse y disfrutar la caricia del viento fresco que pasa por encima de nuestros cuerpos, en escuchar el canto de las aves, en valorar realmente la ausencia de enfermedad en nuestros cuerpos y disfrutar que estamos con vida.

En considerar realmente como algo extraordinario el hecho de que cada día despertamos con vida, que podemos mirar con nuestros ojos, que tenemos movilidad en nuestros cuerpos, que estamos al lado de los seres que amamos, que podemos disfrutar la música preferida con nuestros seres queridos. En la medida que envejecemos aprendemos que el tesoro más importante que podemos tener es disfrutar de una buena salud, en no experimentar dolor alguno en nuestro cuerpo.

La máxima satisfacción que podemos obtener es tomar consciencia de que somos significativos para nuestros seres queridos, que somos modelos a seguir para nuestros hijos a quienes educamos con nuestros comportamientos cotidianos,  en reconocer que somos seres sociales que pertenecemos a un grupo, a una comunidad, a una nación y que necesitamos reconstruir el tejido social destruido por el neoliberalismo que desarrolló una cultura hiperindividualista, por lo que necesitamos construir puentes de unidad y colaboración con quienes viven en nuestro entorno social.

Al igual que en el acto sexual, en el cual podemos decir que no hay mayor placer que el dar placer a nuestra pareja, en el terreno de lo social debemos aprender a reconocer que también se obtiene felicidad al ayudar al necesitado, al donar parte de nuestras posesiones al desposeído, al terminar con nuestras compulsiones de compra que nos transforman en en personas acumulativas y que tenemos en casa más cosas de las que realmente necesitamos: colecciones de zapatos, de prendas de vestir, de productos de arreglo personal, etc. 

En tiempos de crisis multidimensional que provoca un incremento de la desigualdad social debemos desarrollar un sentimiento de solidaridad con los menos favorecidos y actuar con generosidad social, con empatía genuina que nos ayude a  percibir el sufrimiento de los otros y ayudarlos con pequeñas acciones en la medida de nuestras posibilidades. Un paso importante sería dejar de invisibilizar a quienes viven en la pobreza y la miseria, reconocer la desigualdad social como acción que va en contra de la naturaleza humana y tener la capacidad de indignarse ante la injusticia ajena.

Ser feliz implica estar en constante cambio porque como dice Zygmunt Bauman en su libro La ambivalencia de la modernidad “Ser moderno significa estar en un estado de perpetua transformación” y debemos estar conscientes de que la economía en nuestra sociedad está cambiando de tal forma que la precariedad nos está alcanzando y la brecha que separa a ricos de los pobres se amplía de tal forma que la llamada “clase media” tiende a desaparecer.

Ser feliz implica estar consciente de que somos seres cambiantes y dentro de estos cambios se encuentra la construcción de una identidad como sujetos sociales que pertenecemos a diferentes grupos, por lo que necesitamos fortalecer el sentimiento de pertenencia a cada uno de ellos para cumplir con las expectativas depositadas en los roles que ocupamos en ellos.

No podemos ignorar la desigualdad social que afecta a quienes nos rodean, a quienes encontramos en nuestro camino al desplazarnos por las calles de nuestra ciudad. Parte de nuestra identidad se construye con nuestra pertenencia a diversas organizaciones y comunidades que la cultura predominante nos ayuda a construir una identidad social. La pertenencia a nuestra sociedad contemporánea en un momento histórico que se caracteriza por una crisis social sin precedentes, nos debe conduce de manera inevitable a percibir el alto grado de sufrimiento colectivo que sufre buena parte de los integrantes de nuestra sociedad.

Un sufrimiento colectivo que nos debe llevar de manera inexorable a participar en procesos de cambio social, que permitan la transformación social de tal forma que podamos construir una sociedad mejor a la que tenemos actualmente.

Necesitamos tomar consciencia del estado de “adiaforización” que nos habla Zygmunt Bauman,  provoca una sensación de indiferencia social, esa actitud neutral ante los grandes problemas sociales, que nos conduce a ver el sufrimiento de los demás como algo normal en la vida social. Esa ceguera moral que impide distinguir entre lo que es justo y lo que es injusto, entre lo que es correcto y lo que es incorrecto, lo que es moral de lo que es inmoral. Es decir, debemos cuestionar la ausencia total de ética en nuestro comportamiento social y sobre todo en el comportamiento  de los políticos, que nos lleva a percibir como moralmente neutros o irrelevantes los crímenes sociales en los que se basa la paz social.

En base a nuestra condición de seres sociales se puede afirmar que no puede existir felicidad individual dentro de un contexto social en el cual prevalece el sufrimiento colectivo. No podemos aceptar como algo “natural o normal” la gran desigualdad social que existe en nuestra sociedad. De la misma forma que sentimos orgullo y satisfacción con nosotros mismos con respecto a alguna actividad bien hecha o logro obtenido, nuestra felicidad debe estar basada en el desarrollo de nuestra capacidad para contribuir al bienestar social, a la construcción de una empatía social que nos lleve a realizar acciones de solidaridad social y fortalecer el compromiso social para construir una sociedad en la que la felicidad individual sea compartida con la mayor cantidad de personas y no se base en el sufrimiento de otros, sino que todos tengamos las mismas oportunidades de ser felices.

 Ser feliz en el contexto de la sociopatología que vivimos, implicaría ser presa del hiperindividualismo que promueve el neoliberalismo que fomenta comportamientos de gran insensibilidad social. De la misma manera que no podríamos ser felices si alguno de nuestros seres queridos estuviese sufriendo, no podemos ser felices si una inmensa mayoría de la población padece un sufrimiento colectivo por la enorme desigualdad social que padecemos.

El neoliberalismo nos empuja a consumir e induce la idea de que la felicidad se logra con un alto consumo, pero no podemos ser felices con tan sólo satisfacer nuestras necesidades básicas, necesitamos satisfacer necesidades de mayor nivel como las necesidades de autorrealización y parte de este tipo de necesidades incluye la satisfacción de cumplir un rol útil para nuestra sociedad al cuestionar la injusticia, alzar la voz en nombre de quienes están siendo oprimidos y aumentar nuestra participación para construir una sociedad democrática  donde impere la justicia y se combata la desigualdad social.

Podríamos aumentar nuestra felicidad al aceptar nuestra identidad como sujetos sociales que tenemos interdependencia e interinfluencia con quienes nos rodean y que podemos adoptar el rol de agentes de cambio social actuando en forma colectiva, unida y organizada para defender los derechos de todos y tener la consciencia tranquila sabiendo que estamos cumpliendo con nuestra responsabilidad histórica, lo cual nos permitiría experimentar una sensación de satisfacción personal y poder sentarnos a disfrutar la compañía de nuestros seres queridos, sentir la caricia del viento y del sol en la privacidad de nuestros hogares.

Publicado originalmente en: https://oscaryescasd.blogspot.com/2019/07/lafelicidad-personal-y-el-compromiso_29.html