Por Alejandro Valenzuela/Vícam Switch

Una consecuencia del cierre del Cine López es que empezaron a aparecer por aquí los cines de húngaros y los cirquitos ambulantes.

En 1974, el presidente de la república visitó Vícam. La historia es muy conocida: un grupo de estudiantes, organizados por el director de la secundaria, se acercó al mandatario aprovechando que estaba entregando la central de maquinaria a los yaquis, y mandaron por delante a la Paty Corvera para que ella, valiente desde chiquilla, le pidiera una preparatoria, que ahora es el CBTA 26.

Al presidente, dicen, le gustaron tanto las comunidades yaquis, que prometió regresar en diciembre de ese mismo año para pasar aquí la Navidad. Tengo la impresión de que nadie creyó que cumpliría esa promesa, así que cuando se apareció por aquí, nadie estaba preparado. Hubo espanto total entre los anfitriones porque no había hoteles y en Vícam ninguna casa era suficientemente buena para alojar a tales huéspedes.

Ya se imaginaban que, cuando quisiera ir a cagar, le tendrían que decir: “Allá está el excusado, señor presidente, y a un lado hay un gancho de alambre con recortes de periódico. Por favor, haga caso omiso del olor”.

En su desesperación, encontraron la solución en Pótam, donde se había instalado un cirquito llamado Atracciones González. Como era asunto de seguridad nacional, no tuvieron dificultades para despojar al dueño del negocio y habilitar el circo como estancia presidencial.

Carece de importancia lo que hicieron el presidente y su familia en esos días, aunque se sabe que le organizaron una fiesta con pascola, matachín y Danza del Venado. Lo relevante es que una vez que el presidente se hubo ido, el Sr. González, visionario que era, cambió el nombre de su negociación y le puso El Circo Presidencial.

Con ese sólo cambio de denominación, más el aura de que en su carpa se hubiera alojado el presidente de México y su familia, el cirquito hizo su agosto durante diciembre, enero y febrero.

Así como el Circo Presidencial, muchos otros circos, unos malos y otros peores, recorrían los pueblos del río poniendo a disponibilidad de los habitantes la única diversión al alcance de la mano.

Los húngaros llegaban cargando sus cosas en viejos troques de redilas e instalaban el cine, donde proyectaban sus películas del Santo, de Pedro Infante, de Antonio Aguilar y los hermanos Almada.

Se instalaban en los llanos, cercaban un perímetro con una lona y colocaban una sábana blanca sobre la que se proyectaba la película.

Armando Sánchez describe magistralmente esas tardes en que empezaban a anunciar la película y que un húngaro prometía, a través del aparato de sonido, que comenzarían nomás se acabara la marcha de Zacatecas. El problema era que, para desesperación de la gente, la marcha se tocaba una y otra vez con la esperanza de que aumentara la venta de boletos. El húngaro animaba a la gente diciéndole: “Apúrele para que alcance campo, porque nos está llegando mucha gente en camiones, en carros y en lanchas, ¡córrale, córrale!, habrá muchos balazos, moquetes y trompadas en la función de esta noche”.

La gente mayor llegaba con su silla; la chamacada se sentaba en el suelo. Cuando el húngaro veía que ya no habría más venta, apagaban las luces, la gente soltaba un grito de emoción y de las modernas lámparas de carburo salía un poderoso chorro de luz que proyectaba las imágenes en la blanca sábana que servía de pantalla.

Algunos cines duraban en Vícam uno, dos y hasta tres meses. Luego se iban y al tiempo llegaban otros. Un día ya no regresaron.

Ahora, si un joven anda de novio y quiere llevar a la muchacha al cine, debe armarse de valor porque el gasto será grande. Para empezar, si no tienen carro (lo que es lo más común), deben tomar la poteña para Obregón, que cobra 48 pesos por persona (192 en total por los dos); luego, ya en la ciudad, ni modo de hacer caminar a la muchacha hasta el cine, hay que tomar el camión que cobra 12 pesos (súmele 48); en el cine, por los dos boletos hay que pagar 110; el muchacho se quiere hacer el tontito, pero no le queda más remedio que preguntarle a la muchacha que si quiere algo; ella, aprovechando la recta, pide un combo, él no pide nada porque el de ella cuesta 140 pesos. Total, que la ida al cine sale mínimo en 500 pesos… Y eso, sin cenar.

Por eso, si no han de reabrir el cine López, y aprovechando que ya se acabó la competencia de las videocaseteras, ¡por lo menos que vengan los húngaros!

CONTINUARÁ…

Publicado originalmente en: https://www.facebook.com/alejandro.valenzuela.7921