La alternancia en la presidencia de la república en el 2000 no trajo nuevas formas de hacer política sino que generalizó los modos priístas de fraude electoral, compra de votos, robo de urnas, desvío de recursos públicos y control de los organismos electorales.
Por René Córdova
Los romanos escrutaban las entrañas de animales sacrificados buscando adivinar la voluntad de los dioses, ahora no tenemos que hacerlo, tenemos estadísticas electorales para explorar la voluntad popular después de cada elección.
El ejercicio no fue banal, la mitad de los adultos sonorenses salieron en domingo a votar para elegir gobernadora, presidentes municipales y diputados locales y federales después de meses de ser bombardeados por spots, promesas, regalos, mentiras, presiones y hasta propuestas.
La complejidad de la sociedad sonorense y la amplitud de su población requieren una gran maquinaria electoral humana y logística al alcance solo de los dos grandes partidos, y quizá este es el primer mensaje de la elección 2015: las campañas son cada vez más caras, tanto que es casi imposible ganar una elección sin financiación extralegal.
Es en el trasiego y recolección de estos fondos extralegales es donde se ocultan y maniobran los poderes fácticos, los medios, la empresa, el narco, la corrupción, la extorsión y los moches. Los políticos mexicanos se sienten con derecho a utilizar los fondos y recursos públicos a cargo de sus correligionarios en una visión patrimonialista del Estado que como beneficia a todos los que acceden o esperan acceder al poder no ha podido erradicarse.
La alternancia en la presidencia de la república en el 2000 no trajo nuevas formas de hacer política sino que generalizó los modos priístas de fraude electoral, compra de votos, robo de urnas, desvío de recursos públicos y control de los organismos electorales.
Sin embargo el viejo fraude patriótico de los priístas parece neutralizarse con el fraude democrático de los panistas y ni el control y gasto desmedido de los dos últimos candidatos oficiales a la gubernatura ha alcanzado para llevarlos al triunfo.
En las dos últimas elecciones buena parte del electorado sonorense ha optado por el voto de castigo a la administración saliente, por el mal manejo del incendio de la Guardería ABC y la corrupción rapaz en ambos casos. La democracia sirve para sacar a los malos gobernantes, pero no garantiza que lleguen buenos candidatos al gobierno, esa es la amarga experiencia de muchos pueblos alrededor del mundo.
Las razones para votar son diversas y podrían ubicarse en cuadrante donde un eje va de los intereses individuales a los generales y otro de los intereses inmediatos a los de largo plazo, así pues un grupo de votantes lo hace por intereses individuales de corto plazo, a cambio de una despensa o un pago en efectivo, en contra de sus propios interés de largo plazo.
Otro grupo lo hace pensando en sus intereses individuales de largo plazo, pensando en conseguir un empleo en el gobierno, una parcela ejidal o la regularización de un predio urbano irregular, o porque realmente piensa que ese partido representa o defiende sus intereses ante amenazas reales o imaginarias.
Otro grupo piensa en intereses colectivos de corto plazo, como los habitantes de la comunidad de San Lázaro que votaron por el candidato a presidente municipal del PRD buscando beneficios para su poblado (por cierto sin conseguirlo) o el voto corporativo de algunos sindicatos y otras organizaciones sociales.
Los menos votan pensando en el interés colectivo de largo plazo, son los votantes que buscan propuestas de gobierno más allá de las promesas inmediatas pero al estar desorganizados y no tener intereses y demandas específicas se ven diluidos por los otros grupos de votantes.
La democracia liberal es una forma de negociar el conflicto entre intereses contrapuestos, de definir un ganador de manera pacífica y cosa muy importante, garantizar los derechos de las minorías, que no por perder la votación pierden su calidad de ciudadanos y actores políticos legítimos.
Cualquier esfuerzo de organización y educación política alternativa a los partidos existentes debe rebasar la visión nihilista que niega la legitimidad de los intereses individuales en los que se basa el sistema democrático y explorar vías para entender lo que quieren los ciudadanos y ciudadanas en vez de despreciarlos y esperar que el cambio social llegue solo como llegan las lluvias.