El sano mantenimiento de la imagen urbana es un referente de auténtico progreso y bienestar social. Indicador muy claro de una situación contraria en Sonora es el estado de su patrimonio urbano-arquitectónico, así como de su infraestructura cultural, misma que requiere remozamiento y ampliación, pero no a costa de la propia identidad.
Tonatiuh Castro*
El pasado mes de abril, el urbanista neoyorquino Andrew Wiley-Schwartz, al participar en “Intervenir para mejorar: Conferencia y taller internacional de espacios públicos”, evento organizado por el Departamento de Arquitectura de la Universidad Iberoamericana del DF, declaró que cuando se construye se desea ocupar el mayor espacio posible, pero que el gran reto del presente es generar espacios abiertos para la vida pública y para el goce del espacio. En cambio, pareciera que la diligencia en la que andamos nuestro desierto le diera la espalda al presente, que en el resto del mundo se orienta al futuro.
Un proyecto urbano-arquitectónico para Hermosillo se anuncia en la actual coyuntura política. A esta coincidencia histórica se agrega una material: el terreno –el suelo, factor básico en todo proyecto inmobiliario– lo constituye un área verde. Inclusive, en esta ocasión se trata del principal pulmón de la ciudad, el Parque Madero.
Siguiendo la tendencia de las obras públicas locales, el conjunto proyectado por el Ayuntamiento de Hermosillo, cuya principal obra sería un auditorio, no atiende de forma integral las implicaciones ecológicas de la edificación, si se considera no solamente a la población arbórea, sino el paisaje en su conjunto, que no es tanto una insignia romántica, sino un parámetro en toda evaluación socioespacial. Peor aun, se presenta cuando todavía no sanan las heridas que le dejó al parque la remodelación realizada hace tres años por la administración de Javier Gándara (2009-2012), que a su vez tampoco resolvió los daños que dejó la ejecutada por Valencia Juillerat (1997-2000), aquella que cubrió de tierra roja las áreas de pasto.
Ahora bien, aun cuando tales han sido los proyectos que más han afectado al parque en la época reciente, también hubo alteraciones lamentables en las administraciones de Francisco Búrquez (2000-2003) y en la de Ma. Dolores del Río (2003-2006), esta última que implicó incluso un movimiento social, los “Amigos del Parque”. Todos estos presuntos intentos de mejora implicaron afectaciones negativas al conjunto existente hasta fines del siglo XX, que se pueden distinguir en un aspecto ecológico-funcional, y en otro arquitectónico-cultural; respecto al primero, hay menos árboles, menos pasto, menos infraestructura de riego, menos contenedores de basura, menos bancas; en cuanto al segundo aspecto, destaca la desaparición de los elementos que ubicaban al parque en el orden estético funcional-modernista: juegos mecánicos, piso decorativo, andadores y fuente, entre otros. Si bien se instalaron nuevos juegos, éstos, al igual que el resto de los nuevos elementos del proyecto, son del típico estilo frágil y temporal propio de la arquitectura e ingeniería evanescentes de la “posmodernidad”.
Referencia obligada en una revisión del proyecto de la administración municipal 2009-2012 debe ser, sobre todo, el más antiguo de los monumentos dedicados a Jesús García Corona –aun cuando tal proyecto, inexplicablemente, lo renombró Monumento a la Madre–. La obra fue creada en 1932, y se ubica en el punto en el que inicia la calle Serdán. El segundo monumento dedicado al héroe de Nacozari fue erigido en 1977, y consiste básicamente en una escultura realista de figura completa, realizada por Julián Martínez Sotos.
Diversas normatividades internacionales, federales y locales establecen los protocolos que deben aplicarse para mantener o reparar toda estructura de carácter cultural, teniendo como documento de mayor antigüedad a la “Carta de Atenas” (1931), y como referente ineludible a la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos. En el caso del Parque Madero, desde luego, sus monumentos dedicados a Jesús García están sujetos a estas normas, así como a un amplio marco legal.
El más longevo de los monumentos dedicados al héroe civil fue creado por grandes artistas mexicanos, y su notoriedad radica en constituir una de las principales manifestaciones del urbanismo de la época totalitarista mundial en Sonora, y del Art Decó en particular. El diseño correspondió a Fermín Revueltas, y la ejecución de la obra a Ignacio Asúnsolo. Los bajorrelieves encumbrados en cada uno de los cuatro lados del monumento fueron tallados en mármol proveniente del Cerro de la Campana –la belleza del material de este símbolo natural de la ciudad es mencionada en las crónicas más antiguas redactadas por extranjeros desde, al menos, el siglo XIX–. Asúnsolo resolvió además chapear las caras de mármol con una capa de granito molido con cemento.
Al remodelar el Parque Madero en 2012, una de las principales afectaciones fue la sufrida por la obra de Revueltas y Asúnsolo; se retiró la capa que cubría el conjunto, se dejó expuesta la estructura de ladrillo durante días y se aplicó un nuevo enjarre; los bajorrelieves fueron cubiertos con pintura, dañando así la creación original y el valor del material. Si bien tales obras habían sido dañadas con graffiti, para resolver este tipo de problemas existen tratamientos dispuestos tanto legal como técnicamente. Al cabo de un trienio, el monumento muestra cuarteaduras, que no había padecido la estructura en esa magnitud en sus ochenta años de existencia.
El sano mantenimiento de la imagen urbana es un referente de auténtico progreso y bienestar social. Indicador muy claro de una situación contraria en Sonora es el estado de su patrimonio urbano-arquitectónico, así como de su infraestructura cultural, misma que requiere remozamiento y ampliación, pero no a costa de la propia identidad.
* Sociólogo. Maestro en ciencias sociales. Se ha dedicado profesionalmente a la investigación social por más de dos décadas.