Por: Amílcar Peñúñuri Soto.*
Recuerdo que cuando tenía unos 16 años, un profesor de la preparatoria extremadamente formal, que nos daba alguna materia relacionada con el derecho, y de rígidas formas en su trato con el alumnado, preguntó a la clase sobre qué nombre les gustaría para la impresión de un periódico estudiantil.
Yo levanté la mano decididamente y le propuse de nombre “El Anarquista”, el maestro me preguntó del porqué de mi elección, le respondí que sería en honor a los hermanos Flores Magón y su extraordinaria labor periodística.
Extrañado, me replicó que cuando escuchaba hablar de los Flores Magón, emulando el maestro de la crónica, don Ángel Fernández, él se ponía de pie y se quitaba el sombrero, negando tajantemente cualquier relación del magonismo con el movimiento libertario y considerando que el anarquismo significaba la degradación total de cualquier colectividad. Preferí no replicar y todos mis compañeritos se me quedaron viendo con una expresión, de, mejor quédate callado, el maestro debe estar en lo correcto.
Al siguiente día, me preparé con datos extraídos de un viejo diccionario enciclopédico Larousse que confirmaban lo que todos nosotros ya sabemos. El profesor, no sin un gesto de contrariedad o resistencia, tuvo que reconocer que tenía razón sus ídolos habían sido anarquistas. Obviamente la iniciativa del periódico nunca prosperó, ni volvió a surgir propuesta alguna de su parte.
Han pasado 30 años de esa escena en el salón de clases y parece que fue ayer, todavía recuerdo con claridad ese momento. Sin ser un servidor propiamente un anarquista, sino un híbrido de muchas influencias y tradiciones del pensamiento universal, desde entonces he defendido en diversos foros, la extraordinaria aportación de los anarquistas al mundo de las ideas y las transformaciones sociales menos desafortunadas del mundo en que vivimos.
En los últimos tiempos los anarquistas y el anarquismo en México ha sido estigmatizado, siendo la propia izquierda electorera, uno de sus más encarnizados enemigos, pareciera que cualquier movimiento libre, independiente, autogestivo, fuera de su control corporativo es, parafraseando a la derecha en el 2006, un verdadero peligro para México.
Y qué decir de la usurpación del magonismo, desde la oficialidad priísta, cetemista, que se apropió el nombre para bautizar a lugares donde se celebran los rituales más vergonzosos para la clase obrera, de su hipócrita veneración en el Congreso, en el Senado de la República donde su nombre se encuentra escrito en letras de oro, hasta llegar a publicaciones que también han usurpado el concepto originario como el mismo periódico Regeneración, publicado por el lopezobradorismo, a los cuales les sugiero respetuosamente que mejor le llamen “Pejeneración” o “ Pejeveneración”. Ricardo Flores Magón, seguramente pasaría sin ver del sistema de partidos y de la mimetización de sus formas.
Pobres anarquistas los de Política y Rockanroll, soltó un tipo en redes sociales, celebrando así nuestra expulsión de la entonces emisora permisionada.
“Es que eres anarquista”, me soltó colérica e indignadamente un compañerito que en una asamblea estudiantil de principios de los noventas, utilizó el concepto a manera de descalificación, para luego en el corto tiempo, pasar a las filas de un entonces promisorio partido llamado PRD.
El tiempo en muchos de los casos nos ha colocado a todos en una justa o injusta dimensión, pero en lugar de arrojar mayor serenidad al debate, éste se ha detonado con la misma avasalladora irracionalidad con la que se emiten juicios sumarios en redes sociales.
Por eso y muchas cosas más, agradezco la oportunidad que hoy nos brinda el Maestro Alfonso Torúa y la Sociedad Sonorense de Historia, de celebrar con el espléndido y emotivo texto que hoy presentamos, la vida de Fernando Palomares, un orgulloso indio mayo que se volcó en cuerpo, alma, espíritu a defender los ideales de Ricardo Flores Magón y del movimiento libertario en un escenario transnacional.
Una de los aspectos tal vez más relegados del magonismo, es precisamente su aportación a la lucha de la justicia social de los mexicanos en ambos lados de la frontera, porque a menudo olvidamos que aparte de precursores de la revolución mexicana, el magonismo también abre un frente de batalla para el reconocimiento de los pueblos en movimiento, de la migración sin fronteras.
Tal como lo desarrolla espléndidamente Claudio Lomnitz en una obra de reciente aparición, publicada en Nueva York, por el editorial Zone Books “The return of Comrade Ricardo Flores Magón”, o “El regreso del camarada Ricardo Flores Magón”, las románticas historias entrecruzadas de activistas e intelectuales estadounidenses con su contraparte mexicana,( historias en las que por cierto, Fernando Palomares fue uno de sus principales protagonistas), da cuenta del primer gran movimiento político de base generado en la frontera simbólica entre Norteamérica y México.
Los magonistas, apostaron por la vena internacionalista del movimiento libertario y mantuvieron correspondencia con revolucionarios de muchas partes del mundo, no necesariamente relacionados con la tradición del pensamiento libertario, incluso, Torúa nos platica en su texto de la fascinante travesía de las misivas entre Ricardo Flores Magón y Vladimir Ilich Lenin.
En el caso del magonismo, la relación entre estadounidenses, mexicanos y mexicoamericanos fue central en la construcción de condiciones de sublevación en ambos lados de la frontera, siendo Los Ángeles, San Luis Missouri, Chicago, Nueva York, entre otras metrópolis, espacios de cobijo, prisión o ferviente labor revolucionaria.
Palomares nació en 1887, en Buena Vista, Sonora y desde muy temprana edad se forma en la idílica comuna de Topolobambo de inspiración socialista libertaria, todo un experimento social, extremadamente avanzado para el México Bárbaro de aquellos años que fue ideada por seguidores norteamericanos y europeos de las ideas del ingeniero Albert K. Owen, quien creyó en la posibilidad de crear una ciudad perfecta en la que imperara la paz, la cultura, el progreso y la armonía.
Es así como las ideas de Charles Fourier, Saint Simon, Robert Owen o del mismísimo Tomás Moro, confluyen en la formación de ese muy humilde niño adolescente Mayo portugués, Fernando Palomares que lo llevaría, alejado ya de la comuna en la que se formó, a conocer a los Flores Magón en la Ciudad de México y convertirse en el distribuidor autorizado del periódico Regeneración en los estados de Sonora y Sinaloa.
El resto de la historia, es una buena dosis de cualquier thriller cinematográfico de agentes internacionales, combinado con el romanticismo revolucionario de la época y las postales de un inmigrante que laboró entre las dos naciones en el terreno de la difusión de las ideas, sin necesariamente ser el autor de las mismas, una especie de papelerito armado literal y simbólicamente, una historia que bien pudo salir del surrealismo posrevolucionario más pleno.
Palomares junto con un puñado de revolucionarios dirigió las acciones de la toma que los magonistas hicieron de Mexicali de Enero a junio de 1911, de hecho Tijuana, Tecate y prácticamente toda la entidad estuvieron en manos del movimiento libertario, en una acción que hasta la fecha ha sido interpretado por los historiadores más conservadores como un episodio de filibusterismo y no como una acción legítimamente revolucionaria.
El mismo Palomares hasta sus últimos días combatió esa versión y la idea de que Magón y sus seguidores estaban confabulados con intereses norteamericanos que planteaban la posibilidad de que Baja California fuera anexada al territorio norteamericano.
Palomares fue correo, agente de agitación y hombre de todas las confianzas de los Magón, del mismo modo, Fernando le profesaba una profunda admiración a Ricardo, lo cual podemos ver en los fragmentos de la misiva que le envía el primero de julio de 1906, misma que remata con la siguiente frase, “suyo hasta el triunfo de la revolución o la muerte”.
Mención aparte el importante rol que jugó Palomares para que los restos de Ricardo Flores Magón, quien muere en la prisión de Leavenworth en Kansas, no fueran cremados y esparcidos en territorio norteamericano y volvieran a México.
También Palomares sufrió prisión en los Estados Unidos y en México logró evadir en numerosas ocasiones el accionar de la inteligencia policiaca del régimen. Hombre de familia, siempre se firmó como Fernando Palomares, indio Mayo, como segundo apellido, su madre murió de inanición, su padre, nunca se hizo cargo de él. Formó una familia en los Estados Unidos, uno de sus hijos participaba en los eventos de las organizaciones del exilio mexicano en los Ángeles como boxeador y otro de sus hijos participó en la en la encarnizada batalla de Iwo Jima, combate clave para el triunfo de los norteamericanos sobre el imperio del sol naciente.
Hombre de acción, felino libertario de siete vidas, a Palomares se le adjudica en algunos blogs y en medio de lo fantástico de su historia, incluso el haber disparado en Ciudad de México sin éxito contra Porfirio Díaz.
Incluso el historiador Benjamín Maldonado Alvarado, en su texto “El indio y lo indio en el movimiento magonista”, publicado por Editorial Antorcha en 2003, lo escribe de la siguiente manera. “Estuvo a punto de dar muerte a Porfirio Díaz disparándole durante los festejos de la Independencia de México la noche del 15 de septiembre de 1908, sin embargo el dictador resultó ileso”.
Su perfile en el tumbaburros oficial de la era digital Wikipedia, también lo consigna así.
Palomares, cuyo reconocimiento como sonorense ilustre, al igual que muchos otros, se encuentra pendiente para la oficialidad, representa uno de los mejores ejemplos que la entereza y la dignidad se pueden llevar en todo lo alto, mucho más allá de la muerte.
Nuestro personaje muere en 1951 a causa de las secuelas que le dejo el ser atropellado por un coche en Los Ángeles. Hasta los últimos días fue papelerito rojo, revolucionario, hasta sus últimos días, seguramente llevó al magonismo tatuado en su memoria.
Que sus ideas no descansen, que su memoria siga siendo símbolo, signo y significado de valentía, de solidaridad, de acción justa y reivindicativa ante los excesos del poder, larga vida a las enseñanzas de Fernando Palomares y el magonismo, que esfuerzos editoriales tan amenos e ilustrativos como el que nos ofrece el maestro e historiador Alfonso Torúa, logren abrir las puertas al reconocimiento a la vida y obra de los verdaderos héroes de la Revolución Mexicana, pero sobre todo contribuyan a expandir su pensamiento y su tenaz ejemplo de sacrificio y de desinteresado amor por los demás a las nuevas generaciones
*Texto leído en la presentación del libro “Fernando Palomares, indio mayo. Epístolas libertarias y otros textos”, del historiador Alfonso Torúa Cienfuegos, el 04 de Octubre de 2016, en la Sociedad Sonorense de Historia.