Alejandro Valenzuela

Dijo la bruja: “Si no me lo hubieran traído hoy, habría muerto la noche de San Silvestre”. Luego agregó en tono misterioso: “Esa mancha en la cara no es paño, es tierra del panteón”. Estaba hablando de la extraordinaria, pero verídica, historia que le sucedió a Moisés (el Pito) Valenzuela, fallecido el pasado mes de agosto.

Esa historia, dividida en diez capítulos, aparecerá aquí en el Vícam Switch cada sábado a partir de hoy. Ojalá la disfruten y la enriquezcan con sus valiosos comentarios. Ahí va el primer capítulo.

I. LA LLEGADA

Cuando llegamos a Casas Blancas, allá por el ahora lejano año de 1962, construimos un pequeño rancho a la vera del camino que va de Vícam a Pueblo Vícam. Además de la distancia con las casas más cercanas, otra cosa nos separaba de nuestros vecinos: la barrera del idioma. Con la excepción de mi padre, nadie hablaba la lengua y eso nos impedía interactuar con la comunidad si no era a través de nuestros parientes yaquis.

En el fragor de la guerra, en 1917 guerreros yaquis mataron a mi abuelo, el padre de mi padre, y el jefe de ellos se robó a mi abuela para hacerla su mujer. Ella llevaba un niño de unos siete años y un embarazo de unos tres meses. Por esa razón, Ramón nació en la sierra del Bacatete. Diez años después, casi al finalizar la guerra, el jefe yaqui que se los llevó murió en combate y las diezmadas tropas yaquis huyeron hacia el cerro del gallo, donde estaba el campamento. Allá, quedaron solos, pero al amparo de la comunidad.

Firmado el armisticio que puso fin a la confrontación, en 1927, mi abuela regresó a Bácum, donde fue recibida como una aparición porque todos la suponían muerta. Ramón, que entonces era un niño, se adaptó muy rápido al pueblo. Todo para él era nuevo y deslumbrante. El Cápula, en cambio, que era ya un muchacho de diecisiete años, no se adaptó a la vida yori y regresó a la tribu para buscar a su novia. La encontró, se casó con ella, y ese es el origen de la poderosa rama yaqui de nuestra familia.

A pesar de que La Gloria nació justamente cuando terminó la guerra, creció oyendo las historias sobre los yaquis que tanto terror causaban en los niños del pueblo y que medio siglo después todavía eran usadas por los adultos para que no cruzaran el río.

Cuando llegamos a Casas Blancas, la Gloria tenía todavía un miedo casi instintivo a los yaquis, pero pronto se dio cuenta de que el tiempo había curado casi todas las heridas y que una familia yori, como nosotros, podía vivir en armonía en esa pacífica comunidad.

Fue allí donde conocimos a los parientes yaquis y ellos, con extraordinario desinterés, como pudieron, nos hicieron la vida más fácil. Ayudó también la actitud de mi padre, que se sentía parte de ellos, aprovechando la ventaja que le daba pertenecer a ambos mundos.

Publicado originalmente en: https://www.facebook.com/vicam.switch