Por Luis Enrique Ortiz.

Desde su fallido intento de descarrilar el concluido proceso para elegir la nueva coordinación de los Comités de Defensa y Profundización de la Transformación, Marcelo Ebrard no ha dejado de cometer errores y de asumir estrategias que lo han llevado a una brutal reducción en su popularidad, la cual hoy por hoy es menor en mucho más del 50% de lo que tenía el 5 de septiembre.

En MORENA, de acuerdo con al menos media docena de casas encuestadoras, Marcelo ganaría la presidencia de la República con una cómoda ventaja, pero si “hubiera” sido el abanderado del Partido Movimiento Ciudadano, no llegaría ni al 10% de votos en la elección constitucional.

Al final no es candidato de ningún partido y ya no lo puede ser por la vía independiente.

Decidió quedarse en MORENA, pero lanzando la advertencia de que Él realizará una campaña rumbo al 2030, de manera simultánea, paralela, a la que deberá iniciar Sheinbaum Pardo para ganar la presidencia en 2024.

Pero el Marcelo que obtuvo 25% de la intención del voto de personas encuestadas en el pasado proceso morenista ya no es el mismo de hoy, no es candidato de nadie y su credibilidad ha caído terriblemente, no sólo por fingir y/o provocar actos de violencia o denunciar irregularidades que no han podido demostrar, sino por responder con el hígado ante el triunfo de Claudia Sheinbaum Pardo, para la referida coordinación.

Por todo lo anterior y con sus ínfulas de “hola besen mi trasero”, con un aire de Rey Julian, por fin alguien decidió ponerle un alto al primer Canciller de la Cuarta Transformación.

Fue la misma coordinadora, Claudia Sheinbaum, quien le dijo a Ebrard que en MORENA todas las candidaturas se determinarán por encuesta y que no se permite la conformación de corrientes y cuotas de poder.

Pero supongamos que sí, que a Marcelo se le de el trato de lo que hoy por hoy vale, su porcentaje alcanzaría a rebasar apenas el que obtuvo, en el pasado proceso, el senador Ricardo Monreal Ávila, quien se apoderó del sótano en la contienda mentada.

Marcelo sólo tiene la opción de ser institucional, incluso si no quiere trabajar para ganar los dos tercios del poder Legislativo federal y realizar las reformas que demanda profundizar una transformación en marcha, incluso si no habla hasta el 3 de junio próximo, el Carnal quedaría bien parado.

Pero si llega tronando los dedos con un dejo, tipo Gordolfo Gelatino, a querer coordinar en lugar de coordinarse y exigiendo cuotas para sus cuotas, pues no es extraño que le paren el alto no sólo el vocero de la coordinación general, Gerardo Fernández Noroña, sino la misma compañera Sheinbaum Pardo.

Al 10% que le daba la gente la semana pasada como abanderado del PMC, réstele que ya no tiene marca, porque esta pesa y no poco a veces ¿Qué le queda? ¿Un 5%?

Pues en ese escenario, el berrinche de Marcelo le habría significado un enorme costo, imposible de remontar incluso si cumple su amenaza de sólo trabajar para Él.

Decidió entrar a la catafixia, cuando ya tenía segura la coordinación del senado, desde donde sin necesidad de andarlo diciendo, podría hacer una campaña con cargo al Erario, con todos los reflectores que el dinero puede comprar y sin ningún regateo de que era “per se” candidato natural a suceder a Claudia Sheinbaum, sobre todo si en esos seis años se hubiese apegado al guion de profundizar la Transformación.

Desde entonces, Marcelo se ha mostrado públicamente como alguien que no sólo no sabe perder, sino que no cumple acuerdos, que no sabe demostrar sus acusaciones, que quiere imponer condiciones donde no tiene fuerza ni autoridad para hacerlo.

Un dirigente que duda y no tiene claro que hacer ante las dificultaces, las adeversidades y los retos de la vida diaria, en eso se convirtió Ebrard, quien responde de manera más emocional que racional a situaciones que requieren una alta dosis de racionalidad.

Muchos que lo siguieron por afinidad, pero también por considerar que ser del equipo de Marcelo acortaba la cola a una candidatura segura, ya no tienen posibilidades y el caso emblemático es el de Malú Micher, a quien la utopía guanajuatense se le aleja un poco más que antes.

El espacio debe ser breve, por eso próximamente escribiré de dos compañeros de izquierda, de los tiempos de la dura lucha social de 1987, Cervando Flores Castelo, quien pretende ser diputado (a quien por cierto apoyo) y el otro no menos importante Juan José León a quien el finado camarada Diego Farías bautizó como Bolchevique, sólo porque no le pudo ganar ninguna discusión cuando viajábamos al 20 aniversario de la matanza de Tlatelolco, al Zócalo de la Ciudad de México.

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