#CulturaLight 2021
Por Manuel Alberto Santillana.
- Nacho Mondaca, nuestro querido narrador recientemente fallecido, me dijo en un viaje juntos hace dos años cuando íbamos en carro hacia Cajeme: “Tu novela es una buena novela, pero hay que corregirla, para que sea una gran novela”. Se refería a El submarino amarillo, novela de este varón que escribe y que marcó el regreso a las letras luego de varios años de no publicar un libro. Me quedó la espinita de entender qué es eso de una gran novela, hasta que lo comprendí con la cabeza, el corazón y las tripas.
- El mismo Ignacio Mondaca me había sugerido que trabajara estudiando a un excelente narrador. No tanto lo que escribe sino cómo lo escribe, me insistió. Así, para entender el papel del narrador contemporáneo debía de leer a un novelista sueco, el gran Henning Mankell. La verdad no tenía idea de quién era, no tenía registro de sus obras en mis recuerdos o siquiera de haber leído alguna crítica de ninguna obra suya en los suplementos literarios. Pero, una vez más Mondaca tenía razón. Mankell, traducido del sueco y publicado por Tusquets es un gran novelista. Y sobre todo de la novela roja, de los thrillers, y de la novela policiaca.
- Entonces me leí La falsa pista (Tusquets, 1995) que narra la historia de un detective sueco quien, entre dudas personales y una gran capacidad de análisis, logra resolver unos asesinatos en serie de hombres ricos. Aunque lo interesante es que detrás de estos poderosos y viejos hombres de negocios o políticos retirados se encontraba una red de trata de blancas y prostitución forzada. Red que se iniciaba con el reclutamiento forzoso de adolescentes caribeñas o africanas y una amplia trama de complicidades entre “coyotes” de la extintos países de la órbita soviética y proxenetas suecos. Buena novela, sin duda pero no una gran novela.
- En el inter me leí El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura que sí es una gran novela. Un novelón, tal como lo señaló con fortuna Beatriz Aldaco. Pero es la perspectiva de un cubano, y eso lo acercaba más al territorio del Boom Latinoamericano que al narrador actual, al que me pidió Mondaca.
- Y entonces, dado que estoy trabajando una novela sobre Marilyn Monroe, que me leo de Mankel, El cerebro de Kennedy (Tusquets 2005). Y entonces entendí lo que es una gran novela actualmente. El cerebro de Kennedy es, como buen thriller un guiño al tema fundamental -que por cierto es de total vigencia hoy en este 2021-, el del papel de la industria farmacéutica en el juego de probar vacunas o medicamentos para vender al mercado mundial. Con una maestría en el cual el narrador omnisciente describe el papel de una madre intelectual sueca quien es arqueóloga en Grecia y decide tomarse unos días de vacaciones: Llega a visitar a su hijo al departamento de éste y lo encuentra muerto en condiciones, para ella extrañas, por lo que decide por un lado avisar a la policía –quien le señala que fue un suicidio-, cosa que ella no acepta y, en consecuencia, se lanza a buscar al asesino.
- No voy a stalkear la novela, pero ahora entiendo la maestría como narrador de Mankel. Nos conduce con una serie de altibajos emocionales, como carritos de juguete, por donde el narrador lleva a la personaje principal, la arqueóloga Louise Cantor, de Suecia a a Mozambique, de Barcelona a Grecia. Y uno la va siguiendo, le creé lo que le pasa, lo que razona ella, lo que siente, lo que sufre o incluso sus dudas y desesperanzas. No es, como el narrador del romanticismo alguien que está por encima de todo, sino es un narrador que acompaña a los personajes, los cobija o desnuda según sea conveniente.
- Finalmente la gran novela que es El cerebro de Kennedy y la gran capacidad narradora de Mankell nos descubre, en voz de los personajes, las desigualdades e injusticias de este siglo XXI. Por eso es una gran novela también, porque es un trabajo de denuncia política y social. No sólo por la prostitución forzada por la miseria de adolescentes mozambiqueñas a los turistas poderosos, sino por la experimentación de vacunas o medicamentos de la industria farmacéutica europea y norteamericana que, en vez de utilizar cobayos, utiliza a los pobres de África. “África sigue siendo -dice una bella prostituta de Maputo, Mozambique y quien fue la pareja del hijo fallecido-, el lugar donde los europeos vienen a intercambiar su soberbia por nuestra necesidad; antes se llevaban el oro o los diamantes, ahora se llevan nuestras vidas en sus estudios”.