Por Alejandro Valenzuela/Vícam Switch

El 31 de diciembre 1976 la noche nos agarró en San José de Bácum. De pronto nos dimos cuenta de la hora y salimos corriendo porque queríamos llegar a los abrazos de año nuevo. Nos amontonamos en el Maverik que mi compadre Rodrigo Gómez andaba estrenando y agarramos la carretera.

Cuando pasamos el cerro del Tosalcawi, íbamos, como se dice en lenguaje culto, hechos la madre. Sentíamos que el carro apenas tocaba el pavimento dándonos la sensación de que flotábamos. La adrenalina inhibe el miedo y desarma ante el peligro… Unos minutos antes de las 12 estábamos en Vícam, sanos y salvos, inmersos en el ritual de los abrazos.

No todos los que desafiaron al destino lograron salir vivos. Esa imprudencia, así como accidentes de verdad, producto de la cruel fatalidad, son la causa de muchos velorios que se han celebrado en Vícam.

Dicho sea al margen, la cultura popular mexicana le ha dado a los velorios el carácter de eventos místicos donde se combina la tristeza con la alegría, sobre todo para quienes no son dolientes cercanos o tan cercanos. Un día de hace muchos años, mi compadre Pancho Barra le dijo a un primo suyo que vivía en Providencia, que fuera a Vícam porque iba a haber quinceañera. El primo, sin pensarlo, le contesta: “Estás loco, si va a ver velorio en Providencia”.

Entre nosotros, nadie ve mal que los acompañantes se echen algunos alcoholes para pasar la noche velando a los muertos. Con el transcurrir de las horas, la gente se platica entre sí las virtudes del muerto salpicando la plática con chistes que a veces incluyen al finado. El chiste de los chistes de velorio es que no se puede soltar la carcajada y uno se tiene que reír entre dientes, aguantándose las ganas.

Es probable que las primeras víctimas de la carretera fueran los hermanos Ofelio y Arturo Pándura, hijos de don Crisóforo y de doña Reyna, y hermanos de Crisóforo, del Man y de Ceráreo.

La historia nos la contó Doña Cristina (Quitina) Montiel Viuda de Félix (en el Vícam Switch No. 37). Dice Quitina que ese día fatal de 1955, Ofelio andaba con Arturo, que estudiaba en la Ciudad de México y había llegado de vacaciones a Vícam. Fueron a la boda de Mercedes Cuevas, se tomaron unos tragos, cantaron unas canciones (entre ellas la Negra Noche, que el Man había pedido con obsesiva insistencia) y, concluida la fiesta, decidieron irse a Obregón en la troquita que usaban para el negocio familiar.

A los pocos minutos llego la noticia de que habían tenido un accidente en la Y griega de Bácum. Mucha gente fue al lugar de accidente. Ofelio estaba a un lado de la carretera y Arturo debajo del carro. Tenían 25 y 20 años de edad, respectivamente. Don Alfonso Encinas, como juez del pueblo, dio fe de lo sucedido. Dice Quitina que cuando don Crisóforo tuvo a Arturo en los brazos, le gritaba que si porqué se había muerto si él iba a ser presidente de la república. Allí mismo, Israel Barra y Bardomiano Galindo recibieron la ingrata misión de ir a darle la infausta noticia a Cesáreo.

Nadie recuerda que haya habido accidentes automovilísticos en los años sesentas. Nuestros acuciosos lectores lo recordarán, si los hubo, pero hay una vívida memoria de los que hubo en los setentas. Entre ellos destaca el del Chuy Angulo y Jesús Antonio Posadas, muertes que sorprendieron al pueblo, que se preparaba para un gran baile, que fue suspendido.

También se recuerda hasta el presente el accidente donde perdió la vida Alvarito Ortiz, que venía rumbo a Vícam en un dompe en compañía del ahora finado Manuel Alfonso (el Meño) Zayas, que salió ileso. La muerte de Alvarito inauguró una prolongada racha de fatalidad para la familia Ortiz González que, desde entonces, ha padecido otros seis decesos, incluyendo a doña Licha, que murió de Covid durante la pandemia.

La carretera se llevó también a Pancho Ramírez, que venía de la Playa las Calaveras a recoger algunas cosas que necesitaban en el campamento que cada Semana Santa instalaban a la orilla del mar.

De manera indirecta, la carretera se llevó también al Camello Félix. En ese tiempo, tenía planes de casarse con María Jesús Ramírez, mejor conocida como la Chuyita (hija de doña Rosa Cota Murillo), pero en las maniobras un trailer lo aplastó. Dicen en el pueblo que la Chuyita ya tenía comprado el vestido para la boda y, viuda antes de llegar al altar, lo guardó hasta que ella también falleció en otro accidente automovilístico. Fue sepultada vestida de novia y ahora ambos yacen en la misma tumba.

Otros accidentes fatales de aquellos tiempos fueron el del Pancho Badilla, donde el Monchi Soria salió relativamente ileso porque lo único que se quebró fue una pierna y, para fortuna de él, fue la que de todas maneras no le servía. El Monchi estaba predestinado a morir en un accidente, pero el que le quitó la vida sucedió muchos años después en la fila de carros que se hacía por el Precos de Oroz.

En una misma noche, en un mismo accidente, murieron el Cuate Cervantes y los dos hijos de Quililín Méxía, Rubén y el Cuco; luego, viniendo de Pueblo Vícam, perdió la vida Arnoldo Gómez y, más recientemente, los familiares de Chayo Zavala.

La lista de muertes fatales es en Vícam inusualmente larga y siempre es una lástima omitir nombres, y más tratándose de muertos. Las personas viven mientras haya quien los recuerda, pero la memoria es flaca. Así que si usted recuerda a algún fallecido trágicamente en accidente automovilístico, póngalo en los comentarios para que forme parte de este memorial colectivo de nuestros difuntos.

CONTINUARÁ…

Publicado originalmente en: https://www.facebook.com/vicam.switch