Por Alejandro Valenzuela/Vícam Switch

Como México no hay dos, dice el dicho nacionalista, y es cierto por muchas razones, pero sobre todo porque suceden historias surrealistas (aunque muy verídicas) como las siguientes.

La primera sucedió una tarde lluviosa de julio, en una ciudad de cuyo nombre no puedo acordarme. Abrí la página de internet de un periódico y allí, con letras grandes, decía: “Policía mata a hombre que se quería suicidar”. La curiosidad me llevó a abrir la nota y me enteré que los agentes le pedían al potencial suicida que no lo hiciera, que la vida es bella, que todo se podía resolver, menos la muerte. Además, le gritó uno de los agentes, es pecado y te vas a condenar… El hombre no parecía oír razones y se balanceaba arriba del puente, dando claras muestras de que se tiraría. En eso abrió los brazos, cerró los ojos y se inclinó un poco para adelante, hacia el vacío. Uno de los policías, quizá desesperado, sacó la pistola y le pegó tres plomazos. El suicida cayó muerto, pero el representante de la ley evitó así que se suicidara.

La otra historia la vi en la televisión. Un numeroso grupo de ciegos se estaban manifestando por un asunto laboral y querían llegar al Zócalo de la ciudad. Las autoridades bloquearon el paso para evitar el avance, se calentaron los ánimos, se armó la trifulca y empezaron los golpes. Los policías repartían toletazos a diestra y siniestra, los invidentes, algunos sangrando de la cabeza, trataban de protegerse con los brazos y se defendían, con muy poco éxito, tirando manotazos al aire… Esa misma tarde, el gobierno informó que la policía había actuado correctamente porque, además, la justicia también es ciega.

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