Luis Enrique Ortiz

Suena a cerebro atormentado eso que circula en redes, en el sentido de que México perdió su independencia en el más patrio de los meses, septiembre.

Por donde se vea no es más que una frenética jalada mental con ambas manos para plantar la idea de que la Independencia mexicana reside en el poder Judicial, herencia del neoliberalismo.

Que al aprobarse por voluntad popular la reforma al mismo, la única y última institución patriota de la nación, había caído por dos tercios o más delos 500 diputados federales y de los 128 senadores de la República mandatados a votar así por el Pueblo que los eligió, eso dicen los agoreros de la derecha corrupta.

Pero, ¿a dónde se fue la independencia? Porqué sí es cierto, el poder Judicial cuya reforma fue elevada a rango constitucional muy recientemente, actuó no pocas veces con absoluta independencia, como en el caso en el que le descongeló las cuentas bancarias a los cercanos familiares de Genaro García Luna, el ex secretario de Seguridad de Felipe Calderón Hinojosa, al día siguiente de que un jurado estadounidense lo encontró culpable de trabajar para el cártel de Sinaloa.

Decenas de presuntos delincuentes asociados al crimen organizado han sido liberados, incluso absueltos utilizando la sagrada independencia del poder Judicial. Aparato corrompido al extremo de violar la Constitución que están obligados a respetar y a hacer respetar.

La reforma intenta oxigenar el corrompido poder Judicial, entre otras cosas con la elección plebeya de los ministros, magistrados y jueces. Pone topes a sus ingresos de acuerdo a la Constitución y contiene mecanismos que permiten fiscalizar su trabajo y sancionar el uso abusivo de la Independencia.

Todo mundo sabe que el actual Consejo de la Judicatura y la Carabina de Ambrosio son casi lo mismo, que no sólo no pone orden en la tremenda corte, sino que es parte del submundo de privilegios de que gozan los juzgadores, los únicos reconocidos por ley de administrar justicia.

El poder Judicial, en su actual forma, como lo hemos conocido los más “oldies”, sólo tuvo independencia durante un sexenio, el que termina este mes junto con los privilegios de ministros y magistrados. Antes, en todos los gobiernos, incluso los anteriores al neoporfirismo, el aparato de justicia en México guardaba obediencia al presidente en turno.

Ahora que le dieron libertad e independencia, no pocos “se volvieron la bichi” (se alocaron) y elevaron la justicia al alcance de quien pudiera pagarla. Una mercancía al alcance sólo de los ricos.

Si lo comparamos con los seis gobiernos del neoliberalismo, México es mucho más independiente –políticamente hablando- a partir de diciembre de 2018.

El sexenio de Andrés Manuel López Obrador cedió ante Trump en materia migratoria, pero apuntaló con independencia las bases del futuro desarrollo nacional, recuperando soberanía en materia energética y en la extracción monopólica del litio, mineral estratégico en la cadena productiva de la electromovilidad, sustentable o no.

Mucho grito, hasta de auxilio, por todos lados, pero lo mejor estuvo en Hermosillo, con el Grifo de Independencia, una genialidad de la culta comunidad del Cerro de la Campana, donde hubo harto chupirul y dogos con harta mostaza.

Dicen que estuvo de pelos y papilas gustativas, aunque hay versiones que el aquelarre unisex fue una fiesta sorpresa para el poeta Paco Luna, quien el 15 de septiembre cumplió 68 años, opacando el hecho (al menos en la colonia El Mariachi) de que un día como ese nació el dictador y modernizador de México, Porfirio Díaz.

¡Viva México!

¡Viva la autonomía de los pueblos originarios!

Foto: Felipe Larios Gaxiola

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