Hincada, María se talla los ojos enrojecidos. El sudor le corre por el rostro y desde hace años padece un dolor agudo y constante en sus manos despellejadas, lo que no impide que al menos seis días a la semana recolecte miles de fresas en el rancho Los Pinos, en el Valle de San Quintín, donde trabaja de jornalera.
No sabe por qué enfermó de cáncer; sólo tiene la certeza de que su condición empeoró hace cinco años. Cada madrugada sale al trabajo y antes de que salga el sol se lava las manos con agua carbonatada. Luego, cuando es tiempo de fumigar, respira aire contaminado con pesticidas.
Me arde como si me estuviera quemando, dice y muestra sus manos con piel desprendida. Explica que cuando fumigan los campos de cultivo mientras recogen fresas, a su alrededor se forma una neblina blanca, de olor metálico, que le provoca ardor en el cuerpo. Los patrones cuidan más las plantas que a uno, reprocha.
María tiene 31 años; mide no más de metro y medio y tiene el rostro cansado. Es capaz de cargar hasta 20 kilos de fresas, pero sus fuerzas han mermado. No puede darse el lujo de no trabajar, porque es el sustento de sus cuatro hijos (dos varones y dos mujeres) y su madre.
En su familia al menos dos personas han sido diagnosticadas con cáncer: ella y su madre, quien pasó la vida entre cultivos. Ya no pudo seguir en el campo, y a mí no me falta tanto tiempo, subraya.
Teme que la mayor de sus hijas, Ángela, de 15 años, también jornalera, pueda enfermar. Quisiera sacarla de las labores del campo, pero su situación económica no les permite esa opción. Tengo mucho miedo, acepta.
Los capataces y mayordomos del rancho Los Pinos reguardan los tanques de pesticidas. Rara vez los campesinos se asoman al cuarto donde están almacenados, pero en esta ocasión la curiosidad ganó.
José, uno de los jornaleros, fotografió los envases: bromuro de metilo + cloropicrina, dice en las etiquetas. Según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA), ambos pesticidas son considerados tóxicos y dañinos para la salud.
La Organización Mundial de la Salud recomienda practicar periódicamente estudios neurológicos y neurosicológicos a los trabajadores expuestos a esas sustancias, debido a que se les relaciona con daños en el sistema nervioso que se traducen en convulsiones o psicosis.
La cloropicrina y el bromuro de metilo causan además irritación severa del tracto respiratorio superior, ojos y piel. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales advierte que la exposición a esas sustancias puede generar neuropatías periféricas, dificultad para hablar y secuelas neurosiquiátricas, como dificultad para andar, movimientos involuntarios de los ojos, temblores, contracciones musculares involuntarias, ataques, disminución de las habilidades mentales y desórdenes mentales severos, que pueden desarrollarse semanas después de la exposición y persistir indefinidamente.
José cuenta que bomberos protegidos con trajes herméticos llegan periódicamente para fumigar los campos mientras cientos de campesinos están arrodillados entre legumbres o frutas, pizcando o regando. El gas tóxico los cubre de pies a cabeza.
–¿Llevan alguna protección?
–No. Bueno, los bomberos sí.
–¿Guantes, cubrebocas, trajes… algo?
–Nada. Tienen algún equipo viejo, y cuando vienen las inspecciones arman todo y nos dan las cosas, pero muy pocas veces los usamos.
Gabriela Muñoz, investigadora del Departamento de Estudios Urbanos y del Medio Ambiente de El Colegio de la Frontera Norte (Colef), explica que existen estudios de organizaciones internacionales que relacionan la exposición a pesticidas y fumigantes con cáncer, malformaciones y contaminación de la leche materna.
Señala que algunas moléculas de estas sustancias se almacenan en el tejido adiposo, lo que resulta aún más riesgoso para las mujeres.
México es la pluma más rápida del oeste: firma acuerdos internacionales, hasta parece que con la convicción de cumplirlos, pero no es así. Siguen proponiendo más leyes; primero hay que cumplir las que tenemos, plantea.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/08/11/estados/025n1est