Capítulo VI de la novela por entregas “Desde Lejösburgo”.

 Por: Jorge Tadeo Vargas


 “…lo vimos acercarse cojeando a toda prisa pero no dijimos nada. Me saludó como si fuéramos amigos de toda la vida. Me preguntó si todo estaba bien a lo que respondí que sí. Le pregunté si todo estaba bien a lo que me respondió que no pero que en un momento más lo estaría.”

4Era común verlo caminando entre las sillas de los demás boleros tratando de conseguir que alguien lo dejara trabajar algunas horas; ya fuera por la tarde o en las horas que algunos salían a comer. Otras veces lo veía sentado en los árboles yucatecos inhalando algún solvente o fumándose un cigarro de mariguana. Las pocas lo veía entre los puestos de comida buscando que algunos de los clientes se apiadaran de él y le compraran algún taco de carne asada, un hotdog o mínimo unas papas fritas. A veces era todo lo que comía. Lo veía ir y venir en el Jardín buscando algo. Siempre buscaba algo. Creo que ni siquiera él sabía que estaba buscando; pero así era él. Perdido y a la vez en el sitio donde él quería estar.

Le decían el Pelón; uno de los apodos más raros de todos los que escuche en ese lugar pues tenía un largo pelo afro que intentaba ocultar con una gorra de Los naranjeros que alguien le regalo. Eddy me decía que el apodo le llegó cuando lo metieron al tutelar para menores, donde para evitar los piojos lo raparon y así lo mantuvieron los dos años que estuvo encerrado. Cuando salió ya todos en el Jardín y en el barrio sabían de su apodo el cual poco a poco se le fue quedando. Era vecino del Eddy y lo conocía desde niño, aunque era menor que él por cinco años, por lo que le tenía cierto cariño, no sé si cariño, pero si al menos algo de tolerancia. Fue donde lo conocí y fue donde nos hicimos amigos.

Era más o menos de mi edad; la verdad no sé cuántos años tenía pero éramos buenos amigos. Platicábamos de basquetbol, a veces de algunas de las broncas en su barrio. A mí me caía bien; era una persona totalmente diferente a mí; pero cuando no estaba drogado, que eran pocas veces, podía platicar bastante bien con él. A veces lo invitaba a comer; otras veces el me pedía que le comprara los solventes. “tú no pareces drogadicto, malandro, a tí sí te lo venden” No me negaba; pasábamos por alguna tienda de pinturas y le compraba una cantidad considerable que no despertara sospechas. Tenía razón; mi pinta no daba para desconfianzas; era un niño fresa comprando material para pinturas. A fin de cuentas sino lo hacía yo, alguien más lo haría. Además de que así mantuvimos una amistad que de otra forma no hubiéramos podido mantener.

Los boleros, la mayoría le tenía aprecio, era inofensivo, tranquilo, más allá de su mirada perdida, de su búsqueda incansable de eso que nadie sabíamos que era. No sé si él lo sabía. Por lo mismo no era difícil que encontrara a quien cubrir a la hora de la comida o quedarse por la tarde en alguna de las sillas que sus dueños solo trabajaban hasta medio día. Sabían que no había problema con eso. Se encargaría de dar un buen servicio por muy drogado que estuviera.

20365_ca97484ba3La conoció casi recién llegó al Jardín. Los rumores decían que el Lupillo le había traído desde la frontera a trabajar con él. No lo sé, lo que si sabía era que ella llegó como propiedad de Lupillo y era de las mujeres que más dinero le dejaba en “el tijuanita”. Tenía que serlo; después de la Güera, era una de las mujeres más hermosas que había visto en mi vida. Claro, no era el tipo de mujeres que me gustaran en esos días. Yo estaba perdidamente enamorado de mi vecina que era de mi edad y la espiaba por la ventana de mi casa los domingos que salía a misa con su madre. No tenía tiempo para espiarla otros días, muchos menos me atrevía a hablarle a pesar de conocerla desde que era una niña. Su familia y la mía han sido vecinas los últimos cincuenta años. Pero Lucía era otra cosa. Ella era de esas mujeres, aunque un poco mayor que yo, que sabía que solo eran para admirarlas. Ni tenía el dinero para pagar por ella, ni el valor para hacerlo en caso de tenerlo. Yo quería una relación idílica, romántica, de novios. No una relación de sexo casual aunque este fuera pagado. Así que como con muchas de las mujeres del “tijuanita” solo me dedicaba a admirarla.

Los rumores decían que Lupillo la había traído desde la frontera, no lo sé, de pronto ella apareció y comenzó a trabajar en la casa de Doña Ignacia, una prostituta retirada que se jactaba de que sus hijas trabajan en las “ligas mayores” En sus propias palabras sus hijas ganaban más en un día de lo que ganaría cualquier puta del “tijuanita” en un año. Además, ellas tenían clientes de alto nivel. Hasta políticos, decía. Lucía llego a trabajar directamente en esa casa, desde donde pagaba su comisión y lo demás se repartía entre ella y Lupillo, que tenía una relación distinta con ellas que con sus otras prostitutas. Parecía más una relación de negocios; fue realmente sorpresivo lo que pasó y darnos cuenta de que él estaba realmente enamorado de ella o tal vez no era así y no fueron celos los que lo llevaron actuar como lo hizo, sino una relación de negocios que estaba por derrumbarse. Difícil saberlo, lo que sí quedo claro es que el Lupillo terminó mandando todo al carajo por Lucía.

La primera sorpresa vino por parte del Pelón. De pronto no estaba tan preocupado por drogarse, como por tener el dinero de la tarifa de Lucía. Incluso llegué a bromear con él diciéndole que le saldría más barato comenzar a meterse heroína que pagar por ella. “A fin de cuentas dicen que un viaje con caballo es mil veces mejor que un orgasmo” le decía. El solo sonreía. No decía más. Incluso consiguió lo imposible. El Eddy comenzó a dejarle la silla por las tarde de manera permanente. Estaba trabajando como nunca lo había hecho. Podía decirse que por fin encontró lo que estaba buscando.

homicidios-dolosos_17La segunda sorpresa fue verla buscarlo en sus pocos momentos libres. Incluso los llegué a ver comiendo juntos en alguna banca del Jardín o cuando hacía mucho calor sentados en los yucatecos que antes le servían a él para drogarse. De ella no conocía mucho, no puedo asegurar que se viera feliz; supongo que lo estaba; pero él era otra persona. Ya no estaba perdido, no parecía estar buscando nada. En las pocas veces que platicamos esos meses se veía feliz. No la mencionaba, pero notaba en su voz, su forma de comportarse, en su insistencia de hablar del futuro, que realmente era feliz.

La tercera sorpresa no lo fue tanto. Todos esperábamos la reacción del Lupillo, que aunque no fue como lo esperábamos. Ya la veíamos venir. Primero fue un enorme pleito con Lucia afuera de la casa de Doña Ignacia. Ella se veía firme, fuerte, determinada a no dar su brazo a torcer. Él se veía confundido, desorientado. Sin rumbo. El pleito terminó con ella entrando a la casa dejándolo parado en la acera.

La tensión entre los tres siguió por algunas semanas. Veíamos a Lucía y el Pelón en una relación casi de noviazgo. Lupillo los veía a lo lejos; contrariado, confundido. A pesar de que la cantidad de dinero que le dejaba Lucia no había disminuido, al contrario con cada día que pasaba iba tomando ventaja sobre las otras mujeres que trabajaban en la misma casa. En su cara se reflejaba que no estaba contento con lo que veía. Incluso comenzó a ausentarse del Jardín y pasar más tiempo en la zona del “tijuanita”. Así comenzaba a florecer su otro negocio. Los paquetes que llegaban de la casa del tuerto ya no necesitaban a un idiota que bajara por ellos. Estos llegaban de la mano de las mismas prostitutas que trabajaban para él.


De pronto no estaba tan preocupado por drogarse, como por tener el dinero de la tarifa de Lucía. Incluso llegué a bromear con él diciéndole que le saldría más barato comenzar a meterse heroína que pagar por ella. “A fin de cuentas dicen que un viaje con caballo es mil veces mejor que un orgasmo” le decía.


La cuarta sorpresa lo fue más para mí que para cualquier otra persona en todo el Jardín, bueno, excepto tal vez para el mismo Pelón que no la vio venir. Ese día me quedé un tiempo más en la escuela jugando basquetbol. A veces lo hacía; jugaba apuestas y de ahí sacaba un poco dinero para mis gastos. Llegué al Jardín a la hora en que ya estaba el Pelón trabajando la silla del Eddy; Chewie no había ido a trabajar y no veía a nadie de mis amigos por ahí, así que me senté con el Pelón a platicar un poco. Hablábamos de un conocido que había sido arrollado por el tren justo esa semana. Algo muy común entre los drogadictos que habitaban el barrio de la Metalera por donde pasaba el tren donde estos acostumbraban a drogarse y dormirse en las vías.

Fue cuando llegó. Lo vimos acercarse cojeando a toda prisa pero no dijimos nada. Me saludó como si fuéramos amigos de toda la vida. Me preguntó si todo estaba bien a lo que respondí que sí. Le pregunté si todo estaba bien a lo que me respondió que no pero que en un momento más lo estaría. Lo vi sacar la navaja de la bolsa del pantalón como si fuera en cámara lenta; me cerró un ojo y con esa sonrisa cínica voltearse y en cámara rápida acuchillar al Pelón justo en el cuello para luego salir corriendo.

Lo que ocurrió después es muy confuso. No sé cuánto tiempo pasó entre el pinchazo y mi movimiento hacia el Pelón para poner mi mano en su cuello. Lo sostuve sentado en la silla mientras intentaba con mis manos que dejara de sangrar; el Chacón, uno de los vendedores del Jardín corrió hacia un teléfono y marco el número de la policía. No sé cuánto tiempo estuve sosteniéndolo; solo sé que de pronto estaba rodeado de policías y paramédicos empujándome para que dejara de hacer presión en el cuello. No recuerdo más; de pronto estaba en una patrulla esposado en camino de la comandancia norte, donde recuerdo vagamente un interrogatorio, a Madre llegando y a gritos ordenar que la dejaran verme. Solo recuerdo mis manos y mi ropa manchada en la sangre de mi amigo. Recuerdo la sonrisa de Lupillo antes de acuchillarlo.

Me dejaron ir ese mismo día. No había mucho por hacer. Sabían quién era el culpable. Caminé al lado de Madre sin decir nada a sus regaños y reclamos. Era la primera vez que ella pisaba una comandancia. A pesar de todo lo que habíamos pasado ella era una señora de sociedad. No entendía como la había hecho pasar esa vergüenza. No dije nada hasta llegar a la casa y darme un baño. Me recosté y a pesar de mis esfuerzos no pude dormir. Estuve despierto en cama recordando el guiño y la sonrisa de Lupillo, la sangre del Pelón.

3176-935-550Al otro día a pesar de las negativas de Madre me fui a la escuela; en cuanto terminaron las clases me encamine al Jardín a tratar de entender que había pasado. Ahí estaban mis amigos con el Chewie que sabían menos que yo de lo que había pasado. Estaba el Eddy preocupado por su silla y por mí. Me pregunto qué había pasado y solo alcancé a responder que el Lupillo por fin hizo lo que todos esperaban: había matado al Pelón por culpa de la Lucía. Me preguntó si estaba bien. Le dije que no lo sabía, que había mucho que entender. Que buscaría a la Lucía. Una tarea infructuosa pues ni Doña Ignacia, ni las prostitutas de Lupillo me dieron noticia de ella o de él. No sabían nada desde ayer por la tarde. Al parecer habían huído juntos. La Güera tenía otra teoría; la cual según ella, conociendo al Lupillo primero mató a la Lucía y la enterró en cualquier lugar y luego fue a matar al Pelón. Era su estilo; quitarse de en medio a cualquiera que le pusiera en riesgo su negocio. Para mí era historia tenía más sentido. Nunca nadie más supo de ellos dos. Aunque esto es ser muy determinista. Seguro alguien lo supo y no dijo nada. Yo sí no supe nada más.

Con el tiempo esta historia se fue quedando en mis memorias más antiguas. No recuerdo mucho de ese día. No quiero recordarlo; sin embargo a veces cuando me lavo las manos en lugares públicos de pronto veo como el agua que escurre por mis manos se torna de color rojo y me cuesta trabajo pensar que solo es una ilusión. Así la veo: color rojo sangre.