Millones de mujeres y niñas de todo el mundo siguen sin poder permitirse los productos menstruales o el acceso a instalaciones de agua y saneamiento para gestionar su salud e higiene menstruales. Como consecuencia de la menstruación, dejan de ir a la escuela o el trabajo y sufren secuelas sanitarias, pero no tiene por qué ser así.
ONU Mujeres
Cada mes, más de 2.000 millones de personas[1] en el mundo menstrúan. La menstruación, o el período, es un proceso natural y saludable; sin embargo, millones de mujeres y niñas no pueden permitirse los productos menstruales o el acceso a agua y saneamiento seguros para gestionar su salud e higiene menstruales. Esto es algo que trunca su vida, sus derechos y su libertad.
La pobreza asociada a la menstruación hace referencia a no poder pagar los productos menstruales o acceder a ellos y no contar con instalaciones de saneamiento e higiene ni la educación o los conocimientos para gestionar la salud menstrual. Dicho llanamente, la pobreza asociada a la menstruación le cuesta demasiado a las mujeres y las niñas y no tiene por qué ser así.
¿A quién afecta la pobreza asociada a la menstruación?
Esta pobreza es un problema de salud mundial que afecta a mujeres y niñas en países ricos y pobres. Los productos que pueden utilizar las mujeres y las niñas para gestionar su salud e higiene menstruales varían enormemente en función de sus ingresos o de si viven en zonas urbanas o rurales.
En Bangladesh, Egipto, la India, Madagascar y Zimbabwe, por ejemplo, las adolescentes y mujeres de zonas urbanas tienden a utilizar más las compresas en comparación con las adolescentes y mujeres de zonas rurales, que normalmente recurren al uso de trapos. Según datos de la OMS y UNICEF, 1 de cada 5 adolescentes y mujeres en las zonas rurales de Etiopía no utiliza ningún material, en comparación con la proporción de 1 de cada 20 en las zonas urbanas.
En los Estados Unidos, 1 de cada 4 adolescentes y 1 de cada 3 adultas tiene dificultades para asumir el precio de los productos menstruales, sobre todo las adolescentes de color y de familias con menores ingresos.
Una encuesta realizada por Plan International en 2020 reflejó que 3 de cada 10 niñas del Reino Unido tenían dificultades para asumir el precio de los productos menstruales o acceder a ellos, por lo que más de la mitad de ellas los sustituían por papel higiénico.
¿Qué causa la pobreza asociada a la menstruación?
El estigma, el elevado costo de los productos menstruales y la falta de instalaciones de agua y saneamiento causan la pobreza asociada a la menstruación en todo el mundo.
Para millones de personas en todo el mundo, los productos menstruales tienen un precio prohibitivo. Se puede culpar en parte a las políticas y las leyes fiscales insensibles a la dimensión de género, como, por ejemplo, el “impuesto rosa” que se aplica a los productos destinados a la mujer. Por otro lado, estas decisiones normativas se ven exacerbadas por el estigma y el tabú que rodea la menstruación. Por ejemplo, en muchos estados de los Estados Unidos, el Viagra (medicamento utilizado para tratar la disfunción eréctil) está exento de impuestos, mientras que los productos menstruales se clasifican como bienes de lujo y están sujetos a la tasa impositiva más alta.
Además, más de 1.500 millones de personas todavía carecen de servicios de saneamiento básicos, como baños privados. La falta de acceso a baños seguros obliga a que muchas niñas dejen de ir a la escuela y muchas mujeres al trabajo cuando tienen la menstruación. Como mínimo 1 de cada 10 mujeres y niñas en zonas rurales de 12 países no disponía de un espacio privado para lavarse y cambiarse durante su última menstruación.
Asimismo, la pobreza asociada a la menstruación se perpetúa por el estigma y la falta de información y educación. No solo se trata de que muchas niñas y mujeres carezcan de los conocimientos y la preparación necesarios para gestionar su período sino que, además, los encargados de formular políticas y los adultos con poder de decisión en escuelas y lugares de trabajo tampoco están bien informados sobre la menstruación.
En Bangladesh y Egipto, solamente el 32% y el 66% de las niñas, respectivamente, afirmaron saber lo que era la menstruación antes de tener su primer período, por lo que para muchas fue una sorpresa o incluso les causó miedo.
El estigma y la discriminación son mayores en comunidades en las que existen normas sociales y culturales nocivas en torno a la menstruación. Incluso hoy en día, en algunas partes del mundo, las niñas y mujeres que tienen el período son consideradas impuras o intocables, lo que restringe su libertad de movimiento y acceso a determinados espacios. Persisten mitos como el que señala que si las mujeres y niñas que están menstruando tocan ciertos alimentos, éstos se pudrirán. Tampoco pueden entrar en lugares de culto y deben permanecer aisladas.
Dificultades para la gestión de la salud e higiene menstruales en contextos de crisis
Cada vez hay más consenso respecto a que la gestión de la menstruación es un asunto de salud más que de higiene y, ante todo, una cuestión relacionada con los derechos humanos y la igualdad de género. Actualmente, 614 millones de mujeres y niñas viven en zonas afectadas por conflictos, y aumenta el número de las que huyen del conflicto, las crisis y los desastres. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estimó en 2023 que las mujeres y las niñas suponen el 51% de todas las personas refugiadas. La menstruación no es algo que deje de existir en momentos de crisis. Sin embargo, la gestión de la higiene menstrual y la salud y la dignidad de las mujeres y las niñas no son una prioridad durante las crisis.
Durante el tránsito y en los campamentos, las mujeres y las niñas suelen carecer de la privacidad necesaria para cambiarse y lavarse. Las mujeres y niñas desplazadas internas de Myanmar preferían las compresas desechables a los trapos una vez que aprendieron a utilizarlas y desecharlas.
Un informe reciente de ONU Mujeres refleja que en Gaza más de 540.000 mujeres y niñas en edad reproductiva no tienen acceso a productos para atender su higiene y salud y mantener su dignidad. Ante la falta de acceso a productos menstruales, muchas recurren al uso de trapos o esponjas. Según estimaciones de ONU Mujeres, se necesitan 10 millones de compresas desechables cada mes para satisfacer las necesidades y preservar la dignidad de las mujeres y las niñas de Gaza.
Durante la crisis económica del Líbano, los precios de las compresas y otros productos de higiene fabricados en el país aumentaron entre un 98% y un 234%. En abril de 2020, el 66% de las niñas afirmó que no podía permitirse comprar productos menstruales y que, como la menstruación es un tema tabú, la mayoría de las niñas y mujeres no hablaban de ello.
[1] Nota: Normalmente, los datos disponibles sobre salud menstrual hacen referencia a niñas y mujeres de entre 15 y 49 años. A escala mundial, este grupo de edad incluía a casi 2.000 millones de niñas y mujeres en 2022. Sin embargo, las personas no binarias y trans también tienen la menstruación.