#DiasdelFuturoPasado 112

Por: Jorge Tadeo Vargas

Estamos ante una crisis hídrica global, la cual por varios motivos se presenta más fuerte en estados como el de Sonora que tiene dos particularidades que lo hacen más vulnerable que otros estados de la República Mexicana. La primera de estas particularidades es que aproximadamente la mitad de la geografía estatal pertenece al Desierto de Sonora, lo cual se entiende -o debería de entenderse- por lógica ecosistémica que la mitad del estado ya tiene un estrés hídrico, causado por las propias condiciones geográficas. Los desiertos son ecosistemas con poca agua, por lo tanto sus dinámicas responden a eso, sin embargo aquí no es así y esto nos lleva a la segunda particularidad que tiene que ver con el modelo agroindustrial actual y que tiene sus raíces en la (mal) llamada revolución verde, que puso en marcha el capitalismo en la década de los setenta y que justo Sonora fue el estado bandera de esta idea tecnócrata industrial aplicada a la agricultura, que ha contribuido a que además del estrés hídrico, todas las cuencas sin excepción estén contaminadas por el uso excesivo de agroquímicos, que literalmente las está envenenado dejando a los ríos en condiciones de mucha vulnerabilidad.

Con esta realidad es con la que conviven las habitantes de Sonora, a lo que hay que sumar la contaminación minera, industrial y el hecho de que solo el tres por ciento del agua azul (aquella disponible para uso humano) sea para actividades humanas, el resto se divide en toda la industria (agropecuaria, industrial extractiva, etc., etc.).

Es importante mencionar que los gobiernos (de los tres niveles) no tienen claro cuáles deberían ser las prioridades de una política hídrica desde una visión integral de cuencas con enfoque ecosistémico, y es por esta razón por la que cada cierto tiempo aparecen inversores con proyectos milagrosos que son la panacea a la crisis hídrica, prometiendo que con ellos el estado podrá continuar indefinidamente con sus actividades sin modificar ningún patrón de producción y/o consumo.

De estas falsas soluciones la que más se promueve -ya sea por los gobiernos o la iniciativa privada- es la desalinización del agua de mar. Una de esta plantas ya está en proceso de construcción en los municipios de Empalme y Guaymas y en los últimos meses se ha hablado de la construcción de otra en Puerto Peñasco, la cual ya fue rechazada -al menos hasta ahora- por el gobierno estatal y la cual tuvo un rechazo absoluto por parte de la comunidad académica y activistas del estado. Cosa curiosa: no pasó lo mismo con la de Empalme-Guaymas, pero eso da para otra columna. Aquí quiero hablar de los impactos socio-ambientales de estas plantas y porque son una falsa solución.

El primer argumento que tanto los inversores, como los gobiernos dan es un clásico para cualquier proyecto y es el comparativo de que en otros países, principalmente de Europa, lo están haciendo, un argumento que se instala en la teoría de la tragedia de los comunes y que no aporta mucho, pues el impacto que se está generando en esos países está ampliamente documentado para saber que es una muy mala idea, no solo porque es tecnología muy cara, sino porque no es muy difícil mantenerla.

Otro argumento muy utilizado se refiere a los procesos físico-químicos del ciclo del agua, donde nos aseguran que el agua que se extrae regresa. Una verdad a medias, pues aunque tienen razón, el agua que regresa lo hace en condiciones de mucha toxicidad, lo cual no solo afecta a la salud humana, sino también de los ecosistemas. Pensar solo en la extracción del agua vía la desalinización es pensar la parte final de un proceso cíclico que contamina el agua.

Ninguno de estos dos argumentos tiene argumentos sólidos y una revisión no muy profunda genera más dudas que certezas y desde ahí, con base en el principio precautorio es que no es conveniente poner en marcha un proyecto como este, proyecto que parte de una idea tecnócrata y no de las necesidades propias del ecosistema.

Pero vamos más allá en el tema de los impactos. En el 2019, el Instituto de Agua, Medio Ambiente y Salud, con sede en Ontario, Canadá, publicó un estudio en la revista “Science of Total Environment” demuestra que el proceso de desalinización produce más residuos (salmuera) que agua potable. Un litro de agua desalinizada produce litro y medio de salmuera, la cual son lodos que contienen una gran cantidad de químicos, tanto de forma natural como aquellos que se aplican para optimizar el proceso de desalinización, entre los que se encuentran Cobre y Cloro, dos impulsores de compuestos químicos como los Orgánicos Persistentes que son precursores de varios tipos de cáncer. A este residuo hay que darle un tratamiento especial, por lo que estamos generando una nueva problemática socio-ambiental que no se compensa con la cantidad de agua que se obtiene.

Planta desaladora en Guaymas-Empalme.

Por otro lado este proceso aumenta la temperatura de las costas, al ser extraídos varios nutrientes que generan “zonas muertas”, repercutiendo en especies necesarias para el ecosistema costero y manglar, además de las economías locales que dependen de estos hábitats para sobrevivir, principalmente la pesquería artesanal/familiar y el turismo a pequeña escala. Cabe mencionar que la pérdida de estos ecosistemas se traduce en un aumento de la crisis climática, lo que se traduce en mayor estrés hídrico.

Las plantas desaladoras son caras, no es una técnica que esté al alcance de cualquier país, de las más de dieciséis mil plantas que existen en todo el mundo, más del noventa por ciento están en países ricos, que ocultan los impactos mediante una fuerte represión social. Arabia Saudita, Qatar, Israel, no son países con gobierno democráticos, así que es fácil ocultar cualquier impacto negativo. Pensar en un proyecto de estos para países del Sur global como México, es pensar en un aumento de las deudas estatales, municipales y de la deuda ecológica global.

Las falsas soluciones a las problemáticas socio-ambientales siempre dejarán mayores impactos en el mediano y corto plazo. Estas no resuelven los problemas desde la raíz, sino que van generando otros muchas veces más complejos o devastadores.

Pensar en una gestión de cuencas con enfoque ecosistémico, nos permite aprender una máxima de cómo debemos de gestionar nuestra relación con la naturaleza. Si mantenemos el equilibrio del agua verde (aquella que necesitan los ecosistemas para sus dinámicas) tendremos la cantidad de agua azul para sobrevivir como comunidades humanas. Para esto debemos de poner en marcha prácticas anticapitalistas desde lo local que impacten en lo global. No se puede pensar de otra forma.

Ahora bien. El gobierno del estado de Sonora ya dijo que la planta desaladora en Puerto Peñasco no se construirá. Esperemos que sea un no definitivo y no cambie en unos meses como suele suceder. Ahora queda la que se construye en Empalme-Guaymas que pertenece también al Golfo de California, por lo que los impactos y el riesgo se mantienen y entonces hay que preguntarle al gobierno estatal y a CONAGUA que se piensa hacer con ella.

Ante los retos que tenemos enfrente no se puede seguir con las simulaciones de las salidas de final de tubería; se necesitan soluciones con enfoques ecosistémicos que tomen en cuenta las necesidades desde lo local antes que las ganancias económicas. Retos que no parecen reconocer los tomadores de decisiones más ocupados en falsas soluciones tecnócratas que en recuperar los ecosistemas perdidos.

Junio 2023

Desde el exilio de Ankh-Morpork

Jorge Tadeo Vargas, escritor, ensayista, anarquista, a veces activista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena. Está construyendo su caja de herramientas para la supervivencia.En sus ratos libres coordina el Observatorio de Emergencias Socio-Ecológicas