EnPortada: Édgar Andrés, de sudadera negra, la compartió en sus redes sociales el escritor Tryno Maldonado, quien está al lado del maestro normalista de Ayotzinapa. Foto: Facebook Tryno Maldonado.
El normalista de Ayotzinapa continúa adelante, pero las cicatrices en su cara y cuerpo lo regresan a la noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre del 2014
Texto: Margena de la O
Foto: Facebook Tryno Maldonado
A 10 años y cinco meses del balazo que le destruyó el maxilar, Édgar Andrés Vargas se empeña en borrar las cicatrices de su rostro y cuerpo a consecuencia de las siete cirugías de su reconstrucción.
Esas cicatrices continúan transportándolo a la noche de Iguala, cuando corría desangrándose sobre la calle Juan N Álvarez.
“En estas fechas que veo las cicatrices que tengo, por ejemplo, de cierta manera me transporta a lo sucedido, incluso hasta me ha dado como sensación de arrepentimiento”.
Edgar Andrés se ha reprochado por qué asistió a Iguala y cuestionado por qué le tocó a él.
En ese momento estudiante del tercer año de la licenciatura en Educación Primaria (2012-2016), acudió a Iguala la noche del 26 de septiembre del 2024, como parte de la comitiva de normalistas rurales que salió de Ayotzinapa en apoyo a sus compañeros que policías habían baleado en el trayecto que va del mercado hasta Periférico Norte, cruzando por el centro, después de sacar tres autobuses de la estación camionera Estrella Blanca.
Más tarde fue parte del grupo de estudiantes que se refugió en la clínica Cristina, donde llegaron elementos del Ejército para reprocharles por su presencia en la ciudad.
En la clínica, Édgar Andrés vio por primera vez su herida, sin reconocer, todavía, el grado de la agresión. “Me acerqué, no recuerdo si era una ventana o un espejo donde se veía mi reflejo, y pude ver un poco, pero sólo veía sangre, no veía otra cosa, no sabía la magnitud de lo que me había ocurrido, incluso ya estando en terapia intensiva yo creí que todo el proceso iba a ser de unos meses, y hoy por hoy ya son (más de) 10 años”.
La larga lista de cirugías y revisiones que lleva Édgar Andrés no resumen 10 años invertidos en su reconstrucción física, pero muestran cierta complicación de su proceso.
Los primeros días después de la lesión los pasó en terapia intensiva, tuvo varios meses sin hablar a causa de la herida, fue alimentado mediante sondas durante dos años, acudió a citas constantes con especialistas en otorrinolaringología, cirugía plástica, ortopedia para su exhaustivo procedimiento de funcionalidad y reconstrucción del maxilar; cirugías diferentes, todas dolorosas y molestas, hasta la vez que le fijaron el dedo ancho del pie izquierdo, porque le causaba dolor al caminar, consecuencia de que le extrajeron un hueso del peroné, para la reconstrucción de su paladar. Todavía le incomoda el pie.
Las consecuencias y el procedimiento de reconstrucción tiene costos emocionales en la vida de Édgar Andrés, que no sólo se agotan con sobrellevar lo que vivió la noche de Iguala, es aceptar la persona que es ahora, por sus cambios físicos a causa de la reconstrucción. “Por mucho tiempo no me aceptaba físicamente. Si veo mi cuerpo, tengo cicatrices por donde sea y eso por mucho tiempo me ha generado cierta inseguridad, aunque lo he tratado con sicólogos, sigue esa parte”.
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En la actualidad abraza una de las aspectos más importante que le dejó la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, su formación de maestro. “Le tengo mucho cariño a la institución (Ayotzinapa)”. Desde 2019 es profesor de una primaria de turno vespertino en el Estado de México, porque ganó una plaza después de hacer su examen de oposición. Este mérito empezó a reconocérselo hace poco, en un ejercicio por valorar su esfuerzo, como parte de su propia recuperación, que aún tiene fases pendientes, como la eliminación de cicatrices, físicas y emocionales.
Estuvo casi cinco semestres en la Universidad Iberoamericana (IBERO), en la Ciudad de México, cursando la licenciatura en Derecho, por una beca que logró con el apoyo del Centro Miguel Agustín Pro, para probarse en la defensa de los derechos humanos. No la culminó, porque su recuperación y su faceta de maestro fueron prioridad.
A la escuela primaria –este ciclo escolar (2024-2025) tiene a cargo sexto grado– evita llevar lo que le pasó aquella noche, porque prefiere que lo conozcan por su aportación como docente, pero no olvida la agresión. “Lo de Ayotzinapa siempre va a ser un crimen de Estado”.
Publicado originalmente en http://Amapola