Foto: Yo ❤ San Pedro de la Cueva
(Avance  del Libro de cuentos de próxima publicación del Santillana)

#CulturaLight 2021

Por Manuel Alberto Santillana.

La velocidad del deseo

El tigre platica de un encuentro entre dos bellas musas. Una, Graciela, hermosa, morena clara, castaña obscura, ojos negros, de rasgos afilados y una dulzura exquisita, norteña y francota, tímida y al mismo tiempo valiente. La otra bella, Roxana, rubia, ojos azules, alegre, rica, simpática, citadina y dubitativa de la vida pero también valiente.

Las historias son diferentes, Graciela nace en un pequeño pueblito sonorense, antiguo ejido, hija de un exchofer de granjas agrícolas, y la madre, mujer de campo; una rica e intensa vida familiar. Roxana nace en la Ciudad de México; su padre, un empresario de telas y panaderías, su madre, rica y de alcurnia, murió cuando ella tenía pocos años, el padre también a los pocos años; o sea, sin vida familiar.

Graciela dice que la mejor etapa de su vida de niña era cuando, descalzos y sonrientes, iban a llevarle comida a su papá a la milpa. Roxana habla de sus mejores y más felices días, como aquellos en que se fue de pinta de la escuela más cara de la Ciudad de México.

-Yo hacía todas las tareas -dice Graciela sonriendo ahora que jugamos dominó-, luego que llegaba  la casa, comía y le ayudaba a mi’amá a cocinar y lavar y regresábamos en la tarde a la escuela; era puro juego, muy feliz. 

-Yo jamás hice tareas -argumenta Roxana mientras pone la mula de cuatros-, me pasaron porque a veces estudiaba y copiaba bien en los exámenes.

-Comíamos cosas de la milpa -dice Graciela tapándole la mula-, huevos que traíamos de la granja donde mi’apá trabajaba, y agua fresca del pozo, que cargábamos en palanca todas las tardes.

-Mi niñez fue con coca-cola y papitas, yo sería feliz -insiste Roxana- comiendo papitas con coca-cola todos los días.

Roxana, bella rubia, se ríe y comenta que tuvo una adolescencia alocada y se casó por salirse de la casa y no saber qué hacer; a los dieciocho años tuvo un hijo y se divorció a los dos años. Graciela se casó a los veintidos años, luego de, en la adolescencia, haber sufrido una neumonía y una operación de columna por una hernia de disco; feliz matrimonio hasta la fecha con un loco investigador, escritor y médico, un hombre bueno. Roxana se volvió a casar, también con un hombre bueno y que la ama, ahora secretario particular de un subsecretario de Hacienda. Esta tarde jugaron un par de horas a brincar la cuerda en una terraza, acompañados de sus respectivos hijos; en la noche, jugaron al dominó tomándose un par de copas. Una partida la gana Roxana y su marido, otra Graciela y su esposo. La tercera la ganaron ambas.

“¿Qué oscuros caminos conducen al momento actual? -me pregunta el tigre con maravilla en los dedos y diamantes en los ojos- ¿Por qué unos caminos están llenos de dinero y comodidades materiales pero sin vida familiar y, otras en contraste, plenos de rico afecto en familia y pobreza?”. 

“No importa -me dice el tigre-, lo que interesa es disfrutar, llenarse de vida, no juzgar, no culparse de un pasado inmodificable, sino vivir intensamente cada segundo solidaria y fraternalmente”.

Carlitos elige a su padres

El buen Carlos, mejor conocido como “El Charly”, se quejaba amarga, ridículamente de su infancia. Que si había padecido mil necesidades de ropa y comida, que si el polvo y caminar descalzo, que si las burlas de los compañeros de escuela por ser pobre. Pero lo peor de todo –me comenta el Tigre una tranquila tarde mientras tomamos café y escuchábamos a la divina Bessy Smith-. Era la queja de que, una y otra vez, su padre había sido un cabrón. Que casi nunca tuvo un gesto de cariño, una caricia, o que lo hubiera consentido alguna vez. Ni un regalo. Que el buen Charly no se arredró y le fue leal en su cariño de hijo. Pero que, años después, cuando el padre se enfermó, el Charly estuvo ahí pendiente de él y nunca lo abandonó, lo estuvo apoyando emocional y económicamente. Pero ya aliviado, años después y cuando el Charly necesitó a su padre, éste no le correspondió. Se molestó desde luego el Charly pero se aguantó, y se calló su enfado hasta la muerte de su padre. De la que, además tuvo que arreglar varias cosas administrativas que dejó pendientes y pagar algo de la funeraria.

En suma que tuvo que estar solo toda su infancia así como en la adolescencia. “A putazo limpio, a golpe diario”. Cuenta con resentimiento que las traiciones de los amores o los amigos, los abandonos y fallas, las decepciones o los agandalles de los colegas los tuvo que sufrir él sólo. Cada golpe pegó duro y sin piedad en el lomo de su vida. Tal vez hubiera sido otra cosa, decía él ilusamente, con el apoyo de su padre.

 Pero ahora que el Charly era padre se dedicaba con tiempo y cariño a sus hijos. Que no funcionó su matrimonio y se dio cuenta tarde, cuando se separó. Pero eso sí, nunca abandonó a sus hijos, jura que siempre ha estado junto a ellos en alegrías y dolores, y que estuvo con ellos todos los días. Que no les faltó nada aunque se lo estuviera llevando el carajo. Siempre estuvo ha estado con sus hijos en las buenas y en las malas.

 Y ahora que son adolescentes y uno de ellos ya en la universidad ve, en la independencia y madurez de sus hijos, los logros de tal cariño parental. Me dice que se siente muy satisfecho, se le nota, se le ve.

Pero no es cuestión más que de echarse una cerveza y le sale el rencor de la infancia al buen Charly. A veces le sale el coraje reprimido sin la necesidad de la cerveza, sólo con andar caminando un rato le salen solitas las palabras. Resentido, molesto, en las arrugas de la cara del buen Charly se nota toda la represión y la intolerancia consigo mismo.

“Tienes que perdonar y perdonarte mi estimado Carlos –Le explica el Tigre-. Escríbele unas cartas a tu padre y mándalo a la chingada. Mándalo a volar. Escribe todo lo que sientas. Saca todo ese coraje, frustración, odio. Escribe cartas y al final de cada una de ellas le pides perdón y le dices que lo aceptas tal como es y las firmas con tu nombre. Luego quema esas cartas, cada una de ellas luego de escribirla y leerla en voz alta, y cuando se esté quemando dices: que esta energía se disipe en el universo. Hazlo, es difícil, pero si no tu espíritu o mejor dicho, tu inconsciente, lo tiene vivo y vigente en todo momento. Hay que matar al padre para crecer. Es una metáfora emocional, pero si lo traes al lado con ese resentimiento nunca podrás vencerlo. No te imaginas los cambios que vas a lograr. Ya párale. Bueno, si de verdad quieres cambiar. Si lo que quieres es seguir tu camino de víctima y lástima con los demás, pues sigue igual. Ya todos te conocemos.

Por cierto – afina la mirada el Tigre e increpa-, yo tuve un padre amoroso, tierno, fuerte, inteligente y muy divertido. Y ¿sabes qué?: también sufrí las traiciones de los amores o los amigos, los abandonos y las fallas, las decepciones o los agandalles de los colegas. Fueron pocos, pero fueron. También supe y sufrí la parte dura de la vida. Acompañado del cariño de mi padre, pero también pasó lo mismo. Pero, ¿sabes qué? no me interesa ser una víctima. No, para nada ¿Para qué?. ¡Qué flojera!”

Hay besos en la noche que brillan como luciérnagas.

No todo el amor es dulce y sabroso. De repente romper es algo que duele y sana heridas. El tigre cierra el ciclo de fábulas con esta última perla. Me cuenta la historia de Sergio.

Sergio se acercó para conversar su historia. La narró entresacada de silencios y pausada, con una voz grave.

“Nunca supe si rompí realmente con Bety. De repente se fue acabando todo. Poco a poco cada semana nos hablamos menos. Los mensajes por teléfono eran cada menos  frecuentes, cortos, escuetos. Finalmente el silencio. Espacio que ya lleva diez años. Pero con Blanca fue un quiebre a muerte. De un día para otro con un pleitazo de rajársela y amenazas. Bien machín la pelea de media hora a grito pelado y adiós para siempre”.

Besos que brillan, besos que conmueven, que seducen, que confunden, que alegran y aseguran el futuro.

Y agrega, “Con Bety hubo un amor tórrido de inicio. Nos veíamos para hacer el amor a la menor provocación.  Ella llegaba cuando menos lo esperaba, con falda y me decía: No traigo nada abajo. Y yo dejaba lo que estaba haciendo y nos íbamos a amar a un baño, a una escalera, al monte, al primer hotel. Mientras que con Blanca fue una relación de compañero de trabajo, de años, de amigos otros varios años y de amantes de solo dos semanas. Y nuestro sexo fue tranquilo, dulce, aquilatado, casi diría parsimonioso.

Ahora quiero tener un tiempo de paz. No sé, unos meses de viajar o trabajar y leer. Sí, es cierto, a veces me entra el deseo y la calentura, pero me voy a un sala de masajes o a otra, o llamo a una call girl. Y ya, sexo puro por una hora y paf, ya se acabó.

¿Cómo  la ves mi Tigre?”

Pues mira -le contestó luego de estar atento al lento discurso del Sergio-, yo creo que te estás haciendo pendejo. ¿De verdad crees que me trago de que dejaste a una o a otra?.  ¡Si no sabes estar solo, cabrón!. Mira, cada vez que rompe uno con alguien tiene que revisarse a sí mismo. Tiene que preguntarse: Qué puse, que quité, que me faltó, en qué me excedí.  Y tratar de contestarse con la mayor honestidad. Ojo.

Echarle la culpa al mundo de todo lo que a uno le pasa es pura inmadurez, no te hagas. Contar que las relaciones se acabaron porque uno quiso o así lo decidió siempre, son mentiras. A veces es porque uno metió la pata, a veces es inaguantable la otra persona, a veces es por errores mutuos que no se pudieron resolver de inicio y luego ya no se quisieron resolver, por soberbia, o por agotamiento, cansancio y aburrimiento. Y a veces, algunas veces el amor dura, se renueva, progresa, se transforma y es uno ya es otro con la misma pareja, y todo crece. Pero sólo a veces. No te hagas, sólo nosotros somos los responsables de lo que hacemos, decimos o no hicimos o no dijimos.