Alejandro Valenzuela/Vícam Switch
En esas horas perdidas, como dice Joan Manuel Serrat en el Romance de Curro, Moisés se leyó enterito a don Marcial Lafuente ante la imposibilidad de hacer cualquier otra cosa por sí mismo.
La inmovilidad que empezó a padecer lo apartó de todas las actividades que antes tanto disfrutaba, como andar a caballo, salir con sus amigos, ir a las fiestas. En esa situación, era cada vez más difícil encontrar algún medio de entretenimiento que pudiera disfrutar desde su postración en el catre.
Algunos días llegaban a visitarlo sus amigos de Casas Blancas y se pasaban un rato platicándole todas las aventuras en las que él no había podido participar. Eso, en vez de animarlo, lo dejaba sumergido en una desesperada depresión.
Por las mañanas le pedía a la Gloria que pusiera el radio en la estación de las radionovelas. Muy temprano empezaba Melania la Roja, una trama en la que una espía soviética tenía la misión de hacer que fracasara el amor entre dos burgueses mexicanos. Terminada la trama internacional, oían Chuco el Roto, el elegante ladrón mexicano llamado Jesús (Chucho) Arriaga, que robaba a los ricos para darle a los pobres.
A mediodía oía El Ojo de Vidrio, una historia campirana del escritor norteño don Rosendo Ocaña, en la que Porfirio Cadena hacía de las suyas contra el gobierno en Nuevo León. La Gloria disfrutaba cuando oía a Moisés reírse de las ocurrencias de Florindo de la Rosa y Flores, un personaje afeminado que era el fiel acompañante de Tacha García, la Coralillo, una de tantas mujeres del bandido de la sierra de Huajuco.
Oía también las aventuras de Kaliman, el hombre increíble, y el pequeño Solín; del Rayo de Plata y su amigo el Serranito, y otra llamada Taulamba, que era una especie de Tarzán suramericano.
Sin embargo, no bastaba con las radionovelas; había muchas horas de ocio que hacían muy largos los días. La llegada de la noche era un bálsamo porque le daba a la familia una tregua que terminaba abruptamente al clarear el día para empezar las actividades típicas de un rancho.
Un día llegó de visita mi tío Pepe, personaje singular de Bácum al que apodaban el Arepa porque, habiéndose quebrado la columna vertebral en su juventud, caminaba encorvado casi en noventa grados. Ese accidente no lo incapacitó. Seguía montando a caballo y haciendo las labores del campo como los demás.
En su casa de Bácum, Pepe se sentaba bajo el guamúchil a leer una tras otra esas novelitas de vaqueros sobre la conquista del oeste, editadas sin monitos, en formato de libro, llamadas estefanías.
Pepe no salía sin echarse una a la bolsa por si había que matar el tiempo. Así que cuando llegó, la Gloría le pidió la que llevaba y se la dio a Moisés.
Moisés la leyó con tanta concentración que, al día siguiente, la Gloria se fue a Vícam a comprar todos los ejemplares que pudo conseguir.
La trama era simple, pero atractiva. Se trataba siempre de un pueblo desolado del viejo oeste sometido a la férula de un personaje rico y abusivo que quería apropiarse de los ranchos de la región. A ese personaje se le odiaba, pero nadie se atrevía a enfrentarlo porque tenía un ejército de pistoleros a sueldo. El único que lo había enfrentado era el dueño de uno de los ranchos, pero su osadía le había costado la vida, dejando huérfana a su bella y joven hija. En eso llegaba al Saloon (como se le decía allí a la cantina) un joven vaquero, fuerte, alto, guapo, bueno para los golpes y mejor para la Colt, que era la marca de la pistola que usaban siempre en esas historias.
El vaquero llegaba a la cantina envuelto en la tierra del camino, se recargaba en la barra, pedía un wiski doble, los otros lo veían con desconfianza, sobre todo los matones del poderoso, le buscaban pleito diciéndole cobarde, que era el insulto más ofensivo y, al final, les daba una paliza dejando uno o dos muertos. Después conocía a la guapa muchacha, que le rogaba que se fuera para que salvara su vida, pero el vaquero se empeñaba en defenderla y se enfrascaba en un pleito a balazos muy emocionante que terminaba en la victoria del fuereño, que resultaba ser un sheriff marshall itinerante o un famoso pistolero que al conocer a la muchacha quería colgar las armas. Limpio el pueblo de rufianes, los jóvenes eran muy felices en el rancho del padre asesinado.
Visto con la distancia que da el tiempo, Moisés se hubiera muerto de aburrimiento si no hubiera sido por Don Marcial Lafuente Estefanía.
CONTINUARÁ…
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