Por Alejandro Valenzuela
Vícam era un pueblo tranquilo y divertido que por las tardes olía a tierra mojada. Al recuerdo de ese olor está unida la figura de Eugenio Félix Osuna, mejor conocido como el Tecua, el chofer de la pipa que regaba las calles. Sobre él me contó Pancho Salomón una historia muy simpática. Según eso, don Tomás Jara, dueño del casino que entonces era centro de reunión, le habría dicho al Tecua: “Mira Eugenio, no pueden entrar porque aquí no se admiten personas de dudosa reputación”.
Había sucedido que ese día, 31 de diciembre, viniendo de Obregón, Eugenio llegó al prostíbulo de Bácum, que en aquellos años estaba junto al río, se echó unos tragos y congenió tanto con una de las muchachas que la invitó al baile.
El baile de fin de año era uno de los acontecimientos más esperados por la crema de la sociedad viqueña. El Tecua llegó con la muchacha abrazada para presumirla, pero en la puerta los detuvo Camilo Cuevas, el encargado de cuidar el orden, y llamó al dueño para que les explicara por qué no podían entrar. Entonces, don Tomás le dijo lo de la dudosa reputación mientras miraba a la muchacha que lo acompañaba.
“¿Dudosa reputación?” –preguntó el Tecua indignado. “No, mi Tomahawk. Esta no es de dudosa reputación. Es puta, y todo mundo lo sabe. Las que son de dudosa reputación son las que están allá adentro”.
Ese pintoresco personaje era quien regaba las calles todas las tardes y en las mañanas de los días festivos.
El recuerdo más nítido que tengo del Vícam de aquellos años es de un suceso que aconteció la mañana del cinco de mayo de 1974.
Era domingo y el pueblo olía a tierra mojada, se respiraba paz y quietud, el aire estaba claro, el cielo azul intenso y la gente se saludaba entre sí, intercambiaba algunas palabras y seguía su camino para buscar un buen lugar desde donde ver el desfile.
Yo estaba sentado en una banca de la plaza esperando que llegaran mis compañeros del contingente de la secundaria.
En la esquina de la comisaría, bajo la sombra del árbol, el Indio Osuna y Ramón Limón sostenían una animada plática que, seguramente, tenía que ver con los problemas del pueblo que tendrían que resolver.
El profesor Juan Manuel Partida pasó junto a mí cantando alegremente una canción que entonces estaba de moda: “Te traigo estas flores/ porque no encontré palabras/ palabras de amor/ que no sé cómo expresarlas”… Cruzó la calle, saludó con abrazos estruendosos al comisario y al secretario y se unió a la plática.
Muchos años después de esa bucólica escena, sentados en la terraza de un restaurante de la bella ciudad de Mérida, estaban en animada plática mi compadre Bardomiano Galindo y el profesor Humberto Arcila que, habiendo llegado a Vícam en su primera juventud, dedicó toda su vida profesional a la enseñanza de decenas de generaciones de niños que pasaron por sus aulas. El profesor se jubiló y, a pesar de tener toda una vida en Vícam, decidió ir a radicar a su tierra natal. Allí, degustando los sabrosos platillos de la comida yucateca, Arcila dijo algo que le salió del alma: “¡Tengo muchas ganas de regresar a Vícam!”.
Vícam ya no era lo que había sido. Ahora se está pudriendo en el abandono, en la violencia, la inseguridad, el deterioro del paisaje urbano, en la carencia de servicios, en la ausencia de autoridades (ya se sabe que cuando hay muchas autoridades es como si no hubiera ninguna), ya no se hacen aquellos festivos carnavales y ni siquiera las ceremonias oficiales, como el Grito de Independencia y el Desfile, se hacen igual.
Lo de ahora es el terregal, las calles intransitables, el desorden vehicular, la apropiación particular de los espacios públicos y de las calles, la violencia y la impunidad. La calle principal, que era una gran avenida, es ahora una calle estrecha, sin banquetas e incluso el Asta Bandera, inaugurada el 24 de febrero de 1959, hoy está en ruinas…
Pensando en ese deterioro, mi compadre Bardomiano le respondió a Humberto Arcila: “No vaya, profesor, quédese con el recuerdo; si va, se va a llevar una gran desilusión”.
FIN…
Publicado originalmente en: https://www.facebook.com/alejandro.valenzuela.7921
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