Las colonias Javier Mina y la Izazaga están vacías de gente en las calles. En la esquina trasera de la capilla está el punto donde atacaron al conductor la noche anterior. La sangre que salió de la persona que perdió aquí la vida dejó una mancha roja intensa
En portada: Caseta de la colonia Javier Mina, donde la noche del lunes 12 de febrero, asesinaron al séptimo conductor del transporte público de esta crisis de violencia en Chilpancingo
Texto y foto: Marlén Castro
Parada del centro. 10:30 de la mañana. Unas ocho personas esperan con resignación la Urvan. La noche anterior asesinaron a un conductor cuando paró en su base, en la colonia Javier Mina, alrededor de las siete y media de la noche.
Para este martes 13 de febrero se cumplen nueve días de una crisis de violencia en la capital, con siete conductores del transporte público asesinados y varias unidades incendiadas, un taxi fue quemado con todo y el conductor dentro.
Transcurren 20 minutos desde que esperan que pase una Urvan, la que sea, que los acerque un poco a donde van. Ninguna Urvan pasa, ni taxi tampoco.
Después de media hora de espera, llega una Urvan de la ruta al Hospital.
Subimos cinco personas. La Urvan ya trae arriba 15 pasajeros. Con los tres que subimos llegamos a 20. Vamos apretados. Cuatro personas van paradas. Nadie habla. Cada persona sube al transporte público con su miedo y desconfianza a cuestas.
El ataque de la noche de ayer ocurrió cuando la Urvan llegó a la base, entonces, rociaron de balas el costado derecho de la unidad. El conductor murió y otra persona quedó herida, ninguna autoridad proporcionó información de si la persona herida era un pasajero o alguien que acompañaba al conductor.
La Urvan avanza. En las siguientes paradas de la avenida principal otros quieren subir. El conductor ya no sube a nadie. Va al tope.
La mayoría baja en el mercado central, en este punto, la Urvan se vuelve a llenar. Otra vez hay personas paradas. Entre los pasajeros sube un sacerdote. Tiene que llegar a la iglesia de San Judas Tadeo, precisamente en la colonia Javier Mina. Pregunta si esta Urvan lo puede acercar un poco. Le dicen que lo deja muy lejos, que espere la de la Javier Mina.
“Ya estuve esperando mucho tiempo”, dice el padre Alfonso. Es el cura de la iglesia del panteón central.
“Sí, no va a haber combi para allá, por lo que pasó ayer”, dicen varios.
“No tengo de otra. Voy a caminar”, dice el sacerdote, el que por su aspecto se ve mayor a los 80 años; usa bastón y porta cubrebocas.
La gente de la Urvan no sabe que es un sacerdote. En este momento, tampoco yo. Lo sabré más adelante cuando lo vea saludar a todos los sacerdotes en la capilla de San Judas Tadeo, en la colonia Javier Mina, precisamente a unos 20 pasos de donde ocurrió el ataque de la noche del lunes.
La Urvan de la ruta del Hospital deja al sacerdote sobre la carretera, a la altura de la colonia Tatagildo, de ahí toma la avenida principal de este asentamiento, con una pendiente muy pronunciada, hasta llegar a la cima del cerro.
Bajé con él, con la intención de ayudarlo, yo quería llegar hasta el Hospital. Antes trato de persuadirlo de que no camine toda esa pendiente, que deje para otra ocasión su ida a la capilla, la visita a Dios en estas circunstancias puede esperar, sobre todo porque Dios está en todos lados. Después reiré de lo que le dije a un sacerdote.
“No, yo tengo que llegar, porque me toca confesarme”, dice.
La avenida principal de la entrada de la colonia Tatagildo conecta con varias colonias de esta parte de la ciudad, es amplia, pero tiene tramos con mucha pendiente. El padre Alfonso va con paso lento. Cuenta que tiene 86 años y una operación en cada rodilla. Me dice que se llama Antonio Casarrubias. En estos tiempos hay desconfianza hasta en los hombres de la iglesia.
Después de unos 25 minutos de caminar, el padre pregunta si ya falta poco. Dice que ha ido varias veces, pero esta es la primera vez que llega a pie. Unas personas que cortan guamúchiles indican que lo que vemos desde este punto ya es la capilla. El camino no fue tan largo.
Cuando el padre Alfonso llega a la capilla, los demás sacerdotes se acercan a él y lo saludan con mucho respeto. Es el sacerdote de más edad del Decanato de Chilpancingo. Más tarde, como cinco horas después, esta congregación de sacerdotes católicos emitirá una carta pastoral para pedir a los tres niveles de gobierno acciones claras y contundentes para acabar con la violencia. En esta capilla se reúne el Decanato. Por eso el padre Alfonso no podía faltar a la capilla de San Judas Tadeo.
Las colonias Javier Mina y la Izazaga están vacías de gente en las calles. En la esquina trasera de la capilla está el punto donde atacaron al conductor la noche anterior. La sangre que salió de la persona que perdió aquí la vida dejó una mancha roja intensa.
Por lo que pasó ayer ninguna Urvan ni taxi sube, es lo que informa la señora de la única tienda de abarrotes abierta, casi enfrente de la capilla.
La única opción es caminar de nuevo y llegar hasta la carretera a esperar de nuevo la única ruta que al parecer está en servicio por esta parte de la ciudad. Pasan como 30 minutos sin resultados, no hay otra opción más que caminar hasta el mercado, aproximadamente a un kilómetro y medio.
Afortunadamente pasa una patrulla de Protección Civil trae gente atrás y en cabina. No se ve que sea personal de la dependencia. Baja una señora con dos bolsas enormes de mandado. Es de las unidades que dispuso el Ayuntamiento de Chilpancingo para dar servicio mientras no haya transporte. Parece una parodia, porque es a la alcaldesa a la que la ciudadanía culpa de esta crisis violenta.
La patrulla de Protección Civil primero va al Hospital y después al mercado. El conductor de la unidad compartió que tienen base en el mercado bajo el puente morado. Ahí esperan. Cuando se juntan unas cinco personas que van por la misma ruta hace el viaje, da unas 25 vueltas al día.
En la parada de norte a sur del mercado no hay urvans, pero mucha gente espera el transporte que los lleve a las colonias del sur y poniente de la ciudad. Entre todas estas personas está Adriana, quien vive en la colonia Los Sauces. Cuenta que todos estos días no ha habido transporte para su colonia. Que la gente que tiene necesidad de salir de sus casas a trabajar o a atender algunas situaciones de emergencia, camina hasta el parque Unidos por Guerrero, sobre la avenida Miguel Alemán, algunos caminan como media hora.
Adriana se aguantó de salir toda la semana pasada en la que empezó la crisis del transporte Dice que tuvo miedo. Ayer lunes salió por primera vez en ocho días. Bajó al parque Unidos por Guerrero y ahí tomó la Urvan que la trajo al mercado. Adriana obtiene sus ingresos de la venta de pozole. El lunes salió a comprar lo que necesita para hacer su pozole, el jueves anterior no vendió, pero no puede darse el lujo de hacerlo dos semanas.
“El lunes salí y hasta pensé que no era cierto lo que decían en las noticias de que no había transporte y que la ciudad estaba sola. Tomé la combi, la que pasó rapidísimo y llegué al mercado, pero hoy volví a salir porque me faltaron algunas cosas, y ahora sí vi que, efectivamente, no hay transporte”.
El lunes 12 de febrero parecía que la situación sobre el transporte se normalizaría, por la mañana se informó que ya estaba en circulación un 85 por ciento aproximadamente, no era tan cierto, pero se observaron a varias unidades en circulación. Lo que pasó en la noche en la colonia Javier Mina generó este miedo, otra vez, de los conductores de salir a trabajar.
Adriana tiene unos 10 minutos en espera del transporte que la acerque a su casa. Lleva una bolsa de mandado grande, es mucha carga para caminar hasta su casa desde el mercado, más o menos se haría unas dos horas, recorrería a pie unos seis kilómetros. Prefiere esperar. Confiesa que siente miedo de viajar en el transporte público.
“Pero si no vengo a comprar no puedo hacer mi pozole y no tendré dinero para vivir”. El tiempo pasa. Al cabo de unos minutos, la única Urvan que llega es la de la ruta Mercado-Independencia. La acerca a una cuadra del Parque Unidos por Guerrero. Se sube. Casi todas las personas que esperaban en la parada se suben. La combi llena los asientos y sube más gente que se va de pie. El conductor cobra 10 pesos.
“Entiendan –justifica–en verdad estamos arriesgando nuestra vida”. La gente que dio solo ocho pesos, saca los otros dos, para completar.
En 15 minutos la Urvan llega a donde se baja Adriana. La circulación vial es en estos días, sin las más de 800 Urvans y 700 taxis, es ligera; en poco tiempo se llega a los puntos de interés.
La Urvan sigue su trayecto. Ya nadie sube porque va llena. Tampoco nadie baja. El destino de esta unidad es la cima de un cerro al poniente de la ciudad. Trato de platicar con la gente que se acaba de bajar sobre cómo se siente al subir, pero la gente huye. Tiene desconfianza de decir algo. La Urvan no hace base. Es una medida de seguridad. El conductor no espera el pasaje. Ni la gente espera a la Urvan en la base. Quien va a abordar se espera en sus casas, en las esquinas, en las tiendas abiertas, cuando escuchan un carro, que podría ser la Urvan, salen a hacer la parada, si no es la Urvan vuelve al punto en el que aguardaban.
La caseta de madera vieja donde los conductores de esta ruta checan, está cerrada. En esta cuadra sólo hay una casa con las puertas abiertas. Pregunto cuánto tarda la Urvan en bajar. En estos días nadie sabe con exactitud. Saben que hoy trabajaron sólo dos y que un viaje más o menos tarda una hora.
“Calcule”, dice la señora de la casa.
Le pido permiso para estar ahí mientras pasa la Urvan de nuevo.
“Sí, sí quédese aquí, allá afuera no es seguro”, dice y luego agrega:
“Está complicado, verdad, todo por Norma Otilia (la presidenta municipal)”.
¿Por qué, por ella?
“Pues, por su reunión con un líder criminal, no sé de qué grupo, pero cómo se le ocurre reunirse si ya tiene compromiso con otro”, dice la señora.
La Urvan tarda unos 40 minutos en aparecer, baja por la principal de la Independencia. Son las dos y media de la tarde. Avisa que sólo una hora más seguirán en circulación.
“Para que midan su tiempo”.
Publicado originalmente en Amapola Periodismo
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