El contenido de esta columna lo escribí y se publicó en otro medio de comunicación hace poco más de 3 años, pero considero que sigue permaneciendo en plena vigencia dada la poca apertura a la confrontación de ideas y escasez de debates. Es por eso que decidí volver a publicarla.
Frecuentemente sostengo discusiones con diferentes personas en temas de diversa índole, he de confesar que en muchas ocasiones soy yo quien busca propiciar esas discusiones, intento que se torne en un intercambio de ideas, un ejercicio dialéctico donde se escuchen, se expongan y se rebatan esas ideas, y aunque al final del debate los exponentes sigan abrazando sus creencias, lo que sí se garantiza con un debate civilizado y con apertura a escuchar analíticamente los argumentos de la contraparte es que por lo menos estos exponentes obtendrán una visión más amplia de las ideas contrarias a las propias. En conclusión el debate, alegata, discusión (como se le guste llamar) con argumentos sólidos y no sólo tratando de “ganar” e imponer la opinión propia, sino siempre con el objetivo de buscar la verdad o lo que más se acerque a ella, finalmente enriquece el intelecto.
Desafortunadamente en esta sociedad sonorense es difícil coincidir con gente que acceda a este tipo de dinámica, cada quien ostenta sus verdades absolutas y es un oprobio personal el contradecirlas, en algunos casos el simple hecho de cuestionarlas genera una reacción colérica. Somos una sociedad hipercrítica de todo y de todos menos de nosotros mismos.
Cuando un automovilista hace sonar su claxon encabronado por la casi envestida errática de otro conductor, este último es muy probable que reaccione igualmente enfurecido porque piensa que el otro debió haber actuado de manera más tolerante y no haber reaccionado iracundamente porque no hubo intención de impactarlo, solo fue un descuido. Pero si invertimos a los automovilistas en la misma escena, la probabilidad de que reaccionen de la misma manera es altísima.
Este sencillo ejemplo es un espejo del tipo de sociedad que somos, la crítica no da pie a un cuestionamiento interno sino que activa un mecanismo instintivo de negación y agresión. En otros países o en nuestro propio México presentadores de ideologías y empresas rivales se sientan a debatir al aire, no están de acuerdo pero reconocen el derecho mutuo de la opinión y celebran sus diferencias con el debate.
Nosotros los sonorenses hemos construido una sociedad simplista preocupada enormemente por la imagen de los envases y no tanto por lo nutritivo del contenido ideológico que guarda dicho recipiente, burbujas vacuas que al menor pinchazo de cuestionamiento revientan en desagrado e incomodidad porque se exhibe el vacío de ideas.
Propongo empezar a gestar una sociedad alegadora, porque en las contradicciones encontraremos una parte inseparable de toda cultura humana. En realidad las discordancias son los motores de la cultura, responsables de la creatividad y el dinamismo de nuestra especie.
Y qué mejor como lo expresa el historiador israelita Yuval Noah Harari en su excelsa obra literaria “De animales a dioses”: “Así como cuando dos notas musicales discordantes que se tocan juntas obligan a una pieza musical avanzar, la discordancia en nuestros pensamientos, ideas y valores nos fuerzan a pensar, reevaluar y criticar. La consistencia es el campo de juego de mentes obtusas”.
Por: Aarón Tapia, Hermosillense, amante del sarcasmo y de la buena polémica para el debate. Conductor de La Tertulia Polaca/Ensalada de Tópicos.
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