Como la extraordinaria, pero verídica historia que le sucedió a Moisés (el Pito) Valenzuela termina una víspera de año nuevo, hemos ajustado el calendario de publicación de la siguiente manera: hoy 16, 18, 20, 22, 24, 26, 28, 30 y 31 de diciembre. Seguimos contando con el enriquecimiento que ustedes, nuestros lectores, le darán con sus comentarios.

EL MAL

Alejandro Valenzuela/Vícam Switch

II. EL FIESTERO

En el ranchito de Casas Blancas vivimos pocos años, pero los suficientes para plantar una huerta de frutales, sembrar un verano de sandías y melones, cosechar maíz, frijol y garbanzo y criar cientos de gallinas y algunas vacas y caballos.

Con la prosperidad del lugar, la gente de Casas Blancas empezó a llegar, primero para refrescarse con el agua de la noria que construimos, luego para llevar cosas que la Gloria regalaba (huevos, queso, quelites, frutas) aprovechando la abundancia y, con el tiempo, llegamos a tener amigos que todavía vemos o recordamos con cariño.

Moisés llegó allá siendo adolescente, justo la edad en que a los muchachos les gusta salir con amigos, tomar un poco, buscar novia y bailar en las fiestas de los pueblos cercanos. Moisés era un muchacho parrandero y salidor.

Por esos tiempos y en esos lugares, una condición para poder salir a divertirse era tener un caballo de silla y jáquima completa. Pronto se hizo de un caballo retinto, un poco pajarero, al que amansó y entrenó con paciencia y dedicación.

Su maestro fue un muchacho con el cuerpo contrahecho. Tenía una enorme joroba y no había crecido más allá del metro veinte. Sus piernas, muy delgadas en relación al resto del cuerpo, se pegaban como ventosas al lomo de los caballos. Era un maestro del jineteo.

El jorobado entrenada caballos haciéndolos bailadores, pero les agregaba un detalle. Para no necesitar ayuda para montar, entrenaba el caballo para que se echaba al suelo. Si al jinete se le caía el sombrero, el caballo lo recogía con el hocico y se lo daba en a mano. Era un espectáculo ver la comunión entre ese hombre de apariencia disminuida y ese ese animal supuestamente bruto.

Bajo la cuidadosa instrucción de su maestro, Moisés se convirtió en un vaquero consumado. Con el tiempo, amansar y entrenar caballos se convirtió en una diversión y en un oficio que le daba ingresos para financiar la diversión.

La vida en el campo es muy cíclica, a veces hay abundancia y a veces hay escasez. Hay periodos en que no se pueden vender ni las cosechas ni los animales porque están madurando o creciendo. En esos tiempos, tanto él como sus amigos se contrataban en otras actividades, como reparar cercos, deshierbar campos, traer leña y hacer carbón. Con eso, acumulaban algo de dinero para cuando llegaran los días de fiesta.

Había bailes ocasionales, como bodas o quinceañeras, pero en el calendario de la diversión había fechas específicas, como la fiesta de la Santa Cruz, en Tórim; la de la Trinidad, en Pótam; la de San Juan, en Pueblo Vícam, y la de la Virgen del Camino, en la Loma de Bácum.

Los sábados, terminadas las faenas del campo, llegaba al ranchito un numeroso grupo de amigos, todos a caballo, para salir a divertirse. Moisés regresaba en la madrugada cantando canciones campiranas que hoy suenan envejecidas.

Publicado en: https://www.facebook.com/vicam.switch

Foto: Armando Sánchez