“En este espacio fue donde Don Fidel, un migrante español que llegó al Estado en aquella oleada migratoria de inicios del siglo XX y que fueron un gran aporte al crecimiento económico del Noroeste del Estado. Con sus pocos ahorros y un gran esfuerzo construyó una tienda especializada en la venta de artículos infantiles y de maternidad.”
Como muchos espacios públicos existe varias versiones de cómo fue su construcción, quien lo construyó, porque lo hizo y un sinnúmero de etcéteras. Me contaban algunos de los paseantes asiduos al lugar, de esos viejos que hicieron del Jardín Juárez su lugar de descanso; que éste fue construido a inicios del siglo XX por un alcalde que quería darle el toque europeo a la ciudad. Buscó el mejor lugar en el centro y ahí mismo comenzó a construirlo.
Lo que no todos saben, me decía el jubilado que me platicó la historia; es que este lugar era un antiguo cementerio y cuando comenzaron la construcción, las máquinas excavadoras sacaron muchos cuerpos que nadie reclamó. Se hizo el aviso de que el panteón dejaría de funcionar para darle paso a un Jardín, pusieron una lista con los nombres de las tumbas en el periódico de más circulación en la ciudad; muchos cuerpos fueron reclamados, otros no. Los cuerpos no reclamados fueron a dar a la fosa común, al menos eso fue lo que dijo el ayuntamiento.
Don Chano, así se llamaba el viejo jubilado con el que muchas veces tomé café a la sombra de un viejo yucateco, el cual ya no existe, fue talado en la última remodelación para darle paso a una fuente, como muchos otros árboles que han desaparecido en los múltiples cambios que ha sufrido el Jardín Juárez en los últimos diez años.
Me contaba las historias de los primeros andantes del lugar, bueno, no de los primeros, no era lo suficientemente viejo y no le tocó el tiempo de abolengo cuando las familias de apellido célebres se paseaban por el Jardín y disfrutaban del paisaje de una ciudad que estaba en pleno desarrollo. Esto lo sabía por pláticas de sus padres. Él conoció el Jardín a mediados de siglo ya con el cuartel militar a unas cuantas calles, hoteles de paso y el inicio de lo que con el tiempo se conocería como el “tijuanita”.
Eran los tiempos en los que la costa agrícola comenzaba su repunte económico y los trabajadores de los campos iban el fin de semana a la ciudad hacer sus compras. El Jardín Juárez era el espacio por excelencia para eso. Un gran número de comercios se instaló alrededor. En esos días encontrabas todo lo que una familia de agricultores necesitaba para su divertimiento: había restaurantes, comercios para hacer las compras de la semana, un par de cines con permanencia voluntaria, cantinas, tiendas de ropa. Un agricultor y su familia pasaban el día alrededor del jardín. Si por alguna razón en especial este iba solo, también tenía otro tipo de divertimento; además de las cantinas donde trabajaban algunas prostitutas, “el tijuanita” ya comenzaba a pintar como el espacio que quedaría cuando por fin cerraran la zona roja, lo que pasó a principios de la década de los ochenta, fortaleciendo el trabajo en la zona cercana al centro de la ciudad, especialmente las calles cercanas al Jardín.
Antes de esto era un espacio mucho más familiar. Recuerdo algunas de las veces que cuando niño pasamos por ahí en fin de semana; frente al Jardín Juárez se encuentra una de las clínicas médicas con más historia en la ciudad y probablemente el primer centro médico especializado que existió en todo el Estado, lugar donde nació mi hermano menor y que visitamos muy seguido en sus primeros meses a causa de su delicada salud. Desde ahí me tocó ver muchas veces el ajetreo y la dinámica de este espacio. Alrededor su movía mucho dinero, mucho comercio.
En este espacio fue donde Don Fidel, un migrante español que llegó al Estado en aquella oleada migratoria de inicios del siglo XX y que fueron un gran aporte al crecimiento económico del Noroeste del Estado. Con sus pocos ahorros y un gran esfuerzo construyó una tienda especializada en la venta de artículos infantiles y de maternidad. Una tienda muy bien surtida donde las mujeres de los agricultores compraban todo lo necesario para su embarazo y el cuidado de sus hijos pequeños.
Don Fidel llamó el lugar: “La cuna mágica”. Don Chano me contaba que por la década de los setenta, era uno de los negocios más prósperos de la ciudad; El dueño se preocupaba por tener siempre mercancía de la mejor calidad, sin abusar de los precios. Era un comerciante de los de antaño, que antes de pensar en hacerse rico de la noche a la mañana, pensaba en ofrecer un buen servicio, de buena calidad, mantener a sus clientes contentos y así ellos regresarían.
“La cuna mágica” estuvo en funciones por cerca de quince años. Muchos niños tanto de la ciudad como de la costa agrícola fueron vestidos con ropa comprada en ese lugar: sus cunas, sus andaderas, sus primeros juguetes fueron seleccionadas cuidadosamente por Don Fidel para que ellos tuvieron una infancia agradable. Al menos en lo que se refiere a bienes materiales. Por más de una década en esa tienda las madres primerizas recibieron consejos de otras madres con más experiencia, recibieron el regalo de bienvenida que ofrecían a todas ellas sin distinción cuando Don Fidel se enteraba de que estaban embarazadas por primera vez.
Después vino la primer debacle económica a mediados de los ochenta en la costa agrícola, una debacle que afectó también a la ciudad; el Jardín Juárez comenzó a mutar hacia lo que muchos conocimos como un espacio dirigido hacia la ilegalidad y con esto Don Fidel y su cuna mágica comenzaron a quedarse solos. Primero se fueron las señoras de la ciudad. Ya no era un lugar para ir de compras. Después en la costa agrícola comenzó a crecer el comercio informal a la par de que desaparecían los negocios cercanos al Jardín Juárez y las mujeres del campo dejaron de ir.
Las cantinas comenzaron a suplir a los restaurantes familiares, las matinés de cine para toda audiencia desaparecieron dándole paso a las películas para adultos y así la clientela fue cambiando. Ahora en su mayoría eran hombres que buscaban otro tipo de divertimento. La familia ya no era la visitante frecuente del Jardín.
Don Fidel quien por quince años mantuvo no solo una tienda, sino un espacio de convivencia para las madres de familia se vio en la necesidad de cerrar; a pesar de lo que le decían sus hijos de cambiar de giro, de buscar adaptarse a las necesidades del espacio, eso no era para él. “La cuna mágica” era más que una tienda, era su sueño, su ideal de vida. Si no podía mantenerla, prefería venderla. Y así después de quince años la tienda cerró y apareció el letrero de “se vende” en sus ventanales donde antes aparecían vestidos de maternidad, pañaleras, cunas, periqueras. Con el cierre de la cuna mágica, se cerraba también una época del Jardín Juárez. Una época donde este espacio fue el soporte del crecimiento de toda una región.
Esta historia yo la supe de segunda mano; tal vez de tercera. Me la platicó Don Chano; él me decía que todos sus hijos tuvieron su regalo de bienvenida de la cuna mágica. Incluso, me aseguraba, que uno de sus nietos uso la misma cuna que su primer hijo. “así de buena eran las cosas que vendía Don Fidel” para comprobarme que sus historias no eran un invento de viejo desmemoriado.
Yo no conocí a Don Fidel; pero me dicen los boleros, los que tenían más tiempo trabajando en el Jardín que no dejó de ir un solo día. Siempre con la misma rutina. Pasaba temprano a darle bola a sus zapatos mocasines, compraba el periódico y se sentaba en el Café Licha a leerlo mientras desayunaba. Lo único que cambio en su rutina es que no volvió a pararse frente a la tienda, la veía desde el café, esperando. Un día no regreso más.
Sus hijos dicen que murió de tristeza el mismo día que el letrero de se vende fue retirado y la cuna mágica se convirtió en una tienda de discos y cassettes, negocio que no duró mucho antes de cerrar y así se mantuvo hasta los primeros meses de la última década del siglo XX cuando fue comprada por dos hermanos que pusieron un billar-cantina; curiosamente ni los primeros compradores, ni los segundos quitaron el anuncio que se encontraba arriba del techo, así que tanto la tienda de discos y cassettes como el billar-cantina, a pesar de tener su nombre propio fueron conocidos como la cuna mágica. Tal vez como un homenaje a Don Fidel o tal vez como parte de una maldición de este migrante español que murió junto con la tienda.
La cuna magia siempre estuvo presente en el Jardín Juárez hasta su demolición junto con muchos otros comercios, en ese intento que hizo el ayuntamiento hace algunos años de recuperar el centro histórico borrando todo rastro de indecencia; si no se puede borrar de la historia, al menos se puede destruir los edificios para que nadie más los pueda ver y recordar; como si la memoria necesitara de los edificios para recordar, imaginarlos, repensarlos.
En los tiempos que comencé a visitar frecuentemente el Jardín, la cuna mágica -que era el nombre con el que se le conocía al billar-cantina- era uno de los espacios con más interacción humana de todo el Jardín. ¿La principal razón? Los hermanos López; dueños del lugar habían expandido sus horizontes mercantiles, convirtiendo al billar en el centro de operaciones para la distribución de drogas, no solo en la zona aledaña al Jardín, sino en gran parte de la ciudad. Lo que buscaras lo podías encontrar ahí. Bueno no necesariamente ahí pues no cualquiera podía llegar e intentar comprar, si lo hacías, lo más seguro es que fueras sacado a empujones por el guardia de seguridad que también funcionaba como cantinero.
Le decían el Gorila por su tamaño y por su color, aunque su inteligencia era superior a la de muchos que pasaban por el lugar. El llevaba todas las transacciones de la venta al menudeo en la cuna mágica y en la sucursal para los compradores que no entraban en ese billar pero para el cual tenían otro espacio similar justo al otro lado del Jardín, donde vendían a estudiantes de escuelas privadas, trabajadores de gobierno, entre muchos otros que no eran bienvenidos en la cuna mágica, pero que además, no era el espacio para ellos. Para ellos estaba ese otro lugar. En la cuna se reunían padrotes, vendedores, mafiosos de poca y mediana monta, algunos boleros que también vendían mercancía desde sus sillas y por supuesto los distribuidores de mercancía de gran parte de la ciudad.
Desde ahí el Gorila controlaba todo lo que se movía en el “tijuanita” y los alrededores al Jardín; era su espacio de trabajo. Su lugar favorito, el cual cuidaba como a su hogar, era la cuna mágica. Lo mantenía seguro, no permitía ningún pleito, se aseguraba de que todo estuviera en orden y con la policía de su lado cuando algo se salía de control, él se aseguraba de poner todo en donde y como debía, mediante cualquier medio que fuera necesario.
Yo no platiqué mucho con el gorila; no era importante en su vida, ni compraba, ni vendía, por lo tanto no existía. Además no daba muchos problemas cuando pasaba con los amigos a jugar billar. Era indiferente para él, no representaba nada, ni peligro, ni negocio; aunque muchas veces lo vi actuar tanto para lo uno como para lo otro. Lo vi sacar a golpes a un estudiante de una escuela privada que insistía en que le vendiera droga; escuche su carcajada cuando el estudiante le juraba que eso no se quedaría así. Observe como sacaba cuentas para que todo estuviera en orden. Era todo un comerciante y sabía muy bien su negocio. Cuando las cosas se pusieron peligrosas y comenzó la guerra de Cárteles en todo el país, la cuna mágica desapareció. Nadie me supo decir que fue lo que pasó, solo que un día tanto la cuna como el otro billar amanecieron cerrados. Nadie supo más, aunque tampoco nadie averiguo. Los vendedores continuaron con sus ventas, los compradores con sus compras y los espacios se movieron a otro lugar físico. Del Gorila y los hermanos nadie supo nada. Supongo que en el reacomodo de los Carteles no les fue bien.
La cuna mágica era como muchos de los comercios, principalmente de comida; una extensión del Jardín Juárez, con excepción de los jubilados, sus personajes habituales confluían de manera regular en ese billar; ya fuera para jugar, tomarse unas cervezas, comer o comprar drogas. De igual forma que “el tijuanita” mucha de la historia oculta de esta parte del centro de la ciudad esta interconectada. Separados por unas calles, eran espacios que confluían de manera natural. Así lo fue siempre, desde la construcción del jardín. Y todo lo que llegó con él hasta ahora que se mantiene resistiendo los embates de unas autoridades que siguen pensando que con remodelar, mover, quitar lograran borrar la historia, reconstruyéndola a lo que ellos quisieran que fuera.
Por: Jorge Tadeo Vargas.