Tonatiuh Castro Silva*
Las casas de bajareque y las cruces de mezquite se cimbran por la turbulencia que provoca un helicóptero que a baja altura sobrevuela el pueblo. Sin ser un estado de guerra o una embestida contra una célula de algún cartel, el ambiente está plagado de angustia y escozor, cuando, por el contrario, se trata de una procesión o “konti”, ceremonia religiosa cuaresmal, que en esta temporada de contingencia sanitaria se realiza en contra de la disposición gubernamental, y por voluntad de los ritualistas de la comunidad de El Júpare, y de Dios, en primera instancia, de acuerdo con su creencia.
La Cuaresma y Semana Santa conforman un periodo extraordinario en el transcurso del año en la cosmogonía de los pueblos cahitas (yaquis de Sonora, y mayos de Sonora y Sinaloa). Su representación y conmemoración de la vida, Pasión, muerte y Resurrección de Jesús constituye el único ceremonial referente a esta temporada litúrgica e histórica del catolicismo entre los pueblos originarios de México. Por su parte, el pueblo o’ob o pima de Sonora y Chihuahua, así como los coras de Nayarit, tienen rituales sobre los hechos bíblicos, aunque sólo durante la Semana Santa.
Si bien, luego entonces, la religiosidad es un rasgo primordial de las culturas cahitas, y si bien el precepto general que regula los actos de la autoridad gubernamental en el campo de la cultura debe partir del respeto a la diversidad, una política pública congruente y responsable no debiera consistir en, como se dice comúnmente, dejarles “de la mano de Dios”. Por una parte, el marco normativo obliga al Estado al respeto y preservación de la pluriculturalidad, que en este caso pareciera contraponerse con las medidas sanitarias requeridas ante una pandemia, y por ello pareciera resultar conveniente o cómodo otorgar plena tolerancia a las comunidades y delegarles la responsabilidad, pero por otro lado, las normas disponen también la necesaria preservación de la salud pública. No se trata de un callejón sin salida, pero sí de una tarea imposible de lograr si el etnocentrismo, o de plano la ineptitud, caracterizan al ejercicio gubernamental.
El que respeta la tradición: Cuaresma en la región mayo
El Júpare, comunidad perteneciente al municipio de Huatabampo, se distingue por ser un sitio emblemático de la cultura yoreme o mayo de Sonora, y en esta temporada, reivindicando tal distinción, se ha convertido en un reducto del ceremonial de Cuaresma y Semana Santa, en contra de la intransigente estrategia de salubridad emprendida por los diversos ayuntamientos de la región que va del norte de Sinaloa al centro de Sonora, en contra de las manifestaciones ancestrales e identitarias.
La particularidad demográfica de la etnia mayo respecto a su amplitud, al ser el pueblo originario con mayor población en Sonora, tiene varias consecuencias en el rubro cultural: al habitar alrededor de cien comunidades, las actividades ceremoniales entrelazan a los grupos rituales de unos asentamientos y otros, por lo que es difícil que los ayuntamientos, desde sus cabeceras municipales, ejerzan control sobre una red que traspasa sus fronteras geográficas.
Mediante simples oficios, o acuerdos de cabildo o de comisiones, autoridades estatales y municipales de El Fuerte, Sinaloa, y Etchojoa, Huatabampo y Navojoa, Sonora, han pretendido suspender en esta Cuaresma de 2020 lo consignado en normas estatales, nacionales e internacionales, que en compás responsabilizan justo a los gobiernos y comprometen a los distintos sectores sociales en el respeto y preservación de la cultura tradicional, incluso ante toda contingencia social o natural, en este sentido, estableciendo los protocolos que resulten necesarios en la aspiración de una sana interculturalidad.
A mediados del mes de marzo inició la realización de reuniones entre autoridades municipales y tradicionales con el propósito de abordar la problemática de la epidemia del Covid-19 en relación con las ceremonias cuaresmales, dado el carácter masivo que implica su realización tanto en el caso de las comunidades mayos como yaquis.
En el caso de Huatabampo, estuvieron reunidos representantes de dependencias de gobierno del sector indigenista (Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, y Dirección General de Culturas Populares de la Secretaría de Cultura), regidor étnico y de salud, así como las autoridades tradicionales cuaresmales del pueblo mayo, donde se informó a los presentes, por parte de la autoridad municipal, acerca de la problemática por la que atraviesa el país debido a la afectación de la pandemia, invitando a los miembros del pueblo yoreme a tomar medidas preventivas, principalmente en el caso de las comunidades donde se efectúan procesiones cuaresmales, en torno a las cuales se reúnen grupos numerosos de participantes, así como espectadores y creyentes. Por su parte, las autoridades cuaresmales indicaron que los ceremoniales, una vez iniciados, no podían ser cancelados, pero que sí se podrían buscar alternativas como: reducir la cantidad de participantes –sólo quienes tengan un compromiso ceremonial donde estén sólo partes de cada una de las jerarquías que represente–, y realizar las procesiones en el Interior del templo tradicional o iglesia. En este municipio quedó como acuerdo, así, la continuidad de las ceremonias, y si bien hacia la 5ª semana consideraron la suspensión, finalmente continuaron. Por lo anterior, se definió que en el municipio de Huatabampo seis comunidades conmemorarían la Cuaresma y la Semana Santa (Agiabampo, Col. Unión, El Júpare, Loma de Etchoropo, San Antonio y Navobaxia).
En cambio, en Sinaloa y en los municipios de Etchojoa y Navojoa las autoridades locales manifestaron una actitud adversa a la tradición, y determinaron cancelar los rituales, e imponer toque de queda para la ciudadanía, en general. No obstante, hubo agrupaciones tradicionales que no estuvieron de acuerdo con las recomendaciones de los ayuntamientos, y manifestaron que continuarían con sus actividades tradicionales hasta concluir sus tareas ceremoniales del período cuaresmal. En Etchojoa, hacia la Semana Santa se dio un cambio de postura por parte del ayuntamiento, pues inicialmente la problemática había sido atendida por los cuerpos de Seguridad Pública, y una vez que Presidencia municipal conoció directamente la situación, se acordó que cinco de las comunidades tradicionales realizarían las ceremonias (Sebampo, San Pedro, Buaysiacobe, Guaypatín Bajío y Vado del Río), y dos de ellas, Villa Tres Cruces y Etchojoa, la cabecera municipal, desistirían.
Posteriormente, la aversión gubernamental de algunos funcionarios de la región escaló, dándose incluso intromisiones personales y agresiones verbales por parte de funcionarios en los sitios ceremoniales, hasta en el municipio de Huatabampo, donde aparentemente existía un acuerdo consensuado. Se ha denunciado que por parte José Alfredo Gutiérrez Corral, responsable de Eventos especiales del Ayuntamiento, se ha advertido sobre el pago de $40,000.00 como multa, o detención, al desobedecer la restricción de conglomerados, tratándose de velaciones religiosas. Aún peor, en la cabecera municipal ocurrió una confrontación en una velación, en un acto en el que la Policía Municipal, guiada por el regidor étnico, Abel Alfredo Ramírez Torres –quien años atrás fue distinguido como Premio Estatal de la Juventud, rubro indígena–, intentó retener dos figuras religiosas durante un acto cuaresmal yoreme, al personaje nombrado “Viejito” y a una imagen de Jesucristo, abordándolas incluso en una de las seis vehículos policíacos, ante cientos de personas. Finalmente los agentes dejaron las figuras y se retiraron, habiendo provocado el encono hacia la autoridad, y exhibiendo su intransigencia respecto a la cultura tradicional.
En el caso de Navojoa, mediante oficio de 25 de marzo de forma tajante se estableció la prohibición de los actos religiosos de Cuaresma, al considerarse llanamente como eventos públicos por parte de la alcaldesa, María del Rosario Quintero Borbón.
Más allá de la relación de la contingencia con el ceremonial cuaresmal, resulta sorprendente el hecho de que la Secretaría de Salud y demás organismos del sector no tuvieron ninguna intervención comunitaria, ni participación en las reuniones de concertación. Fuera de cierto gesto en cuanto a difusión de la prevención, mediante el diseño de carteles digitales y videos en la lengua materna de algunas de las etnias del estado, o mediante entrega de folletería e información de manera personal y limitada a módulos de salud, durante las dos primeras fases de la contingencia no ha existido una labor contundente de extensionismo y prevención.
Peregrinos del tiempo: yaquis en la ciudad de Hermosillo
En la actualidad, la representación cuaresmal yoeme o yaqui tiene lugar en los Ocho Pueblos y en algunas comunidades más del territorio tradicional de la etnia; en Hermosillo, en años recientes se ha realizado entre en seis y ocho sitios en el casco urbano, así como en localidades rurales del mismo municipio. También existe un grupo ritual en Santa Rosalía, Baja California Sur, desde la década de 1880.
Los yaquis residen en Hermosillo desde la década de 1740, cuando fueron forzados a trabajar al servicio de la hacienda del capitán Agustín de Vildósola, junto a otros grupos étnicos del noroeste, acerca de lo cual existen registros documentales, hecho que junto a una serie de irregularidades, fueron los motivos de la destitución de Vildósola en 1748.
Las colonias de ascendencia yaqui en la capital de Sonora son relativamente recientes: La Matanza desde el porfiriato, y El Coloso desde 1930 (con tal nombre, originalmente, sin distinguir entre Coloso Bajo y Alto). Sin embargo, en realidad en esos sitios se dio continuidad a los rituales cuaresmales que anteriormente ya se llevaban a cabo en otras áreas hoy ocupadas por la ciudad, como las colonias El Mariachi, San Benito y La Manga. Actualmente, los grupos según sus ubicaciones, son: parque conmemorativo del vado del río Sonora, El Coloso Bajo, área posterior de Unidad Deportiva de El Coloso Alto, área contigua a colonias Revolución II y Universitaria, parque de colonia El Ranchito, predio aledaño a colonia Las Amapolas, y Prolongación Altares.
A diferencia del caso de Etchojoa, en el municipio de Hermosillo el tratamiento de la tradición cuaresmal cahita pasó de ser un asunto cultural, a ser un asunto de seguridad pública, yendo de una instancia a otra su tratamiento.
“Siempre se les hizo saber que no tienen permiso […] para llevar a cabo los eventos y que es bajo su responsabilidad”, declaró al reportero Alan Rubio el director de Inspección y Vigilancia del Ayuntamiento de Hermosillo, Gino Saracco Morales, en entrevista publicada en un medio local al terminar el mes de marzo, contradiciendo no sólo los acuerdos logrados entre grupos rituales y autoridades municipales, sino, principalmente, las disposiciones normativas superiores y formales, cuya estatura legal va más allá de la actual coyuntura, pues la comprende, al tener tanto una dimensión local y federal, como internacional, así como una condición, desde luego, permanente. Incluso, con anticipación al inicio de la Cuaresma, el Instituto Municipal de Cultura y Arte de Hermosillo anunció mediante rueda de prensa, con presencia de representante del organismo y de autoridades tradicionales, el inicio de las actividades rituales. Pocas semanas después, la postura municipal cambió; Saracco Morales informó la cancelación del permiso a los grupos ceremoniales para la actual temporada de Cuaresma, una vez que el gobierno estatal declaró estado de emergencia en la entidad.
A diferencia de los ceremoniales de la región mayo, o del territorio tradicional de los Ocho Pueblos yaquis, en Hermosillo la persistencia en el medio urbano ha implicado el involucramiento del sector mestizo o no-indígena del área de la ciudad donde se concentran los grupos de la tradición de origen yoeme, población que se ha convertido en elemento constante; por una parte, se encuentra el contingente que sin formar parte de los actos religiosos, han convertido la conmemoración en una fiesta popular, de carácter carnavalesco, interviniendo los espacios ceremoniales –paseantes de colonias aledañas, vendedores ambulantes, vacacionistas, etc.–; por otra parte, se han intervenido los propios actos ceremoniales al incorporarse un grueso de participantes en el principal cargo –el más vistoso–, el de chapayeka o fariseo, más empeñados en el lucimiento del personaje que asumen, que en el sacrificio espiritual y el ascetismo litúrgico, relajando la disciplina ritual.
La disyuntiva entre sana condición biológica y persistencia étnica
La confluencia humana, rasgo elemental de toda conmemoración o festividad religiosa, es susceptible de adaptarse a un protocolo disciplinado con el propósito de preservar no sólo una tradición, sino además la salud de sus participantes, cuando se cuenta con determinados elementos, que justamente en el caso de la ritualidad cahita se verifican:
• Yaquis y mayos cuentan con autoridades tradicionales, propias, con quienes los organismos públicos pueden trabajar en concordancia;
• Se trata de grupos humanos concretos y delimitados; existen diversos roles, personajes o cargos, los cuales están definidos con anticipación al inicio de la Cuaresma, de los demás rituales, o en el caso de fiestas;
• Los perfiles y cantidades de los participantes son previsibles; con anticipación, las autoridades, si así se lo proponen, pueden saber cuántas niñas (angelitos y Verónicas), cuantos adolescentes (cabos), cuántos jóvenes y/o adultos (chapayekas o fariseos), adultos y ancianos (autoridades de tropa, padrinos y madrinas), habrán de participar.
• Al estar claramente establecido el grupo, es posible establecer un protocolo de salud que considere el estado de salud previo, y el control durante los ejercicios cuaresmales.
• No obstante que se trata de actos que históricamente se han asumido como comunitarios, las propias etnias reconocen que existe un núcleo fundamental, que es el de los promeseros, fiesteros o ritualistas, que son a quienes estrictamente compete la realización de la conmemoración, y no tanto a los espectadores, y ni siquiera a los familiares, por lo cual, el acceso a los sitios ceremoniales no sólo es posible, sino incluso, y de acuerdo con la apreciación de ancianos de las comunidades que en este año 2020 han visto disminuida la afluencia, esta es deseable.
• La Administración Pública de cualquiera de los tres órdenes cuenta con instancias de los distintos ámbitos involucrados en todo acto público: Seguridad Pública, Salud y Cultura. Desafortunadamente, la experiencia presente constata la desarticulación existente entre las dependencias de gobierno, así como el predominio del etnocentrismo y del racismo entre funcionarios, o plenamente, la ignorancia respecto a sus obligaciones como servidores públicos.
En tanto ámbitos indisociables del mundo, la naturaleza y la cultura no debieran contraponerse en la vida cotidiana, aun en las circunstancias más adversas en las que determinada situación pusiera a una de las dos categorías en condición crítica. Por el contrario, su coincidencia debiera procurarse por parte de las instancias de gobierno designadas para procurar y conducir a la convivencia social y el bienestar.
*Sociólogo, catedrático, escritor y músico. Investigador en El Colegio de Sonora, el INAH y en la Dirección General de Culturas Populares de la Secretaría de Cultura.