Por Jorge Tadeo Vargas
En el informe “Primera Comunicación sobre la Adaptación de México ante la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático” se afirma –con datos científicos- que entre el 2015 y el 2039, la variación climática con respecto a la temperatura tendrá un aumento de dos grados centígrados, además de una disminución en la precipitación anual de entre el diez y el veinte por ciento, lo cual pone en riesgo cualquier actividad humana que se realice al aire libre. Si bien esto puede o debería de modificar actividades como el turismo –principalmente el de sol y playa- además de otras actividades recreativas, donde se resentirá o se está resintiendo más, es en el sector agrícola donde los afectados directos, es decir, los jornaleros, ya están resintiendo los impactos de lo que sucede con las altas temperaturas, ello sin haber alcanzado el tope máximo que presenta el informe y demás estudios e investigaciones al respecto. El resultado: severos daños a la salud humana, ambiental y como consecuencia a la economía de las familias.
Aunque esto se resiente a nivel nacional –y global- es indudable que entidades como Sonora, Baja California, Sinaloa, donde se tiene una extensiva actividad agroindustrial, está pegando aún más fuerte y se espera que aumente, por lo que la actividad agrícola tendrá severos impactos en las poblaciones humanas que se dedican a trabajar como jornaleros principalmente.
A esto tenemos que añadirle que el informe señala que más de la mitad de los municipios en el país presentan entre alta y muy alta vulnerabilidad a las seis aristas de mayor riesgo ante el cambio climático. Entre las aristas más importantes se encuentran la sequía extrema, las inundaciones, los deslaves y el incremento de enfermedades por vectores, estas cuatro se presentan en el estado de Sonora como de muy alta vulnerabilidad, lo que aumenta los riesgos de cualquier actividad al aire libre, especialmente las actividades agrícolas que son de mucho esfuerzo físico, a rayo de sol y horas de trabajo continuo sin descanso.
Ahora ¿Por qué me parece importante recalcar las actividades agrícolas como las de mayor riesgo? Pues, en primer lugar, las olas de calor que ya se están presentando de forma constante, llevan a el aumento de la tasa de mortalidad –principalmente de hombres entre los dieciocho y cuarenta y cinco años- de los jornaleros agrícolas, que si a esto le sumamos las condiciones que viven en los campos, con poco o nulo acceso a agua potable, jornadas laborales extensas, espacios inadecuados como vivienda, tenemos como resultado que el modelo agrícola actual no está preparado para ofrecer una vida digna a los jornaleros ante la crisis climática, donde estos pasan a ser un recurso prescindible.
Esto es importante mencionarlo, pues la agricultura desde los inicios de la civilización actual es parte fundamental de la evolución en la forma que tenemos de conseguir nuestros alimentos, es la base que nos permitió dar el brinco de recolectores-cazadores a formar asentamientos permanentes. Claro que con el tiempo y con la evolución de los sistemas de gobiernos esta fue cambiando hasta llegar al modelo agroindustrial que tenemos en la actualidad y que responde en mayor medida a un modelo de producción-consumo extractivistas/depredador, el cual en su primera línea está el proceso de devastar tierras, prepararlas.
Sembrar y cultivar es el responsable de aproximadamente el doce por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Si le sumamos el efecto de transportar los alimentos cultivados, los suministros que se usan, la producción de los agro-tóxicos, esto nos da alrededor del treinta por ciento, convirtiéndose así en uno de los mayores productores de gases de efecto invernadero a nivel global. Aquí también tenemos que sumarle su participación en la crisis hídrica, la contaminación de cuencas, la devastación de bosques y otros ecosistemas, la especulación alimentaria basada en monocultivos y otras formas de dominación por parte de esta industria, donde quienes pagan los costos son los ecosistemas, las comunidades cercanas y los jornaleros.
Ahora bien, si vemos a la agricultura familiar como la alternativa y el modelo de adaptación al cambio climático, como lo dicen algunos activistas e investigadores hay que tomar en cuenta –con sus asegunes- de que casi el ochenta por ciento de la diversidad de alimentos que se consumen a nivel global provienen de la agricultura conocida como familiar, es decir alejada de la agroindustria, pero no necesariamente con prácticas de cultivo distinto, el uso desmedido de agrotóxicos sigue siendo un problema. Sin embargo, si partimos de una serie de políticas públicas encaminadas a proteger a la agricultura familiar, que los cultivos se basen en enfoques ecosistémicos y menos en enfoques económicos o de especulación alimentaria, puede ser el camino a seguir, aunque también es importante mencionar que de los dos modelos, el familiar es el de mayor riesgo de no soportar la crisis climática con las aristas antes mencionadas, por lo que buscar cómo mantenerlo es un tema de justicia climática y socio-ambiental.
Los cambios que estamos viviendo ponen en urgencia buscar soluciones que vayan más allá del capitalismo, donde los enfoques ecosistémicos predominen a los enfoques económicos, de lo contrario los costos, los muertos los seguiremos poniendo nosotros, mientras el sistema se sigue enriqueciendo.
Julio 2024
Desde el (auto) exilio en los bosques de Klatch City
Jorge Tadeo Vargas: sobreviviente de Ankh-Morpork, activista, escritor, traductor, anarquista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena.
Desde hace años construye una caja de herramientas para sobrevivir.
A veces viaja a Mundodisco