La Banda Sinfónica del Estado de Sonora (BSES) y la cantante Alejandra Robles brindaron un concierto de cierre
de temporada para la historia
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Hermosillo, Sonora; a 28 de junio de 2024.- El concierto ha terminado. El Teatro de la ciudad de la Casa de la Cultura de Sonora luce ya sin espectadores y sólo queda una penumbra melancólica. Y sin embargo, aún parece retumbar el estruendo de ese mar de aplausos al final del concierto. Aún hay una musicalidad que se quedó atrapada como un eco infinito que está en plena metamorfosis de convertirse en una cápsula de memoria colectiva. Si uno afila bien el oído, se puede escuchar: ¡que viva la costa! retumbando espectral por el teatro.

Afuera del recinto se escuchan los murmullos de un público que sigue secuestrado por un embrujo auditivo: “¡Qué impresionante!”, “La voz que tiene”, “Se me puso la piel chinita”, “Qué hermoso concierto”, “Me gustó más esta versión de La Llorona que la de Chavela Vargas, mira lo que te digo”; “Sentí como si hubiera visto un pájaro de voz celestial en el escenario”, dice una mujer mayor. Un mural verbal de expresiones atónitas que relatan y cuentan la experiencia que acaban de vivir con el concierto de cierre de temporada de la Banda Sinfónica del Estado de Sonora y la cantante afrodescendiente Alejandra Robles, quien fue la invitada de honor para estelarizar el esperado recital.

Y si lo que dice la mujer no fuera mentira. Si su visión de un ave en el escenario fuera realidad. En la oralidad de los mitos mexicanos y mesoamericanos, la figura del nahual tiene un peso vital para explicar aquello que racionalmente no podemos. Los nahuales son seres capaces de transformarse en animales. Alejandra Robles, en uno de los intermedios entre canciones cuenta que su hermano jura haber visto un nahual en su natal Oaxaca, en la Costa Chica. La cuestión es que dentro de esa mitografía, se dice que las mujeres que tienen la capacidad de convertirse en cenzontles son las que tienen el don del canto.

El cenzontle (Mimus polyglottos en su taxonomía en latín) viene del náhuatl centzontototl que significa “ave de 400 voces” por su capacidad de realizar, imitar y mimetizar cualquier sonido. Eso podría explicar el brillante y vibrante performance de la artista. Su voz parece venir de otra dimensión, pero nace de la víscera, del punto neurálgico de la emoción y la pasión. Es lo que requiere la música de su tierra: de la Costa Chica, del istmo, los cantos que se han convertido en himnos populares: La martiniana, La Llorona, La sanmarqueña, El feo, y las chilenas oaxaqueñas. Alejandra domina el escenario como si estuviera en su sala de estar, habla con el público, cuenta su historia, su identidad. Y cuando canta, hipnotiza.

Hipnotiza, porque nos hace sentir lo mismo que ella siente, hipnotiza, porque nos abre un mundo de historias, de luchas y reivindicaciones por su gente, de sensaciones, de colores. Los sones istmeños son el resultado de siglos de saberes, de
tradiciones, de identidades que resuenan en las cuerdas vocales de “La Morena”.

Debimos haber adivinado desde la primera pieza. Cualquier concierto que abra con la Conga del fuego nuevo del maestro Arturo Márquez está destinado a ser un concierto inolvidable, a ser un habitante perenne del olimpo de los recuerdos. Ahí, la Banda Sinfónica del Estado de Sonora, dirigida por el maestro Renato Zupo, muestra sus credenciales: esa constante evolución musical que la ha hecho explorar nuevos caminos. Son 44 años desde su fundación y parece no tener ningún techo.

Alejandra Robles y la Banda Sinfónica del Estado de Sonora, perteneciente al Instituto Sonorense de Cultura, han ofrecido un concierto único y sin parangón en la noche veraniega de Sonora y con la secreta confesión de que lo que vimos hoy, fue un cenzontle que posó su vuelo en el desierto.