Por Luis Enrique Ortiz.

Los trenes fueron seguramente parte de la vida temprana de muchas personas de 50 o más.

Los niños y jóvenes que tuvieron la suerte de viajar sobre vías, fueron sin duda más felices, en especial quienes recorrieron tramos del Ferrocarril del Pacífico que unía a Nogales con Guadalajara y a esta con Mexicali.

La población de Benjamín Hill vivió y murió por la conexión férrea entre Sonora y Baja California.

Empalme tuvo la suerte de miles de estaciones de los trenes cargueros y de pasajeros, este último con dos modalidades: La Bala y El Burro.

Viajar en la versión juméntica de la “máquina chukuli” de Caborca a Puerto Peñasco era un alucín de dunas tomando los primeros rayos del sol y Tú a bordo de una aventura de la que te bajarás todo “jediondo” y lleno de tizne, para salir en chinga a la central de autobuses del “Chikali 13” y poder tomar un ABC de segunda para Tijuana, Tecate y La Rumorosa.

El Burro llegaba de día a Ciudad Obregón rumbo al Norte, por muchos años los estudiantes universitarios se apoyaron en él para abaratar sus costos de sobrevivencia en Hermosillo, por lo general.

Viajabas medio domingo para llegar a las 8 o 9 de la noche a la capital de Sonora, para entrar a clases el lunes. La Bala pitaba al llegar a la cabecera municipal de Cajeme, casi siempre bajo las sombras de la noche o madrugada, arrancando suspiros propios de algo inalcanzable, además siempre pasaba lleno el tren de los ricos.

Los trenes fueron magníficos instrumentos de desarrollo, movilidad, lucha, conciencia social y sano esparcimiento, pero como en todo, en una sociedad divida en clases, en su apogeo en La Bala viajaban los que tenían dinero para pagarlo; en El Burro los pobres a secas y la clase media y, por supuesto en El Carguero los desclasados, los pobres de los pobres.

Nadie diseñó nunca un tren para pasajeros en pobreza extrema, pero el lumpen lo tomó de manera sigilosa, en la medida que la población era expulsada de sus regiones de origen y el crecimiento desigual de las ciudades incrementaba la masa de miserables, sobre todo del Sur y Sureste de México y cada vez más de Centro América.

En Empalme los hábiles y audaces vendedores de cócteles de camarón, salían a escena casi cuando la maquina emprendía su marcha para reanudar el viaje del convoy, así no podías hacer nada ante el engaño de un enorme vaso desechable con cinco o seis crustáceos pelados enormes en la parte de arriba y el resto con pepino, si bien te iba.

Charales, mangos, nanches, tamales barbones, chiles rellenos, mole con arroz, birotes kilométricos, tortas ahogadas, cajetas Lugo y mil cosas más eran parte de la ruta gastronómica exclusiva para quienes viajaban en el tren de los pobres o “sease” El Burro. Y por irónico que parezca, no existen registros de que en aquellos años (setentas y ochentas), alguien vendiese burritos, aunque se sabe que el champurrado nunca faltó en tiempo de frío.

Si padeces de insomnio nada mejor que viajar de noche en un tren de baja velocidad y paradas continuas. Ingresas a un mundo donde la naturaleza se llena de copechis y ciento de ferrocarrileros trabajaban para que Tú pudieras viajar más o menos a gusto, en los caros restaurantes de las estaciones nocturnas había menudo rojo, blanco, con grano, sin grano, especialidades locales y baños más o menos limpios.

Los ferrocarriles de pasajeros fueron siempre una ventana a la aventura al conocimiento de otros mundos, dentro del propio país y una forma segura y accesible de viajar, independientemente de tu clase social o careciendo de ella.

En poco más de 10 años, los gobierno neoliberales de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, desmantelaron Ferrocarriles de México y este último se lo regaló a Grupo México de German Larrea Motavelasco.

El regreso de los trenes de pasajeros debe inaugurar una nueva etapa la senda del desarrollo nacional, al mejorar la movilidad, apoyar al turismo, la generación de empleos y el crecimiento de las economías locales.

No está del todo claro si en el caso del Tren Maya, los viajeros podrán disfrutar de salbutes, panuchos o tortas de cochinita pibil durante el periplo, comida morisca o pan de cazón. Habrá que ir a investigar, ya que se ha puesto de moda esto de los mentados ferrocarriles.

Ojalá que de aquí en adelante ninguna nena se peine en la cama, para que los viajantes no se vayan a atrasar.

Chukuli (jiaknokki): negra.

Copechis (jiaknokki): luciérnagas.

Fotos tomadas de la red.

Publicado en: https://www.facebook.com/luisenrique.ortiz1