Capítulo V de la novela por entregas “Desde Lejösburgo”.
Jorge Tadeo Vargas.
A los dieciocho años es fácil pensar que el mundo te pertenece; que nada te pasará, que la vida no te pasará factura en algún momento y desde esa lógica te comportas. La frase de “quererte comer al mundo” tiene sentido a esa edad. Al menos era una realidad en la mayoría de los jóvenes con los que yo convivía.
A mediados de la última década del siglo pasado, las calles en mi ciudad se llenaron de pandillas, producto de la cercanía con la frontera estadunidense y del auge que tuvo la cultura hip hop. En todas las ciudades fronterizas comenzamos a ver una violencia que si bien no nos era ajena; en esos años se fue normalizando. El primer amigo asesinado que tuve fue producto de esa violencia. Le volaron la cabeza solo por ser de un barrio distinto, de una pandilla diferente.
Le decíamos “Chore” y estaba conmigo en la escuela preparatoria; yo lo conocía porque estábamos en el equipo de basquetbol y acostumbrábamos tomar juntos el camión urbano después de las prácticas. Vivíamos por la misma zona pero en distinto barrio. Con el amplié mi panorama musical; conocí a los Run DMC, a los Beastie Boys, Public Enemy y por supuesto, todo el Gansta Rap de la costa oeste: Ice Cube, Snoop Dog, Tupac, Dr Dre, NWA, entre muchos otros. A la fecha lo sigo escuchando, mi versatilidad para la música se mantiene con el paso de los tiempos.
Yo sabía que estaba en una pandilla en su barrio, sabía que por las noches se iba con sus hommies hacer pintas en las bardas propiedad territorial de otras pandillas, incluso en algún momento me platicó que por las noches más tranquilas, recorrían cual película de John Singleton las calles de algún barrio “enemigo” para disparar en contra de las casas o de alguna esquina donde estuvieran sus contrincantes; aunque ellos mismos no supieran porqué lo eran.
Era de esperar que terminara mal, aun así cuando me enteré de su muerte entré en shock, es decir, sabía que podía pasar, era un hecho, no podía terminar de otra forma, sin embargo fue la primer muerte violenta de la que me enteré y en la cancha de basquetbol, el primer día que practicamos sin él, no pude evitar llorar. Me derrumbé por completo. Apenas el viernes lo estábamos velando en la funeraria y el lunes estábamos ya practicando para el próximo juego.
Su muerte fue tan dolorosa como absurda: en una excursión de una pandilla del sur hacia el norte, que como todas terminaban con disparos, “el Chore” tuvo la mala suerte de ir en su bicicleta, lo persiguieron a él y otro más, que fue quien contó lo que ocurrió. Nunca les tiraron a matar, los balazos eran a las piernas, pero “el chore” se aventó al suelo justo cuando dispararon. Una bala calibre .22 le voló la cabeza. Su muerte fue instantánea. De ahí las cosas se descompusieron aún más, ya había un muerto, la violencia se agravó aún más. Las incursiones no sólo eran para grafittear o disparos casi al aire; ahora si se buscaban para matar. Las pandillas se fueron profesionalizando y muchas de ellas terminaron trabajando para los Hermanos López. Una nueva especie llegó a la jungla que poblaba el Jardín Juárez y sus alrededores: los hommies, que aunque terreno neutral, no quería decir que no ocurriera violencia, la había, pero esta la controlaban las normas y reglas que mantenían los Hermanos para que hubiera un mínimo de orden. Todo se agravó después, pero en ese momento, el Jardín era zona neutral, donde las pandillas podían surtirse de material para vender en sus barrios.
Dentro de toda esta violencia, la cual me rozo de manera periférica, primero por “el Chore” y luego por mi hermano menor que anduvo metido en pandillas en su adolescencia, conocí a otra pandilla, una muy sui generis que no se caracterizaba por llamar mucho la atención o por andar en las calles marcando territorios, al contrario, intentaban por todos los medios pasar desapercibidos, ser invisibles a los ojos de los demás para así mantener sus actividades en secreto. De hecho no estoy muy seguro si se podían calificar como pandillas en el sentido estricto de ese concepto.
Conocí al que podíamos llamar su líder con “el Chewbacca”. Al igual que muchos de nosotros pasaba por ahí en busca de material raro y difícil de conseguir. Especialmente Black Metal Noruego. Era un muchacho de casi uno ochenta de estatura, con el cabello largo hasta la cintura y que siempre vestía de negro. De pocas palabras. Hablaba solo lo necesario, llegaba con “Chewbacca” hacían el intercambio ya fuera por algún otro disco, cassette o dinero y se iba. A nosotros solo nos saludaba con un ligero movimiento de cabeza. El Kiko que era su vecino nos decía que por las noches se juntaba con sus amigos, otros locos igual que él y escuchaban Black Metal a la luz de una fogata. Incluso se corría el rumor que hacían misas negras. Nosotros nos reíamos de él y le decíamos que le daba miedo.
– Un día se quedan en la casa, para que vean de que les hablo – Nos decía en su defensa – a huevo que me dan miedo. Se nota que estos tipos están locos. No es broma.
Nosotros no podíamos sino reírnos. No entendíamos el miedo del Kiko; era de los pocos de nosotros que mantenía una relación con las pandillas de su barrio y que incluso sabíamos que se iba a las peleas grupales. Ya nos había tocado ir a visitarlo un par de veces a su casa con herida de cuchillo. Así que ese no entendimiento, sumando a la curiosidad, algunos de nosotros le pedimos que nos invitara a su casa, uno de esos días que se juntaban a sus misas negras.
– No sean pendejos – Nos dijo – en su casa no hacen las misas negras. Ahí solo se juntan a escuchar música y leer un libro que se llama la biblia negra. Las misas les deben de hacer en otro lugar. Pero la neta, no me animo a preguntar ni nada.
– Pinche Kiko miedoso – Le dijo el Marciano que lo conocía desde la escuela primaria – si el Agustín – Refiriéndose al Black Metalero – estaba con nosotros en la escuela. Yo todavía le hablo a veces. Siempre fue bien raro, pero te pasas de verga si crees esas estupideces satánicas. Son pendejadas.
Esta platica se dio reunidos alrededor de la silla de bolear del Chewbacca, donde estuvimos hasta las nueve, hora en que cerraba y que fue cuando nos dijo:
– vámonos con el Kiko a su casa; a lo mejor vemos algo hoy, ¿Cómo ven? –
A todos nos agarró desprevenidos pero decidimos que era una buena idea, así que nos fuimos rumbo a la Cañada.
En casa del Kiko con algunas cervezas nos sentamos en el patio intentando no vernos sospechosos. Pusimos música y esperamos. Cerca de las diez de la noche, Agustín sale de su casa y camina hacia donde estamos nosotros, nos saluda de mano y se sienta con nosotros. Kiko le ofrece una cerveza y el la rechaza bajo el argumento de que no puede permitirse ser controlado por ningún estupefaciente.
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– El mundo está controlado por las drogas – Comenzó a decirnos – en cuanto te enganchas a algo ya perdiste. Yo por eso no tomo nada de drogas. Soy mejor que eso.
Nosotros nos veíamos intentando no reírnos; en verdad él se lo creía y a mí que tenía amigos Straigh Edge no me pareció tan loco; era bastante coherente después de todo. Entre la teoría anarquista que leía en ese entonces, muchos autores hablaban de esto y así se lo hice saber.
– Pff, anarquistas; esas son estupideces – me dijo – los seres humanos son malos por naturaleza, no podemos evitarlo, esa es una verdad absoluta y cuando te drogas es cuando sale tu verdadera personalidad y eso no es bueno, cuando pruebas el mal, tienes que hacerlo de manera consiente, sabiendo que esa es tu propia cara y no la que te intentan vender los católicos, cristianos y esas estupideces. Ser quienes realmente somos, probar la crueldad, la violencia, esa es nuestra verdadera cara.
– ¿Pero y los que no son violentos, los que son, ya sabes, buenas personas? – Le preguntó Jesús, el único de mis amigos del Jardín Juárez que aun iba a misa todos los domingos y la única razón por la que se juntaba con nosotros era por la música. Más allá, no estaba interesado. Ni letras satánicas, ni letras políticas. Solo música.
– A ellos; a los puritanos, solo se merecen nuestro desprecio, nuestro más puro odio y cuando las tinieblas se apoderen del mundo, serán los primeros en caer. Bueno, los que queden – Dijo con una media sonrisa tan actuada que dejaba de dar miedo.
Hasta ahí llego la plática con él. Llegaron sus amigos y con un solo ademán de su mano se despidió de nosotros; no dijo más. Nos quedamos callados un buen rato, sin decir nada. No sé qué pensaban los demás pero yo recordaba mi clase de psicología en la escuela y me pareció un cuadro clásico de sociópata. Totalmente desconectado de la realidad.
– ¡¡No jodas!! – Dijo el Kiko casi gritando – que bueno que no se mete nada, sino imagínate todo lo que dice seguro que si lo estaría haciendo.
– No sé – Dijo Jesús un poco preocupado – estos satánicos si se sienten superiores a nosotros. Se creen todas las pendejadas que leen en su biblia negra. A lo mejor si están haciendo misas negras. ¿Saben que para esas misas usan sacrificios? Animales y hasta mujeres. Es peligroso.
– No mames pinche Chuy – Le dijo el Marciano – el Agustín siempre ha estado loco pero no es peligroso. Digo, no anda baleando gente por la calle, ni ondas así. Su locura es de otro tipo.
No dijimos más; seguimos tomando y escuchando música, mientras que la plática se iba yendo hacia cosas que más nos importaban en esos días. No les dimos mucha importancia a Agustín y sus amigos que ya estaban en sus rituales casi en frente de nosotros. Fogatas, pentagramas, lectura de evangelios satánicos (esto nos los dijo después Jesús) todo esto con Black Metal con música de fondo. Un cliché de cómo deben comportarse los escuchas de esta música. Yo reconocí a un par de ellos, los había visto en la parada de camiones con sus ropas negras, algo bastante radical para un clima como el de la ciudad. Con veranos de más de 45 grados, vestirse totalmente de negro era casi un suicidio.
En lo personal no le di mucha importancia, eran otro grupo de jóvenes que se reunían por sus gustos afines, nada distinto a lo que hacía yo con mis amigos anarquistas o con los compañeros del basquetbol; incluso con los amigos del Jardín con los que tenían en común solo el intercambio musical. Claro que algunos eran buenos amigos, pero no era como que nos veríamos en otro lugar que no fuera ese espacio, él nos unía y nos mantenía juntos.
Jesús por otro lado se obsesionó con Agustín y el grupo que después nos enteramos se hacían llamar los Adoradores de Satán. Los vigilaba, comenzó a leer la biblia negra para entender mejor su filosofía y porque hablaban de la maldad intrínseca del ser humano. En fin, su obsesión fue tal que comenzó a vestirse como ellos
– Me quiero infiltrar – nos decía –saber sus planes para así poder boicotearlos; es lo mínimo que debo hacer en nombre del Señor –.
Nosotros nos reíamos de él y su obsesión, pero en el fondo estábamos preocupados.
Pasaron algunos meses en los que Jesús se ausento del Jardín, no iba tan seguido pero pensábamos que era por las actividades dentro de la iglesia. Era común que en Semana Santa para los preparativos del Vía Crucis en el cual participaba activamente dejara de ir al Jardín. Fue Kiko quien nos dijo que no era por eso; que estaba bien metido con los Adoradores; ya lo había visto algunas veces en la casa del Agustín. También fue Kiko quien nos convenció de seguirlos para ver si Jesús no estaba en peligro.
Después de algunas noches de vigilancia; la cual comenzamos haciendo en casa del Kiko y luego la Güera nos dijo que era mejor desde el Jardín pues ella los había visto pasar por las noches; mudamos nuestro puesto hacia ese lugar. No tardó mucho en que los viéramos pasar; caminaban en una fila de dos en dos con Agustín al frente. Jesús iba hasta el final. Los seguimos de cerca con todas las precauciones necesarias para no ser descubiertos. Nos sentíamos como detectives, como protagonistas de alguna película de terror. Yo me sentía como Jason Patrick en The lost boys; persiguiendo a los vampiros para darles fin.
El destino final fue el panteón municipal que ya estaba cerrado por no tener más espacio. Se rumoraba que construirían ahí un centro comercial pero de mientras tenían un solo velador para cuidarlo de los malvivientes o de los sin casa que lo usaban para dormir. Estaba por el barrio Casa Blanca, a un kilómetro más o menos del Jardín. Era la primera vez que lo visitaba. Los adoradores hablaron con el velador. Después Jesús nos platicó que le pagaban para poder hacer sus ritos. Entraron. Nosotros nos tuvimos que saltar la barda en silencio para continuar con nuestra misión de vigilancia.
Ya dentro del cementerio; aunque nos perdimos un momento, logramos encontrar a el grupo pues en un determinado momento encendieron unas especies de candelabros hasta llegar a uno de los mausoleos más viejos; esto lo supe después, cuando fui de día, solo para ver que rastros habían dejado de su paso por ahí. Se acomodaron en círculo y dibujaron un pentagrama en la entrada del mausoleo. Encendieron una grabadora con música Black Metal y Agustín comenzó a recitar unos versos de la biblia negra. Después les hizo una señal a dos de los muchachos del grupo y se acercaron con una bolsa de dónde sacaron un par de gatos. Al pareces estos iban sedados pues no hicieron ningún ruido o intento de escapar. Agustín tomo un cuchillo y les rebano el cuello mientras sus compañeros repetían oraciones en un idioma parecido al latín. No sé qué más siguió, tanto yo como el Chewbacca nos alejamos de ahí en cuanto comenzaron a degollar a los gatos; no me gusta ese tipo de violencia.
Al día siguiente busqué al Jesús pero no quiso hablar conmigo. Ya después Kiko nos dijo que no quería hablar con nadie. No lo buscamos más. Nosotros seguíamos reuniéndonos en el Jardín para escuchar e intercambiar música. No hablábamos de lo que habíamos visto, aunque la Güera a veces nos decía que había visto pasar a los Adoradores de Satán por las noches rumbo al cementerio. No contestábamos nada.
Las vacaciones de Semana Santa no son mis vacaciones favoritas, es decir, no lo eran entonces y no lo son ahora. Pero en aquellos tiempos me gustaba levantarme temprano e irme a ver la marabunta de gente que se reunía frente al Jardín para tomar uno de los autobuses que los llevaría a la playa. Llegaba temprano con el Eddy y mientras leía el periódico, tomaba café, nos reíamos de las personas que en esos días irán a sobrepoblar las playas. Fue así como me enteré.
El viernes santo llegué como todos los días con un termo de café para compartir con el Eddy y el Lobito y comencé a leer los periódicos. En primera plana del periódico de más ventas a nivel local venia una nota que el encabezado decía “atrapan banda satánica en cementerio”. Ya en la nota decían que por una llamada anónima habían atrapado a un grupo de muchachos que estaban a punto de sacrificar a una muchacha en nombre del diablo; que habían escogido justo ese día por lo que significaba para los católicos; a quienes les había llegado el día de pagar por sus debilidades. En la foto donde aparecían los Adoradores de Satán busqué a Jesús pero no aparecía. Agustín estaba al frente con su seriedad característica, pero del Chuy nada.
Cuando vi al Kiko le pregunte por él y me dijo que lo había visto ayer por la noche; después de enseñarle el periódico fuimos a buscarlo a su casa, su mamá nos dijo que se había quedado a dormir en la iglesia, como todas las Semanas Santas estaba en retiro.
En el Jardín no hablamos mucho del asunto, nos entristecía el hecho de que por culpa de nosotros y nuestra curiosidad con respecto a los Adoradores de Satán hubiéramos perdido a un buen compañero. No había más que hacer.
No fue sino hasta una semana después que apareció. Los medios que en un principio cubrieron la noticia hasta saciarse, con entrevistas a los padres, los amigos, ya habían dejado la noticia; ya no lo era más. Y fue cuando apareció. Lo vimos llegar a la silla del Chewbacca como cualquier otro día, nos saludó y le pregunto al Chewie por el nuevo disco de Agathocles, si ya lo había conseguido, lo hizo desde la mayor normalidad posible, como si nada más hubiera pasado. Cuando le preguntamos donde había estado, si no lo habían agarrado preso con los demás adoradores; nos contestó:
– ¿Por qué habrían de hacerlo? Yo no pertenezco a ese grupo. Soy un soldado de Dios –.
– Te vimos con ellos – Le dijo el Marciano – en el cementerio, sacrificando gatos.
– Yo soy un soldado de Dios – nos contestó – y a veces un soldado tiene que infiltrarse para saber lo que el enemigo hará. Creo que al final, Agustín estaba equivocado y los católicos no somos los débiles en esta lucha entre el bien y mal.
No dijo más; solo sonrió, se despidió de nosotros y se fue caminando hacia su casa. No lo vi más por el Jardín, aunque el Chewie nos decía que a veces pasaba para pedirle algún disco. Supongo que no éramos material para su trabajo de espionaje.