Por: Tonatiuh Castro Silva.*
Grave desacierto de los proyectos territoriales o urbanos, sean oficiales, capitalistas o ciudadanos, el hecho de asumir de antemano un giro específicamente comercial, cultural o ecológico. Tal condición anómala que aqueja a determinados proyectos, no sólo afecta al proyecto mismo, sino que termina siendo una anomalía para la sociedad. Ningún proyecto debiera tener una sola de tales condiciones, ni siquiera en el discurso. En todo conjunto de naturaleza habitacional, existe un encadenamiento con el contexto ambiental y con el demográfico; en todo proyecto recreativo, se involucran las condiciones socioeconómicas y topográficas, y no sólo del sitio de su ejecución, sino de la ciudad o asentamiento en su conjunto. Siendo un planteamiento obvio, y que por ello se encuentra estipulado incluso en el marco normativo y en los protocolos académicos, no se verifica en los hechos, por un evidente desdén generalizado respecto al contexto urbano, compartido entre promotores, técnicos, autoridades y activistas sociales.
El fracaso de un proyecto está representado por la afrenta que constituye para la sociedad local, y no sólo por un devenir azaroso del proyecto mismo. Evidencia de ello lo es el proyecto urbano Río Sonora Hermosillo XXI. En vano, los años noventa trascurrieron sin que el proyecto, consistente en la urbanización del vado del río Sonora en su paso por Hermosillo, floreciera de la forma esperada. Su ejecución tuvo fines comerciales y corporativos, pero dos décadas después sigue luciendo una fisonomía montaraz. Su equipamiento, efectuado bajo el cobijo de un fideicomiso, consistió en construcción de un canal haciendo las veces de cauce a escala del río Sonora, una especie de bulevar, con el cauce en el sitio de un camellón, y en lotificación, en un marco de escasas banquetas, y más bien guarniciones delimitando los terrenos, así como el tendido del alumbrado público. Su demanda estuvo aletargada, y fue tan sólo el conjunto del Centro de Gobierno, y escasos edificios en sus cercanías, lo que se erigió en el área central. En años recientes se ha edificado mayor obra, diversificando los giros de los sitios, y se construyó lo que debiera ser un área verde, el parque Conmemorativo. No obstante, predomina el desierto. Qué bien que así haya sido, en consideración de experiencias previas en ciudades como Tijuana y Monterrey, donde los cauces secos se han reavivado de forma estrepitosa y devastadora.
La Manifestación de Impacto Ambiental se suele reducir a lo ecológico-biológico, aunque no sea lo reglamentario; el proyecto ejecutivo, se limita a la viabilidad mercadológica; a la agenda activista, subyace el dogma biologicista. La desintegración del amplio e integral sentido constructivo, inherente a la especie humana, se ha abandonado en la modernidad, y en particular con el neoliberalismo.
Una revisión de la historia urbana reciente nos permite advertir en el breve transcurso del siglo XXI, por encima de las variaciones partidistas y cambios gubernamentales, la continuidad del orden urbano de antemano predominante. De esta forma, se exhibe un capital cultural común a la élite sonorense, con independencia de su militancia; en cuanto al espacio urbano, se refrenda el hecho de que se sigue caracterizando por su ignorancia –más que insensibilidad, ya que se desconoce el valor del patrimonio urbano y arquitectónico– y por su limitada visión ante la potencialidad sociocultural, turística y económica que constituye la ciudad en su conjunto.
El desfase de los proyectos urbanos sonorenses respecto de la realidad es abrumador; la distancia en cuanto a los requerimientos colectivos es indignante. La consecuencia, el naufragio de proyectos de conjunto, como Musas, Par Vial Rosales-Pino Suárez, Puerta Oeste y la Ciudad del Conocimiento –estos dos últimos del gobierno de Padrés–, y lo aberrante de proyectos acotados de remodelación, restauración y mantenimiento, como los del Auditorio Cívico del Estado y el Centro de Usos Múltiples, en Hermosillo, de la era de Bours.
Justamente las obras más representativas –y onerosas– de la administración estatal de Padrés evidencian tal patente: en Hermosillo, Bulevar Kino, Plaza Bicentenario, Centro histórico de Hermosillo, Distribuidor vial El Gallo, remodelación del Patio del Palacio de Gobierno, remodelación de la Plaza Zaragoza, alteración del Parque Madero; en Cananea, restauración de la Escuela Secundaria del entonces gobernador (ubicada en la otrora Cuna de la Revolución), así como algunos proyectos, al menos, prometidos: remodelación del Centro histórico de Cananea, Acceso a Puerto Peñasco y Entronque, Rotonda en Altar, Rotonda en Bacochibampo, Rotonda en Agua Prieta, entre varios más.
En esta oleada de cambios fisonómicos del espacio público sonorense se ubica también, aunque con una naturaleza distinta, por la especificidad de su ámbito y por su uniformidad, la alteración de los planteles escolares de educación primaria en tiempos de Padrés, cuando se afectaron edificaciones con estilos arquitectónicos de valor, con condición legal de monumento artístico –o con el simple pero reconfortante rasgo de la benevolencia estética–, con el propósito de imponer cercas y accesos estandarizados y visualmente mediocres.
Cuando se pretende imponer una ideología, un modelo a seguir o un proyecto sobre una sociedad, o en cualquiera de sus ámbitos, una estrategia recurrente consiste en denostar lo que se busca sustituir, destacando sus deficiencias o, inclusive, argumentando con falsedad acerca de supuestas fallas e inconveniencias de lo existente. De allí la reciente campaña mediática en contra del valor patrimonial-cultural del estadio Héctor Espino.
En la actualidad, proyectos en ciernes, o al menos visualizados por ciertos grupos, refrendan que el ensueño suele hacerles perder de vista la problemática de la comunidad, y las necesidades reales ante ella. En ese sentido, el Parque Biocultural Cerro de la Campana lleva en su propia concepción tal desvinculación entre idea y ejecución, demanda y eventual resultado.
La efectividad de las campañas atina a nublar la mirada colectiva, como sucede en el viejo cuento en el que la condición desnuda del rey es imperceptible para los plebeyos. No obstante, para un importante sector social que preserva la cordura, duele ver que las reformas urbanas y territoriales de la región en que ha crecido o se ha avecindado, la convierten en un circo en el que el descaro del ilusionismo arranca los aplausos de los que pagan el palco, pero observan desde la luneta o, de plano, desde las gradas tambaleantes.
Este texto se publicó originalmente en Dossier Político y en AM Diario.
*Sociólogo, catedrático, escritor y músico. Investigador en El Colegio de Sonora, el INAH y en la Dirección General de Culturas Populares de la Secretaría de Cultura.