Alejandro Valenzuela/Vícam Switch

Un muy querido amigo mío, crítico acérrimo del obradorismo, me preguntó qué si qué de bueno le verán a la reforma judicial la gente que la apoya, gente incluso con buen nivel académico.

Yo creo que como las enfermedades, la solución (si la tiene) radica en dos cosas: en un buen diagnóstico y en un buen tratamiento. Si uno de los dos no es el adecuado, el paciente lo padece.

Me parece que el diagnóstico es el apropiado y en eso radica el apoyo de muchos. Sin embargo, creo que quienes apoyan la reforma tal y como está, están viendo una parte del problema y no la totalidad (están cayendo en la famosa hemiplejía moral, incluso los académicamente preparados).

El diagnóstico. Es bien sabido que el sistema de justicia está inmerso en la corrupción, la justicia es una entelequia para las mayorías sin dinero y la arrogancia de los jueces les hace preferir, con los pobres, el error de tipo I (encerrar al inocente), pero con los ricos el de tipo II (dejar libre al culpable).

La conclusión preliminar, antes del diagnóstico, es también adecuada: el sistema de justicia tiene remedio.

El debate se presenta en el tratamiento. ¿Elección de jueces o carrera judicial? ¿Voto popular o experiencia y capacidad profesional?

Primero, ninguna de las dos resuelve los males enlistados. Ni la experiencia profesional ni el voto popular erradican la corrupción y para demostrarlo allí están desde el presidente de la república hasta los presidentes municipales, pasando por gobernadores, senadores y diputados, que no por electos son menos corruptos. Habrá algunos que sean honestos, pero es por su moral y no ser electos.

Segundo, la elección de jueces y magistrados, así como está planteada, entra en conflicto con la experiencia profesional. Impartir justicia requiere de un profundo conocimiento de las leyes y la jurisprudencia, pero la reforma propone que los estudiantes recién titulados pueden entrar en la tómbola.

Tercero, los jueces y magistrados dependerán, con la reforma, del sistema político y del azar. El azar (la tómbola) determinará quiénes son elegibles. La presidencia, el poder legislativo y una corte sometida determinarán quiénes serán los candidatos.

Cuarto, el ciudadano se enfrentará en la urna a cientos de nombres desconocidos, lo que será el caldo de cultivo para que los partidos le indiquen a sus fanáticos por quiénes votar. Desde luego, ganarán los que cuenten con el favor del partido hegemónico.

Quinto, la honestidad y la eficiencia no se lograrán con las medidas que contiene la reforma. Para eso se necesita, por un lado, que el Consejo de la Judicatura refuerce mecanismos de vigilancia, no para ver si los jueces deciden una cosa u otra, sino para ver que los fallos estén apegados a derecho y, por otro, que la justicia sean realmente pronta y expedita para que las controversias puedan recorrer todas las instancias, que es donde se debe afinar el apego a derecho.

Sexto, la reforma es hemipléjica porque el sistema de justicia no es sólo la parte que sentencia (el judicial), sino también la parte que acusa y persigue (las fiscalías). Si las fiscalías no son reformadas, el desastre en la impartición de justicia seguirá igual o peor que ahora.

Séptimo, una parte sustancial de la reforma debería ser la erogación de la prisión preventiva oficiosa (la justificada siempre será necesaria). Ese mecanismo, meter a la cárcel sin probar culpabilidad, es una violación a los derechos humanos y un mecanismo para que las fiscalías no hagan su trabajo, que es investigar.

Conclusión. Se dice que las fiscalías y los juzgados están en contubernio para extorsionar. Unos arman mal las carpetas de investigación y los otros dejan libres a los criminales apoyándose en el “derecho”.

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