En la panadería podías encontrar no solo el mejor pan de dulce de la ciudad; tanto que muchas personas seguían yendo a comprar su pan ahí. También podías encontrar cualquier tipo de droga que estuvieras buscando. Su panadero era el conecte de la cuna mágica de los Hermanos López que a pesar de estar tan cerca uno del otro, se mantenían en independencia. Cuando comenzaron los ajustes y los Hermanos desparecieron, este panadero también lo hizo; aunque él sí apareció semanas después en un canal de aguas negras en la colonia El Ranchito.
Por: Jorge Tadeo Vargas.
La relación que mantenía el “tijuanita” con el Jardín Juárez no podía catalogarse como una relación simbiótica; claro que parte del éxito de esa zona se debía a la cercanía con el Jardín, pero esta relación era, para seguir con conceptos ecosistémicos, más mutualista que de simbiosis; es decir, se ayudaban mutuamente pero cada uno era capaz de crear sus propias dinámicas, sus propias formas de relación entre sus miembros habituales, sin depender del otro. La existencia del Jardín no dependía del “tijuanita” ni viceversa. Esto los convertía en socios del crimen perfecto. Tanto uno como el otro eran capaces de coexistir solos.
La historia del “tijuanita” se remonta a la década de los ochenta del siglo pasado cuando tuvo el último auge fuerte el comercio en esa zona del centro de la ciudad. Llegaba mucha gente de los campos agrícolas que pasaban el fin de semana haciendo sus compras en las tiendas cercanas y fue así como comenzaron nacer las casas de huéspedes alrededor. Muchas de estas casas eran propiedad de familias ricas venidas a menos; otras fueron compradas por negociantes que vieron un negocio seguro en ofrecer habitación a los jornaleros que llegaban a veces con sus familias a comprar lo que no encontraban en el poblado más próximo a los campos agrícolas. Así muchas casas a escasas dos calles del Jardín comenzaron a ofrecer estos servicios de hospedaje barato, seguro y de calidad.
Al paso de los años la crisis llegó; los jornaleros vieron mermadas sus ganancias y ya no podían ir cada semana a la ciudad de paseo o de compras. Con esto muchos de los negocios fueron cerrando. Otros cambiaron de giro. La decisión de un alcalde que mandó cerrar la zona de tolerancia a las afueras de la ciudad como pretexto de que era una zona insegura, llena de delincuencia tuvo una participación involuntaria en la formación de esta zona. Con el tiempo se supo que el cierre fue una estrategia de este alcalde para comprar los terrenos a muy bajo costo donde después construyó una zona residencial con casas de altos precios. Muchos de los negocios desplazados de la zona de tolerancia vieron en la zona cercana al Jardín la oportunidad de instalarse. Había cierto flujo de hombres solos buscando diversión y esa zona del centro de la ciudad comenzaba a descuidarse por parte de las autoridades. Fue así como nació el “tijuanita”; nombrado así por una de las primeras cantinas/casa de huéspedes que se instaló frente a la panadería La Rosa. Se llamaba el Tijuanita y por años fue el lugar más popular de la zona. Con el tiempo esas cinco manzanas que comprenden todo el espacio fue conocido con el nombre de ese bar. Para finales de esa década “el tijuanita” ya estaba establecido en el imaginario, no solo de sus usuarios, sino de toda la ciudad. Se convirtió en la nueva zona de tolerancia.
Yo conocía la zona mucho antes de mis paseos por el Jardín. En los años que vivimos con el abuelo en la costa agrícola, muchas veces tuvimos que usar el autobús para llegar a la ciudad. La terminal esta justo en el centro de la zona de acción; así que cuando nos bajábamos del autobús y caminábamos a la casa de la abuela veíamos la transformación. Ya de regreso en la ciudad era el paso obligado para tomar el transporte público a la escuela. Veía a las mujeres trabajando, vendiendo su cuerpo, el cual muchas veces me lo ofrecieron. Nunca tuve como pagarlo. Conocía la zona; pero no fue hasta que comencé a moverme por el Jardín que comencé a conocerla realmente. Comencé a entender su ecosistema, como funcionaba y de qué manera se relacionaban ambos espacios dentro de la idea de un mutualismo permanente.
A simple vista de no ser por la ropa que usaban sus mujeres; “el tijuanita” podía ser cualquier lugar en la ciudad. Tenía algunos bares, restaurantes y por la cercanía tanto con la central de autobuses de la costa agrícola; como con la de autobuses foráneos tenía hoteles y casas de huéspedes. Una vez que entrabas dentro de este espacio te encontrabas que la casa frente a lado izquierdo de la panadería la Rosa no solo podías conseguir una mujer y un cuarto. Era el espacio donde trabajaban la mayoría de los travestis y homosexuales de la zona. Se había convertido en un lugar seguro para ellos desde que La china; un homosexual migrante de aproximadamente cincuenta años de edad que se regresó de Las Vegas, Nevada para poner un negocio. Su negocio brindaba protección para que gente de sus mismas preferencias sexuales pudieran trabajar sin peligro; con el plus que los clientes que querían confidencialidad ahí la encontraban.
De igual forma en la panadería podías encontrar no solo el mejor pan de dulce de la ciudad; tanto que muchas personas seguían yendo a comprar su pan ahí. También podías encontrar cualquier tipo de droga que estuvieras buscando. Su panadero era el conecte de la cuna mágica de los Hermanos López que a pesar de estar tan cerca uno del otro, se mantenían en independencia. Cuando comenzaron los ajustes y los Hermanos desparecieron, este panadero también lo hizo; aunque él sí apareció semanas después en un canal de aguas negras en la colonia El Ranchito. Nadie sabe quién lo asesinó; pero la panadería se quedó sin un excelente panadero y los drogadictos del “tijuanita” sin su mejor vendedor.
También estaban las dos casas de huéspedes más exitosas. La de Doña Lucha que se jactaba ser es la única casa que no tenía tratos ni con la policía o con los Hermanos o con los padrotes del lugar. Era territorio libre para que las muchachas pudieran ganar un buen dinero. Además era de los espacios más limpios. No permitía clientes borrachos y/o drogados. Los domingos yo pasaba a desayunar con la dueña. La conocí por La Güera y fuimos amigos hasta que murió a inicios de siglo. Cuando me fui a la Universidad aún pasaba a verla en vacaciones. Murió de vieja en su cama, rodeada de las muchachas. La casa se vendió y ahora es una farmacia. La otra casa; la de Ignacia era de más categoría. Intentaba que desde los servicios que se brindaban ahí; así como las muchachas que trabajaran fueran en sus propias palabras: “de la mejor calidad”, aunque ella sí hacia tratos con la policía y los padrotes.
Las chicas tenían que pasar por una audición para ver si tenían lo que Ignacia quería para su casa. No era fácil trabajar ahí; pero si entrabas era seguro que ganarías más que en cualquier otro lugar. Esta casa aún se mantiene; creo que la administra una de sus hijas, no lo sé. Nunca tuve una relación con nadie que trabajara ahí o que la frecuentara pero sigue ahí con el mismo éxito que hace algunas décadas.
“El tijuanita” tenía una relación con el Jardín; con las personas que los visitaban a los dos. Algunos por negocios, otros porque era un paso obligado, pero se relacionaban. Los hijos de las muchachas que trabajan en las casas de huéspedes, las cantinas o simplemente en las esquinas iban a jugar al Jardín.
Muchos de los clientes comían en los puestos del Jardín. Cada espacio ayudaba al otro a mantener la economía flotante. Ahora después de muchos intentos de cerrar las cantinas, de desplazar a las trabajadoras; el ayuntamiento se ha dado cuenta que es imposible. “El tijuanita” sigue vigente, tanto o más que el Jardín; los dos sobrevivientes de un siglo que fue marcado por la sobrevivencia, por el fortalecimiento de la minoría contra una mayoría silenciada. Recorrerlos ahora es como recorrer una ciudad fantasma; una ciudad llena de recuerdos que se entremezclan con la realidad; esa misma realidad que los sigue negando; que los invisibiliza y tanto uno como el otro se ayudaban.