Alejandro Valenzuela/Vícvam Switch
Por las noches, Ramón empezó a pasar largos ratos en el patio, mirando para arriba. Cuando la Gloria le preguntó qué hacía, le respondió que estaba pendiente por si balaba el chivito.
En las comunidades yaquis existe un ser mitológico al que le dicen el chivito porque por las noches bala como un caprino, pero pasa volando, como ave nocturna. Nadie lo ha visto, pero se sabe que existe porque se le oye. El balido del chivito es un anuncio de la inminente muerte de alguien cercano.
Una noche, después de los acontecimientos que aquí se relatan, lo oímos mientras cenábamos. Fueron tres balidos y, a pesar de que sabíamos que era inútil, salimos al patio y volteamos hacia arriba. Alguien se va a morir –dijo Ramón. Nos fuimos a dormir y por la madrugada nos despertó el ruido de cascos de caballo. El ruido llegó hasta la puerta de la casa y luego se oyó que alguien gritaba el nombre de Ramón. Cuando salimos al patio no había nada. Clarito oí que era Juan Celaya –dijo Ramón.
Por la mañana nos enteramos que la tarde anterior Juan Celaya había sido asesinado en una cantina de Vícam.
Por más que Ramón montó vigilancia, mientras Moisés estuvo enfermo el chivito no baló.
Como la gente pensaba que sí se iba a morir, empezamos a tener muchas visitas. Todos recomendaban algún remedio milagroso que había funcionado en circunstancias parecidas.
Llegó el invierno y, con él, las fogatas para quitarnos el frío. Ramón ponía tres o cuatro troncos y hacía una lumbre que, en minutos, chisporroteaba alegremente. En lo que la lumbre encendía, la Gloria preparaba café inundando la casa con ese aroma delicioso que impedía que uno siguiera durmiendo.
Ramón cargaba a Moisés, lo sentaba en una silla, lo amarraba y lo arrastraba hasta la fogata.
Uno de esos días, antes del amanecer, estábamos alrededor de la lumbre, con los brazos extendidos para calentarnos las manos, la Gloria, Ramón, mis tíos Manuel y Enrique, Moisés, Gerardo y yo. De pronto, algo cayó en medio de la lumbre haciendo un reguero de brasas. Gerardo y yo nos asustamos tanto que nos aventamos cayendo de espaldas en el suelo.
Era un búho enorme cuyo cuerpo descabezado saltaba convulsionándose como si estuviera vivo.
Nos quedamos en silencio viendo que la cabeza, separada del cuerpo, abría y cerraba los ojos y el pico en una macabra sincronización.
CONTINUARÁ…
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Imagen: Vícam Switch